Al igual que todos los años, asociaciones de la masonería italiana y de librepensadores realizan el 17 de febrero un vistoso homenaje a Giordano Bruno en la plaza romana de Campo dei Fiori, donde una estatua recuerda que este filósofo fue condenado por el Tribunal de la Inquisición a morir en la hoguera por herejía. Durante estos cuatro siglos, Bruno ha sido para estos grupos «el símbolo de la libertad de pensamiento frente a la intolerancia dogmática de la Iglesia».
El teólogo Rino Fisichella ha querido aclarar las implicaciones que se esconden detrás del caso Giordano Bruno. Está claro que hoy día vivimos en una época separada por años luz de la cultura del siglo XVII dice. La maduración de la conciencia eclesial en relación con la pena de muerte ha quedado codificada en los documentos más significativos de la Iglesia, y lo mismo se puede decir de la libertad religiosa. Nadie puede contestar en conciencia la pasión que el Magisterio actual ha puesto en la lucha contra la pena de muerte y en defensa de la libertad de pensamiento y de religión. A pesar de ello, cargamos con el peso de nuestra historia. Ciertamente, se olvida el pasado de algunos con mucha prisa; sin embargo, en el caso de los hombres de Iglesia, la huella de los propios errores permanece hasta el punto de olvidar lo que se está haciendo en el momento presente.
Giordano Bruno (1548-1600) no sólo fue condenado por la Iglesia católica, sino también por la luterana y la protestante. Era un sacerdote dominico que abandonó la Orden a causa de sus dudas de fe y de sus ganas de explorar los mundos culturales de la Europa renacentista. Sus primeras obras, De umbris idearum o Cantus circaeus, son ya manifestación de un monismo panteísta.
Los cristianos, ¿pueden replantear su posición sobre Giordano Bruno? Desde mi punto de vista tienen que hacerlo, responde monseñor Fisichella, pero hay que distinguir. Las tesis del fraile eran y siguen siendo contrarias a la fe. No es una cuestión de libertad o de tolerancia. Cada religión tiene su doctrina, sus propios textos sagrados, sus propias reglas. Cuando la visión personal no está de acuerdo con la de la religión, hay que sacar las consecuencias. Pero no se le puede pedir a la religión que cambie para satisfacer las propias convicciones personales.
Ahora bien, el teólogo italiano considera que lo que sí hay que replantear es el tema de la condena a muerte. En este sentido explica es justo reconocer que una relación demasiado estrecha con la sociedad de la época alejó a la Iglesia de la primacía del amor y de la misericordia, y del justo reconocimiento de la libertad. El deber de la verdad eclipsó el mandamiento del amor. Cuando la Iglesia se alineó con las estructuras civiles y copió sus formas, experimentó aquello por lo que hoy debe pedir perdón. Nosotros tenemos que sacar lecciones y hacer memoria. Recordar el «caso Giordano Bruno» obliga, por tanto, a purificar la memoria creyente de un pecado grande que fue cometido violando el mandamiento divino.
Palabras semejantes a las de monseñor Fisichella han sido pronunciadas estos días por importantes exponentes de la Iglesia católica, que han afrontado el debate que suscita la ideología de Bruno. En un encuentro organizado por la La Civiltà Cattolica sobre el tema, el cardenal Paul Poupard, Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, aclaró que, a diferencia del caso de Galileo, aquí no se trata de rehabilitación, pues su pensamiento, su filosofía, no eran cristianos. Se trata más bien de analizar la actitud que tuvo la Iglesia con él, aclaró el cardenal. Una vez constatada la incompatibilidad de la filosofía de Bruno con el pensamiento cristiano, es necesario confirmar el respeto a la persona y a su dignidad. La hoguera en el Campo dei Fiori es ciertamente uno de esos momentos históricos, de esas acciones que hoy día sólo pueden ser deploradas con claridad.
El teólogo de la Casa Pontificia, quien por cierto es dominico como lo fue Giordano Bruno, confirma: Bruno no puede ser rehabilitado como pensador católico, pues simplemente su pensamiento no lo era: desde el inicio negaba el dogma de la Trinidad, o la unicidad del alma personal... En su caso, la petición de perdón a Dios, por parte de la Iglesia, afecta a los medios que se utilizaron para la defensa de la verdad. La Iglesia siempre debe apoyar la fe, pero no con el poder secular.
Fisichella concluye con gran realismo: A muchos este reconocimiento no les parecerá suficiente y querrán de nosotros algo más. Entonces, todos tendrán que recordar la expresión del gran Montalembert, quien escribía: «Para juzgar el pasado deberíamos haberlo vivido; para condenarlo no deberíamos deberle nada». Todos, creyentes o no, católicos o laicos, nos guste o no, tenemos una deuda con el pasado y todos, en lo bueno y en lo malo, estamos comprometidos con él.
Fisichella toca de lleno el problema del examen de conciencia que Juan Pablo II ha invitado a hacer a la Iglesia sobre el pasado para atravesar el umbral del tercer milenio con la memoria purificada, habiendo examinado episodios que, en ocasiones, pueden ser motivo de reflexión y arrepentimiento.
Autor: Jesús Colina, Rino Fisichella
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