Comentario de Julio González sf:
Jesús llama la atención, derriba barreras, rompe moldes, acalla prejuicios, desvela misterios, desmonta mitos. Como profeta, maestro, rabino, hijo de David, Mesías, sacerdote, rey, Jesús de Nazaret es una novedad que dejaba perplejos tanto a judíos como a no judíos, a creyentes como a no creyentes.
Sin ser un predicador polémico (su vida y enseñanzas eran demasiado simples para recibir el calificativo de persona "polémica"), levantaba pasiones y controversias allí por donde pasaba. Los cristianos no deberían escandalizarse por la relevancia de esas pasiones y controversias; al contrario, debería preocuparnos si el Nombre de Jesús, asociado a la Iglesia, sostiene los prejuicios de sus detractores o provoca indiferencia.
La novedad de Jesús debe ser recuperada por la Iglesia, por todos los bautizados seguidores de Jesus de Nazaret. Es un lástima cuando el cristianismo convierte el Nombre de Jesús en una "marca usada" (odres viejos). La Iglesia es para muchos demasiado predecible y previsible, todo lo contrario de lo que fue Jesús para quienes oyeron hablar de él y le conocieron. La proclamación del evangelio parece perder a veces uno de sus componentes principales: la novedad, la frescura, la perplejidad que producía a creyentes y no creyentes.
¿Cómo podemos hacer esto?, se preguntarán algunos. La respuesta es simple: no hagamos de la fe cristiana una ideología, o una ley, o una costumbre. El novedad de la fe rompe nuestros moldes, cuestiona nuestras ideas y nos saca de nuestro acomodamiento.
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