viernes, 30 de agosto de 2013

22 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo C, por Julio González, S.F.



Comentario por Julio González, S.F.

La palabra de Dios que escuchamos este domingo nos llama a ser humildes. Vivimos en una cultura en la que la humildad no parece que sea importante. A muchos de nosotros nos gusta el aplauso, el reconocimiento, la admiración de los demás. Eso nos hace sentir muy bien. Y esto se debe a que hemos crecido en la cultura del halago, del como yo no hay nadie

Hay un orgullo sano que es necesario para desarrollar nuestros talentos. Pero hay también un orgullo malo que nos hace creernos mejores que los demás y que cada uno tiene lo que se merece. Esta manera de ser no nos acerca a Dios sino que nos aleja de Él.

Algunos hermanos han dividido el mundo en buenos y malos. Sabios y necios. Fuertes y débiles. Ricos y pobres. Estos hermanos no entienden a Jesús. Porque Él, siendo Dios, se ha hecho hombre, siendo libre se ha hecho esclavo, siendo santo come con los pecadores, siendo el primero escoge los últimos lugares y siendo inocente acepta morir como un criminal: crucificado.

La Iglesia es humilde o no es de Cristo. La fe comienza por darnos cuenta de lo bueno que es Dios al perdonar nuestros errores, debilidades, pecados, en la cruz de su Hijo Jesucristo. Todo lo bueno que hagamos que no sea para que otros vean lo bueno que somos sino para que quienes todavía no conocen al Señor puedan a través de nuestra bondad acercarse a él.

Miren, al Señor no lo encontramos en la posada de Belén sino en un establo. No lo encontramos en el palacio de los reyes o del Sumo Sacerdote, sino en el hogar de Marta, María y Lázaro. Jesús no escogió la vida de los "señores" sino la del que está de paso: la vida del peregrino, del exiliado, del emigrante.

Por eso, nosotros no debemos buscar privilegios o primeros puestos sino la humildad de nuestro Señor entre los menos afortunados. Dios quiere que pongamos sus talentos al servicio de los demás, en primer lugar, de los enfermos, de los que se han perdido por el camino, de esos a los que algunos han puesto la etiqueta de pecadores sin aplicársela a ellos mismos.

Que así sea.

DOMINGO DE LA 22 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo C, por Mons. Francisco González, S.F.



Comentario por Mons. Francisco González, S.F.

Estamos en el vigésimo segundo domingo del tiempo ordinario y seguimos acompañando a Jesús en ésta, su segunda etapa del viaje a Jerusalén. El Maestro sigue con sus enseñanzas sobre la salvación cristiana y hoy precisamente nos habla del comportamiento en la mesa, en la “mesa del Reino”. Consejos que encontramos en los dichos del sabio que nos habla a través del Libro del Eclesiástico.

Es interesante ver, especialmente en el evangelio de San Lucas, cómo Jesús imparte muy profundas y prácticas enseñanzas durante las diferentes comidas que él tiene con la gente. En ocasiones él es el invitado, en otras, el anfitrión, pero siempre Él es el maestro, El Maestro.

Hoy, a pesar de todo el progreso que ha conseguido la humanidad, no sabemos comer, perdón, no sabemos o estamos perdiendo el verdadero significado de “sentarse a la mesa”. Con ese invento tan práctico por un lado y tan pernicioso por otro, el “fast-food”, nos olvidamos o no encontramos el tiempo necesario para unas comidas relajadas, donde no solamente alimentamos el cuerpo, pero también el espíritu. El plato fuerte de toda comida, creo debería ser la conversación. La comida, como muy bien se ha dicho, tiene que ver más con los comensales que con el mismo alimento que se ofrece.

Jesús está observando cómo los invitados buscan los primeros puestos en la mesa. Tal vez hubo algún que otro codazo o empujoncito para conseguir el puesto anhelado. El Maestro les aconseja que no lo hagan, pues si el dueño de la casa desea dar dicho puesto a otro, tal vez te haga levantar y tengas que irte al final de la mesa, y vete a saber si hay algún lugar vacío. La vergüenza que vas a pasar va a ser de lo más penoso. El comportamiento contrario por parte del invitado, le puede muy bien traer honor y gloria.

Jesús recuerda también al anfitrión que cuando dé estas fiestas, se acuerde de invitar “a los inválidos, a los cojos, a los ciegos”. Este grupo no podrá pagarle y ahí está el mérito para él, pues compartir con los que ya tienen hay el peligro de hacerlo con segundas intenciones y no por pura generosidad.

Reflexionando sobre esta escena evangélica dá la impresión que las cosas no han cambiado tanto. Esas conversaciones de Jesús se pueden tener y son aplicables hoy día a gran parte de nuestro comportamiento.

La humildad a nivel personal y comunitario, no digo que brille por su ausencia, pero tampoco hay gran abundancia: honores y primeros puestos siguen siendo un menú muy apetecible, deseado y buscado. ?Por qué será? Al fin y al cabo el sabio del Eclesiástico (1º lectura) es bien claro: “Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios”.

Al hablar de humildad es importante aclarar que no hablamos de mojigatería, sino de esa realidad que es el ejemplo que nos dá el Señor “que siendo Dios se hace uno de nosotros”.

Casiano Floristán, gran teólogo y liturgista, aplicando este pasaje del evangelio a nuestras celebraciones, dice: “La asamblea cristiana está abierta a todos, pero con preferencia por los pobres, lisiados, cojos y ciegos. El último puesto es el mejor, y el peor es el primero. Mejor dicho: sólo se puede presidir desde la humildad y la justicia, desde la igualdad y la caridad”.

Has preparado, Señor, tu casa a los desvalidos. (Salmo 64)

sábado, 24 de agosto de 2013

21 DOMINGO EL TIEMPO ORDINARIO, C, por Mons. Francisco González, S.F.




Comentario de Mons. Francisco González, SF

La primera lectura nos trae un mensaje de esperanza para el mundo entero. Verán la gloria de Dios no solo aquel primer pueblo elegido, sino también los paganos, pues va a reunir a las naciones de todas las lenguas. De entre todos ellos elegirá sacerdotes y levitas. El Señor destruye, aborrece todo lo que sea fronteras, todo lo que sean murallas que separan unos de otros, desea que todos vayan a él, como hermanos y de la forma que sea, anuncia que hasta el Monte Santo de Jerusalén vendrán a traer ofrendas al Señor, llegarán a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios. Todos y de todas partes como única familia del Dios creador.

El evangelio de este domingo vigésimo primero nos presenta a Jesús camino de Jerusalén y que mientras camina va enseñando, va tratando de convertir a la gente y que pasen de una religión, por decirlo de alguna forma, a comprometerse con el reino de Dios, que eso es lo que ha predicado desde el comienzo de su vida pública/misionera.

En esta ocasión se le acerca uno de entre la gente y que parece estar un tanto preocupado con los números: ¿serán pocos los que se salven? Todavía seguimos contando, tal vez porque sea lo más visible y lo más sencillo, y sin embargo no es lo más importante. Siempre estamos averiguando cuántos entran a la Iglesia en la Vigilia Pascual, cuántos asisten a misa, cuántos nos han dejado, etcétera.

Habrá en algún momento la necesidad de preguntarnos, digo yo, si los que entran se quedan, y si se van sería bueno, en lo posible, preguntarles el por qué. Sin duda alguna que Dios quiere la salvación de todos, esas distinciones que nosotros hacemos no afectan su plan salvífico. Lo que si lo afecta, si queremos ir al meollo de la cuestión, es la actitud que nosotros desarrollemos ante su propuesta. El entrar por la "puerta estrecha", no se refiere al tamaño de la misma, sino al compromiso, incluido sacrificio, de seguir a Jesús con todas las consecuencias.

Algunos queremos exigir nuestra salvación basado en el haber hecho cosas extraordinarias, como nos cuenta el evangelio de los que clamaban haber hecho milagros, de haber comido y bebido con el Maestro, de haber predicado y dado clases de catecismo o teología. Si eso es todo, es posible que oigamos esa terrible respuesta del Señor: "No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados."

Lo que nos pide Dios para poder entrar en el cielo es pasar por la puerta, que no es otra que el mismo Jesús, y lo que él nos pide, como muy bien nos dice Pagola: "No es rigorismo legalista, sino amor radical a Dios y al hermano". Eso sí que es "puerta estrecha". En nuestra sociedad nos centramos cada uno en uno mismo, todo lo quiero para mí, y no me abstengo de nada que me haga sentir bien, disfrutar y mandar: "ancha es Castilla", como dice algunos.

La salvación, mi salvación no va a depender de todas esas cosas externas que yo hice, pues las pude hacer para que me vieran, para impresionar a los demás, para tener la oportunidad de una foto con este o aquel personaje, o de una invitación a aparecer en un programa de televisión. Mi salvación depende, en primer lugar, en esa gran misericordia de Dios, y en mi respuesta al llamado para seguir y ser discípulo de Jesús, llegando a beber de su cáliz y recibir su bautismo, llegar a ser su testigo todos y cada día de nuestra vida, subiendo con él al altar del sacrificio abrazados a él en la cruz, como nos recordaba el papa Francisco en la primera misa después de su elección.

Todo lo que hagamos debe hacerse en el nombre del Señor, para gloria de él y el bien de nuestros hermanos. El hecho de que lleguemos puntualmente primeros al banquete, no significa que vamos a sentarnos en la presidencia, tal vez ese puesto se lo den a los que llegaron tarde, a los que llegaron los últimos porque se habían entretenido ayudando a un pobre malherido que se habían encontrado en el camino.

Lo que Jesús nos pide... 'no es rigorismo legalista, sino amor radical a Dios y al hermano' 

viernes, 23 de agosto de 2013

Significado de Sahumerio



Acción o efecto de sahumar. Humo que produce una materia aromática que se echa en el fuego para sahumar.

Significado de Sahumador





Vaso para quemar perfumes.

Significado de Sahumar



Dar humo aromático a una cosa a fin de purificarla para que huela bien.

Significado de Superstición


La palabra superstición viene del latín superstitio, superstitionis. Se trata de un nombre formado con el prefijo super- y la raíz del verbo stare, que significa “estar en pie”, con el sufijo -tion de acción o efecto.

La palabra latina se refiere a lo que persiste en la mente de las gentes como elemento sobreañadido a la realidad. Su significado abarca las creencias extrasensoriales, los tabúes y todo tipo de supercherías populares.

Según los teólogos del siglo XVI-XVII, la superstición consiste en "atribuir cualesquiera efectos a causas que no pudieran producirlas". Sto. Tomás, aprovechando manifestaciones de Cicerón, la definió como "vicio opuesto por exceso a la religión, por el cual se presta un culto indebido a quien no se debiera".

Significado de Tabernáculo





Del latín tabernáculum: tienda de campaña y, sobre todo, la tienda del encuentro entre Dios y el hombre. El Tabernáculo o Tienda del Encuentro era el punto de referencia del pueblo de Israel durante la travesía del desierto. Para los cristianos, la verdadera tienda o punto de encuentro entre Dios y el hombre es Jesucristo.

El tabernáculo, llamado en hebreo mishkán ("morada"), fue el santuario móvil construido por los Israelitas bajo las instrucciones de Dios dadas a Moisés en el Monte Sinaí.

Significado de Teleología

Del griego telos, que significa meta, fin, propósito, y logos, que significa razón, explicación.

Doctrina que considera el universo, no como una sucesión de causas y efectos, sino como un orden de fines que las cosas tienden a realizar. Se opone al mecanicismo en que mientras éste afirma el dominio de la ciega necesidad, la teleología sostiene el dominio de la razón y la finalidad.

Teleológicamente: finalísticamente.

Significado de IHS






El monograma IHS es una modificación de IHΣ, que son las tres primeras letras del nombre Jesús en griego (Iησους).

Su uso se remonta a las inscripciones mortuorias de los primeros cristianos, aunque posteriormente fue interpretado como la abreviatura de la frase latina Jesus Hominum Salvator = Jesús, Salvador de los Hombres.

Desde que san Ignacio de Loyola utilizara este monograma en su sello de Superior General, la Compañía de Jesús lo ha asumido como emblema de la orden.

sábado, 17 de agosto de 2013

Domingo de la 20 Semana del Tiempo Ordinario, Año C, por Julio González, S.F.




Comentario de Julio González, S.F.

Las lecturas de este domingo nos previenen contra ciertos modos de entender y vivir la amistad, el amor a Dios y al prójimo. Y, al mismo tiempo, nos anuncian las rupturas y el sufrimiento que acompañan al discípulo de Cristo a lo largo de toda su vida.

¿Cómo vivimos la fe? Los santos han dicho: “No es posible que te pongas del lado de Cristo, y que tu vida siga igual; que no pase nada”. Santa Teresa de Ávila llegó a decir: “Señor, no me extraña que tengas tan pocos amigos si nos tratas así”.

La vida de quienes nos decimos cristianos se caracteriza por la oración y la conversión del corazón. De nuestra conversión, de nuestra renuncia al mal o a la indiferencia ante el mal que observamos a nuestro alrededor surge la compasión y el compromiso de denuncia y anuncio (profecía).

Participar en la Eucaristía nos ha de ayudar a crecer y madurar emocional y espiritualmente. Por eso, no nos debe extrañar la ruptura que el Señor anuncia en el evangelio, ni que un hombre de Dios como el profeta Jeremías sea condenado a morir en la oscuridad de un pozo. Al contrario, saber de antemano el examen al que vamos a ser sometidos debe hacernos ver la exigencia de ahondar en nuestra relación con el Señor y con los hermanos.

Si la oración es solamente un modo de relajarnos, de sentirnos mejor con nosotros mismos, entonces, nuestra oración no es la oración de Cristo. Si las obras de misericordia (dar limosna, visitar a los enfermos, perdonar a los que nos han ofendido), las hacemos para ganarnos el cielo, entonces, nunca haremos méritos suficientes para entrar en la vida eterna. El cielo no se gana, se recibe con los brazos abiertos.

Hago un paréntesis ahora. Al principio de la catequesis de confirmación un joven me hizo este comentario: “Padre, yo no es que rece mal o haga obras de misericordia para ganar el cielo. Yo rezo de vez en cuando, nunca he ido a visitar enfermos y no doy limosna. Además, los adultos dicen que perdonar y querer bien a alguien que te hace daño, es de tontos. Sin embargo, a mí me gustaría hacer todo esto”. “Pues vamos a empezar”, le dije. Porque un bautizado que apenas reza, que nunca visita a los enfermos o a los ancianos, que no puede ahorrarse una cerveza o un viaje de placer para ayudar con ese dinero a personas muy necesitadas... esta persona no puede llamarse “cristiano“. Y tú -le dije-, vienes a la catequesis a confirmarte en la fe cristiana.

Jesús nos dice que “el discípulo no es más que el maestro y si a mí me persiguieron, también a vosotros os perseguirán”. Llegados a este punto, no nos debe extrañar que el conflicto, la división, entre también en nuestros hogares.

Porque..., ¿qué padres no se han opuesto nunca a los ideales y las ilusiones del hijo o de la hija si piensan que esos ideales no son compatibles con la realidad del mundo en qué vivimos?

Sed buenos, pero no queráis ser buenos para que la gente comente lo buenos que sois porque estaréis actuando como los fariseos que persiguieron a Jesús. Sed buenos y no temáis las consecuencias, porque quien lucha por su propia vida la pierde y el que pierde su propia vida por amor a Dios y al prójimo es como el grano de trigo que al morir produce fruto.

20 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, C, por Mons. Francisco González, S.F.




Comentario de Mons. Francisco González, SF

La Palabra de Dios causa crisis en el pueblo. En la primera lectura vemos la reacción de los líderes ante la Palabra de Dios transmitida por Jeremías. Ellos no ven otra salida que “matemos al profeta”. Por el contrario, Abdemalec, un extranjero, es quien salva al profeta. Este pasaje, tal vez para resaltar más el poder y plan de Dios, parece enfatizar la carencia: de ánimo, entre la población de Jerusalén; de poder, por parte del rey; de agua y víveres para la población. Abdemalec es esclavo y aun careciendo de libertad, la consigue para Jeremías.

En el evangelio de hoy encontramos a un Jesús, que podríamos decir y con todo respeto, “que no se anda con chiquilladas”. Así como San Mateo nos presenta a Jesús como “el nuevo Moisés”, así también podemos ver en el Jesús del evangelio de San Lucas, algunos rasgos como el del profeta Jeremías. Jesús como profeta habla la Palabra de Dios y exige respuesta, al mismo tiempo que como portador de ese mensaje de Dios, le puede costar caro. También aquí los líderes buscan cómo deshacerse del profeta, llegando hasta insistir ante la autoridad: “crucifícalo, crucifícalo”.

Algunas palabras clave del pasaje evangélico de este domingo vigésimo del tiempo ordinario pueden ser: fuego, bautismo, paz, división.

El vocablo fuego tiene varios significados en la Sagrada Escritura que van desde lo real: fuego para cocinar, calentar y alumbrar, hasta los simbólicos, como la presencia de Dios, juicio, prueba, purificación. No olvidemos Pentecostés, cuando los apóstoles reunidos en el cenáculo, recibieron el Espíritu Santo, al tiempo que sobre ellos vinieron “como unas lenguas de fuego”.

De una manera especial, los últimos nuevos Papas llevan tiempo instando a toda la Iglesia a una nueva evangelización, a un nuevo entusiasmo y ardor en la proclamación del mensaje de Jesús: conversión, reconciliación, unidad, algo de ayer y hoy que exige respuesta, que requiere compromiso, que reclama un cambio radical en nosotros, pues el Señor está deseoso de que “ya todo estuviera ardiendo”, o sea, que ya todo y todos estuviéramos convertidos, reconciliados y unidos.

Él no trae la paz, esa paz de simple tranquilidad, de adormecimiento espiritual producido por píldoras valium psicológico, sino una división clara de los que, como dice en otra ocasión, están “conmigo o contra mí”.

Paz y tranquilidad hay en abundancia en los cementerios, pero no hay vida. La paz de Cristo no es fácil, no es, como decíamos anteriormente, “tranquilidad”, sino cruz y tensión en función del reino de Dios. En palabras de Casiano Floristán, en este pasaje “Jesús es presentado como aquel que alumbra el fuego de Dios, afronta la muerte para el perdón del pecado y llama a todos rompiendo los lazos del orden injusto”.

El combate al que nos llama la Palabra de Dios es de suma importancia, es algo de vida (la gracia y amistad de Dios) o muerte (el pecado).

En la segunda lectura, el apóstol Pablo, para enfrentarnos a esta realidad, nos habla de la carrera, invitándonos a la perseverancia y constancia en la misma, poniendo nuestra mirada en Jesús, quien al mismo tiempo es nuestra fuerza y nuestro premio y que como buenos atletas, deseosos de ganar la carrera nos despojemos de todo lo que no nos es necesario, mayormente, de todo aquel lastre o peso inútil que nos impide correr (el pecado).

En esa carrera en la que encontramos valles de los que es difícil salir y montañas penosas para conquistar, hagamos nuestro el grito del profeta: Señor, date prisa en socorrerme.

domingo, 11 de agosto de 2013

"No tengan miedo", por Julio González, S.F.


Comentario por Julio González, S.F.

Jesús introduce algunas de sus enseñanzas con palabras que intencionadamente buscan sobresaltar y poner a los discipulos en alerta: "Amén, amén, en verdad os digo", "no tengáis miedo", "paz a vosotros".
 
Un aviso que Jesús repite a menudo es que estemos vigilantes y alerta. La primera lectura junto con el evangelio de este domingo nos vienen a decir que Dios está cerca y, por tanto, debemos estar vigilantes y preparados. Dios no nos quiere pasivos, simplemente esperando a ver qué ocurre.
 
El recuerdo de la primera pascua (de la cena de la liberación en Egipto) debe inspirar nuestras acciones. Aquellas familias se prepararon para ponerse en camino. Dios les daría una señal y ellos tenían que partir con lo imprescindible. Con su liberación, Dios les vino a decir: "Vosotros no pertenecéis aquí". Por eso, aquella última cena en Egipto fue tan importante.
 
Hoy Pedro representa en el evangelio a un grupo de creyentes que en lugar de ser una ayuda es un obstáculo para los planes de Dios: "¿Esta enseñanza es sólo para nosotros, o para todos los que están aquí?

La pregunta de Pedro debe ayudarnos a conocernos mejor. El aviso de Jesús no es solo para un grupo reducido de escogidos, sino para toda la comunidad. El más despierto que cuide de los que están medio dormidos. Porque quien ha sido puesto al frente de la familia, dice Jesús, debe servirles la comida a tiempo, pero si abusa de los otros sirvientes o se dedica a comer y a beber se perderán todos los de esa casa. Por tanto, el aviso de estar alerta no va dirigido a unos pocos sino a toda la comunidad. La fidelidad no es de uno sino de todos y consiste en que todos estemos preparados para dejar nuestras esclavitudes.
 
La presencia de Dios en la comunidad nos transforma de tal manera que Jesús nos dice: "No tengáis miedo". Jesús vuelve a avisarnos: "Donde está vuestro tesoro allí tenéis el corazón", y cuestiona nuestras seguridades y riquezas.

sábado, 10 de agosto de 2013

DOMINGO 19 DEL TIEMPO ORDINARIO, C, por Mons. Francisco González, S.F.


Comentario por Mons. Francisco González, S.F.

"No temas pequeño rebaño"


El libro de la Sabiduría nos recuerda la historia de la salvación y, ese pasaje que hoy se nos ofrece, se centra en esa noche feliz y terrible de la salida de Egipto, algo que se recuerda en la noche de la Pascua: el paso de la esclavitud a la liberación. Noche feliz para los inocentes, para el Pueblo de Dios, pero terrible para los egipcios que ven morir a sus primogénitos por no haber permitido salir al pueblo elegido como Dios se lo había pedido al faraón. Esto nos puede hacer pensar en el final de los finales, cuando el mismo evento, o sea el final, verá a unos entrar en la felicidad, en la salvación eterna, mientras otros, por haber rechazado la alianza con el Señor, sufrirán el dolor y rechazo eterno.

La lectura evangélica de este domingo nos presenta enseñanzas para los cercanos a Jesús y contiene tres parábolas que nos hablan de una forma muy particular sobre la vigilancia y el dinero.

Comienza recordando al pequeño rebaño, a los simples, a los inocentes, a todo el que quiera escuchar que no deben temer, sino más bien confiar en Dios, en el Dios de la promesa. Debemos tener fe, debemos tener confianza que Dios cumplirá con lo prometido. Él es el pastor que cuida el rebaño, Él es el que conoce por nombre a sus ovejas, él es quien está dispuesto a dar su vida por ellas.

Por eso, aconseja atesorar lo que no puede ser destruido, vender lo que uno tiene y compartirlo con los demás, pues eso sí que aumenta nuestro tesoro verdadero, pues como alguien ha dicho, solamente nos llevaremos de este mundo aquello que hayamos dado.

El mundo sigue viviendo una crisis económica extraordinaria, y todo el mundo busca ese "poderoso caballero que es don dinero", pues en él creen encontrar seguridad, y parece ser que cuanto más se acumula esa materia, más nos vamos alejando de Dios pues nos estamos centrando en nosotros mismos, y así vamos reduciendo el mundo a una cosa tan minúscula como soy yo, olvidándome del hermano, del vecino, del extranjero y entrando en una pasividad mortal, pues ya no damos vida, ya no participamos en la vida, y entramos en un letargo que nos impide ser lo que debemos ser.

No sé dónde llegaremos siguiendo los consejos de nuestro querido papa Francisco, de salir a la calle, de ir por los barrios pobres, de estar en medio de las ovejas hasta oler como ellas, pero de lo que sí debemos estar seguros es que de esa forma daremos señales de vida, dejaremos de lado esa religión, esa espiritualidad, esa iglesia dormida, y ya que hablamos de nueva evangelización hablemos también de nueva vida, y no solamente nos centremos en hablar y hablar de renovar la Curia Romana, sino también las Curias diocesanas y las parroquias con sus rectorías, para lo cual debemos estar vigilantes y evitar caer en la tentación de pensar que todo se ha de renovar, y yo me quedo fuera, como si no lo necesitara.

¿Cómo nos encontrará el Señor cuando venga? Y debemos tener presente que la pregunta no se refiere simplemente a ese momento cuando la muerte nos venga a visitar. El Señor está viniendo a nosotros constantemente, Él está llamando a la puerta día y noche. ¿Oímos su llamada? ¿Nos atrevemos a abrir la puerta? Si la abrimos: ¿con qué se va a encontrar?

San Ignacio de Loyola, cuya fiesta celebramos hace pocos días, tiene algo muy particular para ayudarnos en nuestra calidad de vida: el examen de conciencia, que se puede practicar a mediodía y al acabar la jornada: ¿qué clase de vida llevo? ¿se le puede llamar vida? ¿tiene sentido esa vida? Y todas esas cosas más que nos ayuden a salir del sueño en que hemos podido caer. Ojalá nos convirtamos en fuego que ilumine y purifique y escuchando la Palabra nos demos cuenta del verdadero mensaje, del consuelo que nos proporciona, y también, cómo no, del reto que nos ofrece y así aceptar su presencia en nuestras vidas.

miércoles, 7 de agosto de 2013

JUEVES DE LA 18 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Año impar (Lecturas)

Números 20,1-13
Salmo 94: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: 
No endurezcáis vuestro corazón
Mateo 16,13-23


Números 20,1-13

En aquellos días, la comunidad entera de los israelitas llegó al desierto de Sin el mes primero, y el pueblo se instaló en Cadés. Allí murió María y allí la enterraron. Faltó agua al pueblo, y se amotinaron contra Moisés y Aarón. El pueblo riñó con Moisés, diciendo:
— ¡Ojalá hubiéramos muerto como nuestros hermanos, delante del Señor! ¿Por qué has traído a la comunidad del Señor a este desierto, para que muramos en él, nosotros y nuestras bestias? ¿Por qué nos has sacado de Egipto para traernos a este sitio horrible, que no tiene grano ni higueras ni viñas ni granados ni agua para beber?
Moisés y Aarón se apartaron de la comunidad y se dirigieron a la tienda del encuentro, y, delante de ella, se echaron rostro en tierra. La gloria del Señor se les apareció, y el Señor dijo a Moisés:
— Coge el bastón, reúne la asamblea, tú con tu hermano Aarón, y, en presencia de ellos, ordenad a la roca que dé agua. Sacarás agua de la roca para darles de beber a ellos y a sus bestias.
Moisés retiró la vara de la presencia del Señor, como se lo mandaba; ayudado de Aarón, reunió la asamblea delante de la roca, y les dijo:
— Escuchad, rebeldes: ¿Creéis que podemos sacaros agua de esta roca?
Moisés alzó la mano y golpeó la roca con el bastón dos veces, y brotó agua tan abundantemente que bebió toda la gente y sus bestias. El Señor dijo a Moisés y a Aarón:
— Por no haberme creído, por no haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no haréis entrar a esta comunidad en la tierra que les voy a dar. (Ésta es fuente de Meribá, donde los israelitas disputaron con el Señor, y él les mostró su santidad.)

Salmo 94: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: 
No endurezcáis vuestro corazón

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándoles gracias,
aclamándolo con cantos.
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: 
No endurezcáis vuestro corazón

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: 
No endurezcáis vuestro corazón

Ojalá escuchéis hoy su voz:
"No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras."
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: 
No endurezcáis vuestro corazón

Mateo 16,13-23

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
— ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Ellos contestaron:
— Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.
Él les preguntó:
— Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
— Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Jesús le respondió:
— ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías. Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
— ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
— Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios."

viernes, 2 de agosto de 2013

DOMINGO DE LA 18 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Año C, por Mons. Francisco González, S.F.


Comentario por Mons. Francisco González SF

Una de las cosas que me hace pensar bastante, en la inseguridad de la vida, principalmente ese sentido de inseguridad aumenta cuando la persona fija su vida exclusivamente en este mundo, en lo que hay aquí, en poseer, en acumular.

Siento no tener en estos momentos la información acerca de dónde dura más la vida. La gente más rica, la más poderosa, la más bella, la más famosa también muere, y a veces siendo joven. Hay enfermedades, hay accidentes, hay guerras, hay terrorismo, y así como dice Qohelet, que significa predicador, “vanidad de vanidades, todo es vanidad", o como algunos traducen: “Todo es vaciedad”. Hay quienes que con enormes esfuerzos y sacrificios acumulan grandes fortunas, que después heredan unos hijos o familiares que no han hecho esfuerzo alguno y que despilfarran en corto tiempo.

Jesús, en sus viajes por Galilea vio a esos grandes terratenientes, disfrutando de la vida y de la riqueza que el trabajo de tantos obreros/esclavos les proporcionaba y con los que no compartían nada de esos bienes. Y así cuando alguien le pidió que interviniera en el reparto de la herencia de la familia, Jesús evitó dicha invitación, pero aprovechó para dar una lección magistral sobre la codicia o avaricia, que el Catecismo Católico de Estados Unidos para los Adultos define como: “El apego desordenado a los bienes de la creación, expresado frecuentemente en la búsqueda del dinero u otros símbolos de riqueza, que lleva a los pecados de la injusticia y otros males”.

Jesús al rehusar intervenir en la disputa entre los hermanos, ha querido recordar a todos los que le escuchan que el problema que esos señores tenían estaba basado es la codicia, en la avaricia, en el deseo desordenado de tener. Y como en muchas otras ocasiones recurre a la historieta, al cuentecito, a la parábola.

El terrateniente, el rico con grandes campos, se da cuenta que la cosecha de ese año es mayor que los otros, mucha más grande. Se encuentra con un dilema: ¿qué hacer con todo eso? Y no le viene a la cabeza otra cosa que el derribar los graneros que tiene y construir otros mucho más grandes. Una vez construidos los mira, saborea lo que ve, y echando una ojeada a la enorme extensión del plantío, suelta una carcajada y en voz alta, esperando que alguien le oiga y se muera de envidia, comenta: “Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe, y date buena vida”. Y creyó que no podía haber en el mundo un hombre tan feliz como él.

¡Cuántos hay por ahí como él! Antes de tirar los graneros que ya tenía, podía haber pensado llenarlos, y todo lo que sobrara, lo podía repartir con los obreros para que ellos y sus familias pudieran comer, para que ellos y sus familias pudieran sonreír, para que ellos y sus familias recobraran su dignidad y pasar de necesitados, a por lo menos una vez, sentirse hartos y casi no poderse levantar de la mesa.

Todo eso no le pasó por la cabeza al terrateniente y solo pensaba en el tirarse en la cama después de haber comido y bebido hasta saciarse, y disfrutar de la vida.

Pero alguien en voz alta para que lo oyera bien, le llamó: “Necio”. Y tal vez, como otros muchos en circunstancias semejantes, con una sonrisa en los labios contestó: ¿Yo necesito? Mira todo lo que tengo acumulado, ya no necesito de nada, ni de nadie. Dios volvió hablar: “Esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?”

La reflexión nos puede, nos debe llevar a preguntas que valgan la pena hacerlas: ¿de qué sirve el tener tanto? ¿qué es lo que da verdaderamente sentido a mi vida? ¿acaso creo que mi felicidad está en proporción directa con lo que poseo? ¿cuántas joyas, bonds, cheques, títulos de propiedad, etc., nos van a poner en el ataúd?

Las últimas palabras con que nos deja el evangelio de este domingo son muy claras: “Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios”.