Nacimiento de la Virgen María
Bartolomé Estaban Murillo
El interés de los cristianos por los orígenes y nacimiento de la Virgen María es muy temprano en la vida de la Iglesia, tanto que el que es uno de los primeros apócrifos y el más importante de ellos por su interrelación con la tradición cristiana, el Protoevangelio de Santiago, que muchos fechan en tiempos tan iniciales como el s. II, ya se refiere al tema en su primer capítulo.
Recoge el Protoevangelio la historia de san Joaquín y santa Ana, padres de María, y por lo que hace al nacimiento concreto de la madre de Jesús dice lo siguiente:
“Y se le cumplió a Ana su tiempo y el mes noveno alumbró.
Y preguntó a la comadrona: “¿qué es lo que he dado a luz?”.
Y la comadrona respondió: “Una niña”.
Entonces Ana exclamó: “Mi alma ha sido hoy enaltecida”.
Y reclinó a la niña en la cuna.
Habiéndose transcurrido el tiempo marcado por la ley, Ana se purificó,
dio el pecho a la niña y le puso por nombre María”
(Prot. 1,5)
Y preguntó a la comadrona: “¿qué es lo que he dado a luz?”.
Y la comadrona respondió: “Una niña”.
Entonces Ana exclamó: “Mi alma ha sido hoy enaltecida”.
Y reclinó a la niña en la cuna.
Habiéndose transcurrido el tiempo marcado por la ley, Ana se purificó,
dio el pecho a la niña y le puso por nombre María”
(Prot. 1,5)
Cosa distinta es que el evento fuera objeto de una festividad concreta, circunstancia que no debió ocurrir antes del Concilio de Éfeso, tercero de los ecuménicos, del año 431, el cual consagra el Theotokos, o dogma por el que María es la madre no sólo es la madre del Cristo (Kristothokos), sino también de Dios (Theotokos), y a partir del cual se produce la verdadera proyección del culto mariano.
Datan de ese momento toda una generación de apócrifos que inician su relato con el nacimiento de María. Así por ejemplo el llamado Pseudo-Mateo, el Libro de la Infancia del Salvador y, sobre todo, el específicamente denominado Libro sobre la Natividad de María, que aunque basado en el relato de san Jerónimo, podría ser una adaptación bastante posterior, en todo caso generosamente acogida en la Leyenda Aurea de Jacobo de la Vorágine.
En el entorno geográfico sirio aparece el más antiguo documento que refleja la conmemoración de la fiesta: el Himno de San Romano, compuesto entre los años 536 y 556 y basado, precisamente, en el Protoevangelio de Santiago. En cuanto al autor, Romano es un sirio nacido en Emesa, diácono de Berytus y posteriormente de la iglesia Blachernae en Constantinopla. Algo más tarde, a comienzos del s. VIII, san Andrés de Creta predica una serie de sermones relacionados con la fiesta.
En cuanto a la elección del 8 de septiembre, en Francia, concretamente en Angers, existe la tradición de que la habría instituído san Maurilio con ocasión de la irrupción en la noche de un 8 de septiembre, hacia el año 430, de unos ángeles cantando en el cielo porque era el día del nacimiento de la Virgen.
El Sacramentario Gelasiano del s. VII, y el Sacramentario Gregoriano, algo posterior, demuestran que se celebraba ya para el s. VII. La fiesta aparece también en el Calendario de Sonnato, Obispo de Reims entre el 614 y el 631, pero el Obispo de Chartres, san Fulberto, se refiere a ella en 1028 como de reciente institución, todo lo cual demuestra que no fue de igual implantación en todas las iglesias europeas. El papa Sergio I (687-701) prescribe una letanía y una procesión para la fiesta, y el papa Inocencio IV instituye la octava en 1243.
Por lo que hace a otras adscripciones cristianas, la Iglesia Griega celebra la fiesta el 12 de septiembre y la Iglesia Copta el 1 de mayo.
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