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sábado, 19 de agosto de 2023

La Exhortación Apostólica



Estos documentos generalmente se promulgan después de la reunión de un Sínodo de Obispos o por otras razones. Son parte del magisterio de la Iglesia.

Exhortaciones apostólicas post-sinodales son:

Evangelli nuntiandi (1975) del Papa Pablo VI, sobre la Evangelización del mundo moderno.
Catechesi tradendae (1979) del Papa Juan Pablo II, sobre la catequesis.
Familiaris consortio (1984) del Papa Juan Pablo II, sobre el papel de la familia cristiana.
Reconciliatio et paenitentia (1984) del Papa Juan Pablo II, sobre la reconciliación y la penitencia 
   en la misión de la Iglesia.
Redemptoris custos (1989)del Papa Juan Pablo II, en la persona y misión de San José 
   en la vida de Cristo y la Iglesia.

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Carta Placuit Deo: II. El impacto de las transformaciones culturales de hoy en el significado de la salvación cristiana

II. El impacto de las transformaciones culturales de hoy 
en el significado de la salvación cristiana

2. El mundo contemporáneo percibe no sin dificultad la confesión de la fe cristiana, que proclama a Jesús como el único Salvador de toda el hombre y de toda la humanidad (cf. Hch 4,12; Rm 3,23-24; 1 Tm 2,4-5; Tt 2,11-15).[2] Por un lado, el individualismo centrado en el sujeto autónomo tiende a ver al hombre como un ser cuya realización depende únicamente de su fuerza.[3] En esta visión, la figura de Cristo corresponde más a un modelo que inspira acciones generosas, con sus palabras y gestos, que a Aquel que transforma la condición humana, incorporándonos en una nueva existencia reconciliada con el Padre y entre nosotros a través del Espíritu (cf. 2 Co 5,19; Ef 2,18). Por otro lado, se extiende la visión de una salvación meramente interior, la cual tal vez suscite una fuerte convicción personal, o un sentimiento intenso, de estar unidos a Dios, pero no llega a asumir, sanar y renovar nuestras relaciones con los demás y con el mundo creado. Desde esta perspectiva, se hace difícil comprender el significado de la Encarnación del Verbo, por la cual se convirtió miembro de la familia humana, asumiendo nuestra carne y nuestra historia, por nosotros los hombres y por nuestra salvación.

3. El Santo Padre Francisco, en su magisterio ordinario, se ha referido a menudo a dos tendencias que representan las dos desviaciones que acabamos de mencionar y que en algunos aspectos se asemejan a dos antiguas herejías: el pelagianismo y el gnosticismo.[4] 

En nuestros tiempos, prolifera una especia de neo-pelagianismo para el cual el individuo, radicalmente autónomo, pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer que depende, en lo más profundo de su ser, de Dios y de los demás. La salvación es entonces confiada a las fuerzas del individuo, o las estructuras puramente humanas, incapaces de acoger la novedad del Espíritu de Dios.[5] 

Un cierto neo-gnosticismo, por su parte, presenta una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo,[6] que consiste en elevarse «con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida».[7] Se pretende, de esta forma, liberar a la persona del cuerpo y del cosmos material, en los cuales ya no se descubren las huellas de la mano providente del Creador, sino que ve sólo una realidad sin sentido, ajena de la identidad última de la persona, y manipulable de acuerdo con los intereses del hombre.[8] Por otro lado, está claro que la comparación con las herejías pelagiana y gnóstica solo se refiere a rasgos generales comunes, sin entrar en juicios sobre la naturaleza exacta de los antiguos errores. De hecho, la diferencia entre el contexto histórico secularizado de hoy y el de los primeros siglos cristianos, en el que nacieron estas herejías, es grande[9]. Sin embargo, en la medida en que el gnosticismo y el pelagianismo son peligros perennes de una errada comprensión de la fe bíblica, es posible encontrar cierta familiaridad con los movimientos contemporáneos apenas descritos.

4. Tanto el individualismo neo-pelagiano como el desprecio neo-gnóstico del cuerpo deforman la confesión de fe en Cristo, el Salvador único y universal. ¿Cómo podría Cristo mediar en la Alianza de toda la familia humana, si el hombre fuera un individuo aislado, que se autorrealiza con sus propias fuerzas, como lo propone el neo-pelagianismo? ¿Y cómo podría llegar la salvación a través de la Encarnación de Jesús, su vida, muerte y resurrección en su verdadero cuerpo, si lo que importa solamente es liberar la interioridad del hombre de las limitaciones del cuerpo y la materia, según la nueva visión neo-gnóstica? Frente a estas tendencias, la presente Carta desea reafirmar que la salvación consiste en nuestra unión con Cristo, quien, con su Encarnación, vida, muerte y resurrección, ha generado un nuevo orden de relaciones con el Padre y entre los hombres, y nos ha introducido en este orden gracias al don de su Espíritu, para que podamos unirnos al Padre como hijos en el Hijo, y convertirnos en un solo cuerpo en el «primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29).


[2] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Dominus Iesus (6 de agosto del 2000), nn. 5-8: AAS 92 (2000), 745-749.
[3] Cf. Francisco, Exhort. apost. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), n. 67: AAS 105 (2013), 1048.
[4] Cf. Id., Carta enc. Lumen fidei (29 de junio de 2013), n. 47: AAS 105 (2013), 586-587; Exhort. apost. Evangelii gaudium, nn. 93-94: AAS (2013), 1059; Encuentro con los participantes en el V Congreso de la Iglesia Italiana, Florencia (10 de noviembre de 2015): AAS 107 (2015), 1287.
[5] Cf. Id., Encuentro con los participantes en el V Congreso de la Iglesia Italiana, Florencia (10 de noviembre de 2015): AAS 107 (2015), 1288.
[6] Cf. Id., Exhort. apost. Evangelii gaudium, n. 94: AAS 105 (2013), 1059: «la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos»; Consejo Pontificio de la Cultura –– Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, Jesucristo, portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la “Nueva Era” (enero de 2003), Ciudad del Vaticano 2003.
[7] Francisco, Carta. enc. Lumen fidei, n. 47: AAS 105 (2013), 586-587.
[8] Cf. Id., Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en la peregrinación de la diócesis de Brescia (22 de junio de 2013): AAS 95 (2013), 627: «en este mundo donde se niega al hombre, donde se prefiere caminar por la senda del gnosticismo, […] del “nada de carne” —un Dios que no se hizo carne».
[9] Según la herejía pelagiana, desarrollada durante el siglo V alrededor de Pelagio, el hombre, para cumplir los mandamientos de Dios y ser salvado, necesita de la gracia solo como una ayuda externa a su libertad (a manera de luz, ejemplo, fuerza), pero no como una curación y regeneración radical de la libertad, sin mérito previo, para que pueda hacer el bien y alcanzar la vida eterna.
      Más complejo es el movimiento gnóstico, que surgió en los siglos I y II, y que tiene formas muy diferentes entre ellas. En general, los gnósticos creían que la salvación se obtiene a través de un conocimiento esotérico o "gnosis". Esta gnosis revela al gnóstico su verdadera esencia, es decir, una chispa del Espíritu divino que reside en su interioridad, que debe ser liberada del cuerpo, ajeno a su verdadera humanidad. Sólo de esta manera el gnóstico regresa a su ser original en Dios, del cual se había alejado debido a una caída primordial.


Carta “Placuit Deo” sobre algunos aspectos de la salvación cristiana (01.03.2018): Introducción

Carta “Placuit Deo” de la Congregación para la Doctrina de la Fe a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la salvación cristiana, 01.03.2018

Congregación para la Doctrina de la Fe
 
I. Introducción

1. «Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (cf. Ef 1,9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (cf. Ef 2,18; 2 P 1,4). […] Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación»[1]. La enseñanza sobre la salvación en Cristo requiere siempre ser profundizada nuevamente. Manteniendo fija la mirada en el Señor Jesús, la Iglesia se dirige con amor materno a todos los hombres, para anunciarles todo el designio de la Alianza del Padre que, a través del Espíritu Santo, quiere «recapitular en Cristo todas las cosas» (cf. Ef 1,10). La presente Carta pretende resaltar, en el surco de la gran tradición de la fe y con particular referencia a la enseñanza del Papa Francisco, algunos aspectos de la salvación cristiana que hoy pueden ser difíciles de comprender debido a las recientes transformaciones culturales.

[1] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, n. 2.

martes, 8 de noviembre de 2022

Documentos Pontificios



Sobre el Motu Proprio

Son documentos papales que contienen las palabras "Motu proprio et certa scientia". Significa que dichos documentos son escritos por la iniciativa personal del Santo Padre y con su propia autoridad.  

Ejemplos:

Carta Apostólica dada en forma de Motu Proprio Ad tuendam fidem (1998) de Juan Pablo II, con la cual se introducen algunas normas en el Código de Derecho Canónico y el Código de Cánones de las Iglesias Orientales.

Es conveniente notar que solamente la enseñanza dirigida a toda la Iglesia Universal expresa el Magisterio Ordinario en su sentido pleno. Los discursos Ad limina, dados a los obispos de una región particular y los discursos dados durante las visitas a los diferentes países, no pertenecen, en el mismo grado, al Magisterio Ordinario como aquellos discursos dirigidos a la Iglesia Universal. Sin embargo hay que notar que cuando el Papa enseña, aunque sea a una región particular, frecuentemente se refiere a verdades que con anterioridad pertenecen al magisterio.  

El Papa, con mucha frecuencia, trata cuestiones sociales, económicas y políticas específicas con el propósito de derramar sobre las mismas la luz del Evangelio. Aparte de enseñar ciertos principios morales, también usualmente recomiendan formas de acción práctica. Estas últimas proposiciones merecen respetuosa consideración, pero no llaman al ejercicio del asentimiento religioso de la misma manera que lo exige la enseñanza en fe y moral. Los católicos son libres para presentar soluciones prácticas alternativas, siempre y cuando acepten los principios morales expuestos por el Papa. En todo caso la autoridad del Papa merece profundo respeto.

Por ejemplo, el apoyo de Juan Pablo II para que se de una compensación financiera a las madres que se quedan en el hogar cuidando de los hijos que sea igual a la de otros tipos de trabajos realizados por las mujeres, o su petición de que se cancele la deuda externa de los países del Tercer Mundo, como una forma de aliviar su pobreza masiva, caen dentro de esta categoría. 

Lamentablemente, muchos católicos abusan la libertad para rechazar el magisterio. Hay corazones que sólo buscan reducir al mínimo lo que tienen obligación de asentir y no se abren a toda la sabiduría que Dios otorga a través del Papa. Al final de ese camino, aun lo esencial se va secando y abandonando.



Sobre las Bulas

Desde el siglo VI en adelante, la cancillería papal usó un sello de plomo o de cera para autentificar sus documentos. La bula era inicialmente un tipo de plato redondo que se aplicaba a los sellos metálicos que acompañaban ciertos documentos papales o reales.

Alrededor del siglo XIII, empezó a significar no sólo el sello en sí mismo, sino el documento per-se. Desde ahí hasta el siglo XV, la bula era un término amplio que designaba la mayoría de los documentos papales.

Durante el pontificado de Eugenio IV (1431) comenzó un cambio. Ya existía una delineación de documentos papales, por ejemplo, en el 1265 el Clemente IV escribió a un sobrino y usó, no una bula sino un sello de cera que tenía la impresión del anillo del pescador.

El papa Eugenio IV, efectuó cambios administrativos para remplazar el sistema de bulas con una variedad de documentos, siendo el más notable el "breve apostólico".

Las bulas continuaron siendo utilizadas, sin embargo, en ciertos momentos en conjunción con los breves. Un ejemplo de este caso fue bajo el pontificado de Julio II (1503-1513), quien primero otorgó un breve concediendo la dispensación al rey Enrique VIII de Inglaterra para casarse con Catalina de Aragón y luego otorgó una bula.

Por costumbre la bula tiene una inscripción en la cual el Papa utiliza el título Episcopus Servus Servorum Dei (El Siervo de los Siervos de Dios). Este título fue adoptado por el san Gregorio Magno (590-604). Se popularizó su uso en el 1800.

Una colección de bulas es llamada "bullarium".

Algunos documentos papales reciben el nombre de bula de forma equivocada. Un ejemplo es la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus (1950), promulgada por Pío XII cuando definió el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen a los Cielos. Este documento es llamado frecuentemente con el nombre de "bula".

La Carta Apostólica

Estos documentos son cartas dirigidas a grupos específicos de personas. Pertenecen al Magisterio Ordinario. Cartas Apostólicas son:

• Carta apostólica a los jóvenes del Mundo, Juan Pablo II (1985).
• Carta Apostólica a las Mujeres, Mulieris dignitatem, Juan Pablo II (1988).
• Carta Apostólica a las familias, Juan Pablo II (1994).
• Carta Apostólica Tertio milenio adveniente, Juan Pablo II (1994), 
   sobre la preparación del Jubileo del año 2000.
• Carta Apostólica Dies Domini, Juan Pablo II (1998), sobre el Día del Señor.



Constitución Apostólica

Estos documentos son la forma más común en la que el Papa ejerce su autoridad "Petrina". A través de estas, el Papa promulga leyes concernientes a los fieles. Tratan de la mayoría de los asuntos doctrinales, disciplinares y administrativos. La erección de una nueva diócesis, por ejemplo, se hace por medio de una Constitución Apostólica.

Mientras que al principio, las constituciones apostólicas enunciaban normas legales y continúan siendo principalmente documentos legislativos, tienen ahora frecuentemente un fuerte componente doctrinal. Pertenecen al magisterio ordinario del Papa.

Ejemplos:

Sacrae disciplinae (1983), del Papa Juan Pablo II, en la promulgación del nuevo Código de Derecho 
   Canónico.
Pastor bonus (1988), del Papa Juan Pablo II sobre el ministerio y organización de la curia romana.
Fidei depositum (1992), del Papa Juan Pablo II, en la promulgación del Catecismo Universal de la 
   Iglesia Católica.


¿Qué es una Epístola Encíclica?

Las Epístolas Encíclicas difieren muy poco de las Cartas Encíclicas. Las epístolas son poco frecuentes y se dirigen primariamente a dar instrucciones en referencia a alguna devoción o necesidad especial de la Santa Sede. Por ejemplo: algún evento especial, como el Año Santo.


Sobre las Encíclicas

Del Latín Literae encyclicae, que literalmente significa "cartas circulares". Las encíclicas son cartas públicas y formales del Papa que expresan su enseñanza en materia de gran importancia. Pablo VI definió la encíclica como "un documento, en la forma de carta, enviado por el Papa a los obispos del mundo entero".

Las encíclicas se proponen:

• Enseñar sobre algún tema doctrinal o moral
• Avivar la devoción
• Confrontar errores
• Informar a los fieles sobre peligros para la fe procedentes de corrientes culturales, 
   amenazas del gobierno, etc.

Las cartas encíclicas tienen el valor de enseñanza dirigida a la Iglesia Universal. Sin embargo, cuando tratan con cuestiones sociales, económicas o políticas, son dirigidas comúnmente no solo a los católicos, sino a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Esta práctica la inició Juan XXIII con su encíclica Pacem in terris (1963). 

En algunos casos, como el de la encíclica Veritatis splendor (1993) de Juan Pablo II, el Papa solo incluye en su saludo de apertura, a los Obispos, aunque la doctrina de la encíclica sea para instruir de todos los fieles. Esto tiene su razón de ser en el hecho de que los Obispos son los Pastores que deben enseñar a los fieles la doctrina.

Debido al peso y la verdad que contienen, todo fiel debe concederle a las encíclicas asentimiento, obediencia y respeto. El papa Pío XII observó que las encíclicas, aunque no son la forma usual de promulgar pronunciamientos infalibles, si reflejan el Magisterio Ordinario de la Iglesia y merece ese respeto de parte de los fieles (Humani generis, 1950)

El título que se le da a la encíclica se deriva de sus primeras palabras en latín. Por ejemplo la encíclica de Pablo VI sobre la inmoralidad de la contracepción, se tituló Humanae vitae, (Vida Humana).

Breve historia de las encíclicas:

La encíclica es una forma muy antigua de correspondencia eclesiástica, que muestra la comunión de fe y caridad que existe entre las varias "iglesias", esto es, entre las varias comunidades que forman la Iglesia. En los comienzos de la Iglesia, los obispos enviaban cartas a otros obispos para asegurar la unidad en la doctrina y vida eclesial.

Benedicto XIV (1740-1758), revivió la costumbre, enviando "cartas circulares" a otros obispos. 
   Estas cartas papales tocaban temas de doctrina, moral o disciplina, afectando a toda la Iglesia.

• Con Gregorio XVI (1831-1846), el término "encíclica" se hizo de uso general.

León XIII (1878-1903), excedió por más del doble el número de encíclicas escritas de su predecesor 
   Pío IX (1846-1878), con 75 encíclicas en total. León XIII también cambió el énfasis del tono de las 
   encíclicas, el cual había sido preeminentemente condenatorio y comenzó a esbozar de forma positiva 
   cómo la Iglesia debía responder a los problemas, especialmente en el orden ético-social. León XIII, 
   popularizó las encíclicas como puntos de referencia, no solo para la doctrina Católica pero también, 
   para muchos programas de acción.

Tipos de Encíclicas

De acuerdo a la materia de que tratan, las encíclicas pueden ser:

1. Encíclicas Doctrinales

Desarrollan la doctrina que el Papa propone. Muchas de estas han marcado la vida de la Iglesia. Entre las más recientes están:

• Mistici corporis Christi (1943), del Papa Pío XII, sobre la Iglesia como el Cuerpo Místico de Cristo.
• Divino afflante Spiritu (1943), del Papa Pío XII, promoviendo los Estudios Bíblicos.
Mediator Dei (1947), del Papa Pío XII, sobre la Sagrada Liturgia.
Mysterium fidei (1965), del Papa Pablo VI, sobre la Eucaristía.
Redemptor hóminis (1979), del Papa Juan Pablo II, sobre la redención y la dignidad del hombre.
Dives in misericordie (1980), del Papa Juan Pablo II, sobre la Divina Misericordia.
Dominum et vivifiantem (1986), del Papa Juan Pablo II, sobre el Espíritu Santo 
   en la vida de la Iglesia y del mundo.

Algunas buscan clarificar opiniones teológicas erróneas explicando el error y enseñando la doctrina ortodoxa:

Humani generis (1950), del Papa Pío XII, lidió con falsas opiniones que amenazaban socavar los
  fundamentos de la doctrina Católica.
Humanae vitae (1968), del Papa Pablo VI, reafirmó la enseñanza de la Iglesia sobre la contracepción.
Vertatis splendor (1993), del Papa Juan Pablo II, trata sobre las cuestiones fundamentales de la 
  teología moral, advirtiendo de los peligros presentados por las teorías morales del consecuencialismo 
  y el proporcionalismo. Para combatir estas opiniones, del Papa Juan Pablo II, enfatizó la enseñanza 
  tradicional de que algunos actos, en sí mismos, son "intrínsecamente malos".
Evangelium vitae (1995), del Papa Juan Pablo II, profundizó sobre la enseñanza de la Iglesia acerca 
   de la defensa y dignidad de la vida humana.

Encíclicas sociales

Otros documentos del magisterio ordinario que han tenido un gran impacto en la vida de la Iglesia son las llamadas "encíclicas sociales". Desde el final del siglo XIX, los Papas han formulado una doctrina social que ha enriquecido la tradición de la Iglesia.

• León XIII, Rerum novarum (1891), sobre los problemas del capital y el trabajo.
• Pío XI, Quadragésimo anno (1931), sobre la reconstrucción del orden social.
• Juan XXIII, Mater et magistra (1961), sobre el Cristianismo y el progreso social.
• Pablo VI, Populorum progresio (1967), sobre el desarrollo de los pueblos.
• Juan Pablo II, Laboren exercens (1981),sobre el trabajo humano.
                          Sollicitudo rei socialis (1987), sobre la preocupación social de la Iglesia.
                          Centesimus annus (1991), sobre varias cuestiones de la doctrina social.

2. Encíclicas Exhortatorias

Algunas encíclicas tratan específicamente sobre temas más espirituales. Su propósito principal es ayudar a los católicos en su vida sacramental y devocional. Al no estar enmarcadas en vista a una controversia doctrinal o teológica, estas encíclicas expanden la dimensión del misterio Cristiano, como una ayuda para la Piedad.

Ejemplos de éstas encíclicas son:

• Haurietis aquas (1956) del Papa Pío XII, sobre la devoción al Sagrado Corazón
• Redemptoris mater (1987)del Papa Juan Pablo II, sobre el papel de la Virgen María en la vida 
   de la Iglesia peregrina.

3. Encíclicas Disciplinares

De vez en cuando, hay encíclicas que tratan cuestiones particulares disciplinarias o prácticas. Ejemplos de estas son:

• Fidei donum (1957) del Papa Pío XII, esta comenzó la transferencia de muchos sacerdotes 
   a las tierras de misión.
• Sacerdotalis caelibatus (1967) del Papa Pablo VI, que reafirmó la tradición latina del celibato 
   sacerdotal.

Sobre las Constituciones y Reglas

En la literatura religiosa de los primeros siglos, la palabra "regla" (regula) designa una manera de vivir según un modelo determinado: el de los monjes o el de un maestro espiritual, pero sobre todo y siempre, el de Cristo y de los Apóstoles. 

Gradualmente, la “regla” irá tomando un sentido más formal para aplicarse a un conjunto de textos a la vez espirituales y normativos destinados a organizar y a animar la vida de una comunidad: Reglas de San Basilio, de San Benito, de San Agustín.

Posteriormente, en el s. XVI, los clérigos regulares (jesuitas, teatinos) son aprobados no ya a partir de una regla con el prestigio de santidad de su autor y su duración multisecular, sino a partir de una “fórmula de vida” (formula vitae, forma vivendi) que expresa la inspiración inicial y la experiencia espiritual y pastoral de un pequeño núcleo fundador. 

Pronto esos fundadores pasarán a redactar “Constituciones” que recogerán en forma más completa y sistemática su carisma y la ejecución del mismo. Luego, junto al texto fundamental de las constituciones, irán surgiendo “reglas” que lo explicitarán y lo adaptarán a las circunstancias. Así desde el s. XVII las nuevas congregaciones de votos simples (vicentinos, pasionistas, y más tarde los oblatos de María Inmaculada) establecerán sus «Constituciones y Reglas», aprobadas por la Santa Sede.

El Código de Derecho Canónico de 1983 presenta las constituciones como “el código fundamental” que debe contener las normas esenciales “acerca de la naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada Instituto” (can. 578), y además sobre “su gobierno, la disciplina de sus miembros, la incorporación y formación de éstos, así como el objeto propio de los vínculos sagrados” (can. 587,§ 1). Los demás elementos más móviles, o “reglas” deben recogerse en otros códigos (can.587, § 4).

Si la formulación de una regla o de constituciones emana de la experiencia espiritual de un fundador o de un grupo original de discípulos, suele intervenir la autoridad de la Iglesia para dar un sello de autenticidad a la inspiración divina inicial. “La Jerarquía, siguiendo dócilmente el impulso del Espíritu Santo, admite las reglas propuestas por varones y mujeres ilustres, las aprueba auténticamente después de haberlas revisado y asiste con su autoridad vigilante y protectora a los Institutos erigidos por todas partes para edificación del Cuerpo de Cristo, con el fin de que en todo caso crezcan y florezcan según el espíritu de los fundadores”.

La aprobación de la Iglesia, en los comienzos del monaquismo y de otras formas de vida consagrada, era dada por el obispo cuya autoridad se unía a veces a la del fundador y redactor de la regla. Vemos que después intervienen los concilios, y en oriente el poder secular, estableciendo normas que han de observar todos aquellos y aquellas que se comprometen con votos al seguimiento de Cristo. 

Más tarde, ya en el siglo IX y más frecuentemente desde el s. XII, se desarrolla la institución de la “protección pontificia” y la dependencia directa de la Santa Sede otorgada a los monasterios para sustraerlos de la sujeción a los señores temporales y a ciertos obispos, y permitirles así conseguir mejor sus fines. En adelante, la legislación oficial de los religiosos emanará ya sea de los papas, ya de los concilios, y la aprobación pontificia vendrá a reconocer la autenticidad del carisma fundador, a garantizar la legitimidad de las fundaciones y la conformidad de las reglas con la legislación de la Iglesia.

La aprobación de la Santa Sede tomó en el pasado formas más o menos solemnes: bula, breve, decreto. Al extender así su «protección» a las congregaciones religiosas, la Santa Sede acentuaba la dependencia en que aquéllas estaban respecto de ella y la necesidad de que los institutos revisaran periódicamente sus constituciones según la evolución del derecho común de la Iglesia: esto sucedió especialmente tras la promulgación del Código de 1917 y a raíz del concilio Vaticano II y de la revisión del Código en 1983. 

A continuación de la Lumen Gentium donde el concilio ponía de relieve el significado teológico y eclesiológico de la vida religiosa, el decreto Perfectae caritatis invitaba a los religiosos a efectuar una renovación adaptada que comprendiera “a la vez, un retorno constante a las fuentes de toda vida cristiana y a la primigenia inspiración de los institutos y una adaptación de éstos a las cambiadas condiciones de los tiempos”.

En 1966, el motu proprio Ecclesiae sanctae daba directrices concretas para llevar a cabo esa reforma, directrices que llevarían a eliminar elementos de las constituciones caídos en desuso y a adaptar “la manera de vivir, de orar y trabajar […] a las actuales condiciones físicas y psíquicas de los miembros y, en cuanto lo requiere el carácter de cada instituto, a las necesidades del apostolado, a las exigencias de la cultura, a las circunstancias sociales y económicas, en todas partes, pero señaladamente en los lugares de misiones”.

Por encima de todo, estas directrices de la legislación posconciliar quieren poner de relieve la realidad profunda del seguimiento de Cristo y mostrar cómo las normas concretas que rigen la vida religiosa emanan de consideraciones teológicas y espirituales. Por su parte, la autoridad eclesial afirma ahí su deber de velar por la fidelidad de las constituciones al carisma de los fundadores, pues éste es un don otorgado no solo a una familia religiosa particular sino a la Iglesia entera, de la cual es uno de los frutos más preciosos.

viernes, 23 de septiembre de 2022

Escritores anti-maniqueos



San Efrén (306-373) tiene un tratado contra los maniqueos. 

Heracleón de Calcedonia dice que Hegemonio fue el autor del Acta disputationis Archelai episcopi Mesopotamiae et Manetis haeresiarchae. Esta importante obra sobre el maniqueísmo, escrita en griego o quizás en siríaco, entre 300 y 350 d.C., nos ha llegado en una traducción al latín, aunque existen fragmentos en griego. Contiene una disputa imaginaria entre Arquelao, obispo de Charcar, y Manes. La disputa es un artificio literario y la obra se considera una autoridad contra el maniqueísmo.

Alejandro de Licópolis publicó un tratado corto contra el maniqueísmo.

San Jerónimo menciona a Serapión de Thmuis (c. 350) por su obra contra los maniqueos.

Tito de Bostra (374) publicó cuatro libros contra los maniqueos, dos que contenían argumentos a partir de la razón y dos argumentos de la Escritura y teología contra la herejía. Nos han llegado completos solo en una versión siríaca, pero parte del original en griego está publicado en la Analecta Sacra de Pitra.

San Epifanio de Salamina dedicó su obra Adversus Haereses (escrita alrededor del 374) sobre todo a refutar el maniqueísmo.

Teodoreto de Chipre (458) en De haereticorum fabulis, da una exposición del maniqueísmo.

Dídimo el Ciego, presidente de la escuela catequética en Alejandría (345-395), escribió un tratado en dieciocho capítulos contra los maniqueos.

San Juan Damasceno (c. 750) escribió un Diálogo contra Maniqueos y una breve Discusión de Juan el Ortodoxo con un Maniqueo.

Focio (891) escribió cuatro libros contra los maniqueos y es un testigo de la fase pauliciana del maniqueísmo. 

Pablo el Persa (c. 529) Disputa con Fotino el Maniqueo

Zacarías Rhetor (c. 536), Siete tesis contra los maniqueos.

Heracliano (c. 510) escribió veinte libros contra los maniqueos.

Entre los escritores latinos, el principal es san Agustín con: De utilitate credendi; De moribus Manichaeorum; De duabus animabus; Contra Fortunatum; De actis cum Felice, De Natura Boni, Contra Secundinum, Contra Adversarium Legis et Prophetarum; De Genesi contra Manichaeos.

Ambrosiastro (370-380): por sus comentarios sobre las Epístolas de San Pablo y sus Quaestiones V. et N. Testamenti.

Marco Victorino (380), Ad Justinum Manichaeum.


Escritores maniqueos



El maniqueísmo, al igual que el gnosticismo, fue una religión intelectual que despreciaba la simplicidad e ignoracia de la mayoría. Profesaban la salvación a través del conocimiento y la ignorancia era un pecado

El maniqueísmo fue literario y refinado. Su fundador fue un escritor prolífico al igual que muchos de sus seguidores. De su producción literaria hoy existen sólo fragmentos. No nos ha llegado ningún tratado maniqueo completo. Manes escribió en persa y arameo babilónico, usando ambos lenguajes con igual facilidad. Nos han llegado siete títulos de obras suyas:

"Shapurakan", es decir, "Principesco", porque estaba dedicado a Peroz, el hermano de Sapor I (escrito en sirio). Era una especie de escatología maniquea, que trataba en tres capítulos sobre la disolución de los oyentes, los elegidos y los pecadores. Fue escrita alrededor del año 242 d.C.

• El Libro de los Misterios, de carácter polémico y dogmático.

• El Libro de los Gigantes, probablemente sobre figuras cosmogónicas.

• El Libro de Preceptos para Oyentes, con un apéndice para los elegidos.

• El Libro del Dador de Vida, escrito en griego.

• El Libro de Pragmateia, cuyo contenido es desconocido.

• El Evangelio, escrito en persa, cuyos capítulos comenzaban con las letras del alfabeto.

Además de estas obras más extensas, se enumeran no menos de setenta y seis cartas o tratados breves, pero no siempre está claro cuáles son de Manes y cuáles de sus sucesores. 

La Epístola Fundamenti, conocida por los escritores latinos, es probablemente el Tratado de los Dos Elementos en las fuentes árabes. Esta obra es citada muchas veces por san Agustín en su refutación. 

De los escritores maniqueos nos han llegado los siguientes nombres: Agapio (Focio, Cod. 179), de Asia Menor; Aftonio de Egipto (Filostorgio, "Hist. Eccl.", III, 15); Fotino refutado by Pablo el Persa (Mercati, "Per la vita de Paulo il Persiano"); Adimanto, refutado por Agustín.

sábado, 17 de septiembre de 2022

Teólogo más influyente de su tiempo

Roberto Belarmino llegó a ser reconocido como el "martillo de los herejes"


Las Controversias no agotan la actividad de Belarmino. Cuatro meses vive en Nápoles, ayudando al P. Alfonso Salmerón, uno de los primeros compañeros de san Ignacio, en la edición de los veinte tomos de sus obras.

Coopera con el papa Gregorio XIII en la reforma del Calendario, en la corrección del Martirologio y toma parte en la edición de la Vulgata y el Ritual Romano. Es miembro de la comisión para la reforma del Breviario.

Interviene como teólogo en la defensa de la Santa Sede durante la controversia por los privilegios invocados por España respecto a la autoridad religiosa del Reino de Sicilia. Igualmente en la discusión sobre el Sacro Romano Imperio con los príncipes alemanes.

En la Compañía de Jesús interviene directamente en la redacción de la Ratio Studiorum o Normas por las cuales se rigen los Estudios en los Colegios Jesuitas.

Revisión final de la Vulgata

Roberto Belarmino formó parte de la comisión final para la revisión del texto de la Vulgata. La revisión había sido requerida por el Concilio de Trento. Los papas posteriores al Concilio habían trabajado sobre el texto y casi habían llegado a completarlo. Sixto V, que no estaba capacitado en esta rama de la crítica, había introducido alteraciones que habían deteriorado el texto bíblico y lo había distribuido parcialmente junto con la Bula para imponer su uso. Pero el Papa murió antes de su promulgación y, finalmente, el texto fue retirado de la circulación. La dificultad consistía en cómo sustituir la defectuosa impresión con una edición más correcta sin desacreditar a Sixto V. Belarmino propuso que la nueva edición llevara el nombre del papa Sixto V, con una explicación preliminar. La sugerencia fue aceptada y Belarmino escribió el prefacio.

Posible cisma en Francia: 
el asedio de París (1589)

El P. Belarmino acompaña en calidad de teólogo al Cardenal Enrique Gaetani para analizar en París la situación religiosa y evitar el cisma que podía producirse después del asesinato de Enrique III y la subida al trono de Enrique IV de Navarra, entonces protestante y protector de los hugonotes. Fueron seis meses de gran tensión. Los católicos franceses estaban divididos y Roberto sufre no el asedio de París por las tropas del rey de Navarra sino también por la búsqueda de una solución para Francia.

En Francia le llegan noticias de que Sixto V, que había aceptado escribir la dedicatoria de su "De Controversiis", había propuesto poner su primer volúmen en el Index de Libros Prohibidos. El Papa había descubierto que Belarmino asignaba un poder indirecto (en lugar de directo) sobre los asuntos temporales a la Santa Sede. Belarmino, cuya lealtad al Papa estaba fuera de duda, acogió con pena este amago de condena que no se produjo debido al fallecimiento de Sixto V. El nuevo papa, Gregorio XIV, concedió a la obra de Belarmino la distinción de una especial aprobación.

Rector del Colegio Romano (1592)

El 18 de diciembre de 1592 es nombrado Rector del Colegio Romano, el más importante de la Compañía de Jesús. Para él es una sorpresa, a pesar de haber vivido en él durante dieciséis años. Acepta esa obediencia con su habitual docilidad y desde el principio establece las características de su gobierno: ser el padre y el servidor de todos.

El Colegio Romano progresa enormemente. Belarmino se preocupa de una manera especial de los estudios, de la biblioteca, las cátedras y la vida espiritual. La alegría comunitaria, la convivencia entre las diversas nacionalidades, los sentimientos de fidelidad a la Iglesia y a la Compañía progresan llamativamente. El mérito de Belarmino se aprecia si consideramos que el Colegio Romano tiene 20 profesores, 200 estudiantes jesuitas y 2.000 alumnos de otras órdenes religiosas. El prestigio del rector aumenta. En Roma comienza a correr el rumor de que el Papa piensa hacerlo cardenal.

Provincial de Nápoles (1594)

El Superior General, Claudio Acquaviva, decide alejarlo de Roma y de la púrpura. Lo nombra Provincial de Nápoles a principios de noviembre de 1594. Nueve cardenales se quejan al Papa. Clemente VIII se molesta y lo hace comunicar al Padre General. El asunto se demora hasta que el P. Acquaviva habla con el Papa, quien deja todo en las manos del General.

El 1 de diciembre ya está Belarmino en Nápoles. Gobierna con prudencia, espíritu y caridad, como dijo de él el P. General. Pone especial cuidado por los estudios de literatura y teología. Hace dos veces la visita general a todas las Casas de la Provincia. Construye la Iglesia de Jesús Nuevo en Nápoles y funda un nuevo Colegio en Aquila.

Son muy conmovedoras las visitas al Colegio de Lecce, donde vive desde hace 42 años san Bernardino Realino. Ambos jesuitas saben comprenderse muy bien.

Teólogo del Papa (1597)

En enero de 1597, el P. Belarmino es llamado de improviso a Roma. El papa Clemente VIII busca al sucesor del P. Francisco de Toledo, su teólogo y consejero, recientemente fallecido. El oratoriano César Baronio presenta el nombre de su amigo Belarmino. El General P. Claudio Acquaviva no puede hacer otra cosa sino aceptar la petición del Papa. Se le nombra teólogo pontificio y consultor del Santo Oficio. Belarmino insiste en no vivir en los Palacios Apostólicos y se traslada a la casa de los Penitenciarios confiada entonces a la Compañía de Jesús y situada junto a la plaza de San Pedro. 

Catecismos (1598):

En este tiempo escribe por encargo del Papa una de sus obras de mayor difusión: el Catecismo, el grande y el pequeño. En julio de 1598 sale de la imprenta, acompañado de un Breve de Clemente VIII. 

El Papa lo recomienda para todas las diócesis, imponiéndolo en los Estados Pontificios. La rapidez con que es adoptado por los Obispos de diversos países hace pensar a muchos que muy pronto llegaría a ser el Catecismo universal de la Iglesia Católica. Tal vez ningún libro, excepto los Evangelios y la Imitación de Cristo, tiene tantas traducciones. Se cuentan 56, en lenguas distintas.

En Ferrara con Clemente VIII

En 1598 acompaña a Clemente VIII a Ferrara a tomar posesión del ducado que debe volver a la Santa Sede después de la muerte del duque Alfonso II pues no ha dejado herederos legítimos. 

Por encargo del Superior de la Compañía, Belarmino trata con el Papa asuntos relacionados con la controversia De Auxiliis suscitada por el libro del P. Luis de Molina sobre la Gracia. También sobre los detalles de la crucifixión de los mártires japoneses, recientemente ocurrida, y los motivos religiosos y no civiles de esas muertes. 

Logra la benevolencia papal respecto a la situación de la Compañía de Jesús en Francia y detiene la formación de una Compañía de jesuitas descalzos en España. En todos estos asuntos cuenta con la ayuda de su amigo el cardenal César Baronio.

A su regreso a Roma el Superior de la Compañía pide y obtiene permiso del Papa para nombrar a Roberto, rector de la casa de los Penitenciarios.

Juicio contra Giordano Bruno

Por encargo de Clemente VIII califica teológicamente las opiniones y sentencias contenidas en las obras de Giordano Bruno. Belarmino trata este asunto con caridad y paciencia. Visita a Giordano Bruno varias veces en la prisión y prolonga los plazos para que pueda reconsiderar sus opiniones contra la Eucaristía, la virginidad de María, los milagros de Cristo y la transmigración de las almas. La suavidad del P. Belarmino espera una muestra de arrepentimiento.

En el Colegio Romano: la Cátedra de las Controversias (1576)

En el Colegio Romano:
lecciones en la Cátedra de Controversias (1576)

El P. Everardo Mercuriano, el nuevo General, decide llamarlo a Roma y lo destina al Colegio Romano. Emprende el viaje el 1 de septiembre de 1576. En el regreso se detiene en Montepulciano y visita a su ya anciano padre. También llora junto a la tumba de su querida madre, que había muerto el 3 de junio del año anterior. Roberto llega a Roma a fines del mes de septiembre.

El papa Gregorio XIII es el sucesor de san Pío V. El pontífice emprende la tarea de afianzar la fe católica en los países protestantes. Hace subir a cien, después a ciento cincuenta, el número de los alumnos alemanes del Colegio Germánico de la Compañía de Jesús y establece las rentas necesarias para su sustento. 

Para la formación del clero de Inglaterra y Gales, Gregorio XIII funda el Colegio Inglés. Todos los alumnos deben asistir a clases en el Colegio Romano. El P. Roberto Belarmino es designado por el mismo pontífice para dictar las lecciones en una cátedra de Controversias.



Las Controversias

El P. Belarmino tiene tal éxito en sus clases que los Superiores le ordenan imprimir sus lecciones. Escribe de su propio puño y letra todas las páginas. Este es el origen de su obra Las Controversias. "Disponga Ud., P. General, como quiera. A mí me basta con haber obedecido". La edición definitiva se presenta en cuatro gruesos volúmenes. 

Las Controversias son la obra maestra de san Roberto Belarmino. Son una defensa de la Iglesia Católica: de su constitución, del Papado y de su doctrina. Punto por punto se refutan todas las doctrinas protestantes. El éxito de esta obra es extraordinario. 

En los treinta años siguientes se publican veinte ediciones. En Alemania y en Inglaterra, los protestantes se esfuerzan en refutarlas. Su lectura y estudio producen numerosas conversiones. La clave del éxito está en la enorme erudición de Belarmino y en su afán por encontrar y mostrar la verdad. Sus textos sobresalen por su coherencia y planificación expositiva, piedad y respeto por las cosas de la Iglesia, amor al Papado y, en especial, el suave trato hacia los adversarios herejes. 

Quienes vivieron con el P. Belarmino en el Colegio Romano hablan de su amor a las virtudes religiosas. En su aposento no hay nada superfluo. En su reclinatorio, tan sólo una estampa de papel. Tiene un enorme aprecio a los libros pero a medida que no los necesita los devuelve a la biblioteca. 

Otra de sus virtudes preferidas es la humildad. Son muchos los que atestiguan acerca de su ayuda en el comedor, lavando los platos de la comunidad.

sábado, 10 de septiembre de 2022

Textos mandeos


 
La literatura mandea muestra similitudes con la secta de los setianos, con los gnósticos de Baruc (citados por san Justino), con los naasenos (ofitas) y, sobre todo, con los marcosianos (todos sectas gnósticas). Eran similares en su doctrina a los maniqueos y unían elementos del pensamiento cristiano con las ideas gnósticas.

Los escritos principales de los mandeos son: 

El Tesoro de Ginza, llamado también El gran libro y, en Europa, Libro de Adán. Comprende dos partes principales: Ginza de derecha (compuesto por dieciocho opúsculos de mitología y cosmología) y Ginza de izquierda o Libro de las almas (que trata de la ascensión del alma al reino de la luz; sus himnos son recitados en la misa de difuntos o masiqta).

El libro de Juan, o Libro de los ángeles: colección de 37 obras, de contenido principalmente mitológico, en el que destaca un opúsculo sobre Juan el Bautista y otro referente a la llegada de un mensajero celestial (Amos) a Jerusalén.

Qolastä (=Antología), también llamado Cantos e himnos para el bautismo y la ascensión: un libro de himnos religiosos, cantos y oraciones acompañados de las instrucciones para los ceremoniales del bautismo y la misa de difuntos, dos de los ritos más importantes de esta religión.

Otros escritos importantes

• Los llamados Rollos secretos, publicados por E. S. Drower (Ciudad del Vaticano, 1950): 
   se trata de una descripción de la esfera demoníaca de los planetas

• El Diván de la gran revelación, llamado también The Haran Gawaita y El Bautismo de Hibil-Ziwa.

Las Mil y doce cuestiones: compilación destinada a los religiosos y novicios.

• Un ritual para ordenación (o coronación) de sacerdotes.

• Un tratado de astrología

• Los rituales del bautismo y del matrimonio 

• Comentarios nasoreanos: en dos partes: el Primer gran mundo y el Primer pequeño mundo.


miércoles, 7 de septiembre de 2022

La obra literaria de san Hipólito de Roma


San Hipólito escribió desde los alrededores del año 200 hasta el 235 en que murió. Por la temática y la forma de sus escritos, por los autores que muestra haber leído, y por sus posiciones teológicas, es un escritor de mentalidad griega que vive y escribe en Roma. Parece que había mantenido una especial relación con Alejandría. 

Hipólito es el último escritor que emplea el griego en Roma. El creciente desuso y desconocimiento de esta lengua en la Sede Romana se da como una de las razones que explicarían la pérdida del original griego de la mayoría de sus obras, tan numerosas quizá como las de Orígenes.

Hipólito, claramente contrario al modalismo que recientemente se había propagado en Roma, se acerca inclina peligrosamente al subordinacionismo, con una doctrina del Logos que no es ortodoxa. 

El modalismo entendía las tres personas divinas como tres manifestaciones o modos de Dios, de manera que no habría distinción real entre ellas; mientras que el subordinacionismo sostenía, con diversos matices, que el Hijo es inferior al Padre y le está subordinado.

De suma importancia es el fragmento de una estatua de mármol descubierta en 1551 y que se conserva en el Museo de Letrán. El ciclo pascual computado por Hipólito y una lista de sus obras fue grabada sobre los lados de la silla donde aparece la figura de Hipólito; el monumento data del siglo III.





Hipólito fue el teólogo más importante y el escritor religioso más prolífico de la Iglesia Romana en la época anterior a Constantino. Sin embargo, muchas de sus obras se han perdido o son conocidas sólo a través de fragmentos dispersos. Otras han sobrevivido en antiguas traducciones a lenguajes orientales y eslavos; otros escritos están libremente interpolados. 

El hecho de que Hipólito escribiera en griego hizo inevitable que cuando este lenguaje ya no se entendía en Roma, los romanos perdieran interés en sus escritos, mientras que en Oriente fueron leídos por mucho tiempo e hicieron famoso a su autor. 

Sus obras tratan sobre varias ramas de la teología, como se pone de manifiesto en la mencionada lista del monumento, en la obra de Eusebio de Cesareasan Jerónimo y de autores orientales.

El descubrimiento en 1851 del Philosophumean hizo también posible aclarar el período más importante de la vida de Hipólito, y al mismo tiempo examinar y corregir los relatos de la antiguedad que teníamos de él. Procedemos sobre la suposición de que Hipólito fue realmente el autor de esta obra, una hipótesis aceptada casi universalmente por los investigadores modernos.

La Tradición Apostólica

Hipólito escribió una obra de importancia fundamental para el conocimiento de la liturgia romana, conocida con el nombre de Tradición apostólica, contiene el más antiguo ritual con reglas fijas para la celebración de la Eucaristía, la ordenación sacerdotal y episcopal, etc. 

Durante mucho tiempo se la consideró perdida, hasta que a principios del siglo xx se demostró que lo que se conocía con el nombre de Constitución de la Iglesia egipcia era la traducción a las lenguas copta y etiópica de la Tradición apostólica de san Hipólito. Este texto contiene la más antigua plegaria eucarística que ha llegado hasta nosotros.

Tratados exegéticos

San Hipólito escribió comentarios sobre varios libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. Muchos sólo existen en fragmentos. El comentario sobre el Cantar de los Cantares, sin embargo, ha sido conservado íntegro; así como el comentario al Libro de Daniel en cuatro volúmenes. 

Ocho de sus obras, conocidas por sus títulos, tratan de asuntos dogmáticos y apologéticos, pero sólo una nos ha llegado completa en el original griego: Sobre Cristo y el anticristo ("De Antichristo", ed. Achelis, op. cit., I, II, 1 ss.); se han conservado fragmentos de otras obras.

Philosophumena

De sus polémicas contra los herejes, la obra más importane es la Philosophumena, cuyo título original es Una Refutación de Todas las Herejías

El primer libro se conoce desde hace tiempo; los libros IV a X, que fueron descubiertos poco tiempo antes, fueron publicados en 1851. Pero faltan los primeros capítulos del libro IV y los libros II y III completos. Los primeros cuatro libros tratan de los filósofos helénicos; los libros V al IX tratan sobre la exposición y refutación de las herejías cristianas, y el último libro contiene una recapitulación. 

Esta obra es una de las más importantes fuentes para la historia de las herejías de la Iglesia durante los primeros siglos junto con Adversus Haereses de san Ireneo.

Otras obras

Un tratado más corto contra las herejías titulado Sintagma, escrito por Hipólito en una fecha anterior, se descubre a partir de adaptaciones posteriores.

Hipólito escribió una tercera obra contra las herejías llamada el Pequeño Laberinto. Además, Hipólito escribió monografías contra Marción, los Montanistas, el Alogi y Cayo. De estas obras sólo tenemos fragmentos. Hipólito también produjo un ciclo pascual, así como una crónica del mundo que fue usada por cronistas posteriores. 

San Jerónimo menciona una obra de Hipólito sobre derecho canónico. Se han conservado tres tratados sobre derecho canónico con el nombre de Hipólito: las Constitutiones per Hippolytum, la Ordenanza de la Iglesia Egipcia, en copto, y los Canones Hippolyti. De estas obras, las dos primeras dos son espurias, y la última es con toda probabilidad del siglo V o al VI.

+ SOBRE SAN HIPÓLITO DE ROMA