El Gnosticismo nunca tuvo una autoridad o jerarquía centralizante que examinara todas las doctrinas o disciplinas, ni tampoco una organización similar a la de la Iglesia Católica. Era un gran conglomerado de sectas, de las cuales sólo el marconismo intentó rivalizar con la iglesia, pero sin mostrar unidad.
Clasificamos las sectas gnósticas teniendo según la orientación general de su pensamiento. Podemos cuatro distinguir cuatro:
(a) siríacas o semitas
(b) helenísticas o alejandrinas
(c) dualistas
(d) agnósticas antinomistas
(b) helenísticas o alejandrinas
(c) dualistas
(d) agnósticas antinomistas
La escuela helenista o alejandrina
Los sistemas de esta escuela fueron más abstractos, filosóficos y consistentes que los de Siria. La terminología semítica fue casi completamente remplazada por nombres griegos. Las doctrinas cosmogónicas crecen desproporcionadamente, mientras que la parte ética ocupó en un segundo plano y el ascetismo no era tan estricto. Los dos grandes pensadores de esta escuela fueron Basílides y Valentinus.
Aunque Basílides había nacido en Antioquia de Siria, fundó una escuela emanacionista en Alejandría hacia el 130 d.C. Su escuela no se expandió tanto como la de Valentino, pero en España subsistió durante varios siglos.
Valentino, por su parte, enseñó en Alejandría y Roma (alrededor del 160 d.C.). Elaboró un sistema de dualidad sexual hombre-mujer (ideas personificadas) en proceso de emanación para cubrir la distancia del dios desconocido. Su sistema era, en realidad, un ofismo sirio disfrazado de formas egipcias, con el que reclamaba ser el verdadero representante del espíritu gnóstico. La reductio ad absurdum de san Ireneo pone a examen ideas gnósticas elaboradas a partir de vírgenes de la luz, entidades paralemtores, esferas, eones, tesoros lumínicos, reinos interpuestos, reinos de la derecha y de la izquierda, Jaldabaoth, Adamas, Miguel, Gabriel, Cristo.
Sabemos por san Hipólito (Contra las Herejías IV.35), Tertuliano (Contra los Valentinianos 4) y Clemente de Alejandría (Exc. ex Theod.), que había dos escuelas de Valentinianismo: la italiana y la de Anatolia o Siriaca. En la italiana enseñaron maestros notables como Segundo que dividió el Ogdoad dentro del pleroma en dos tétradas, Derecha e izquierda; Epifanes que describió estas tétradas como Monotes, Henotes, Monas y To Hen. Pero los más importantes fueron Ptolomeo y Heracleo. Ptolomeo es conocido sobre todo por su Carta a Flora, una dama noble que le había escrito por ser presbítero (cristiano) para que le explicase el significado del Antiguo Testamento. Ptolomeo, que se dedicaba al estudio bíblico y tenía una imaginación desatada, divide y numera los eones en sustancias personalizadas fuera de la divinidad, según escribe Tertuliano.
Clemente de Alejandría (Stromata IV.9.73) escribe sobre el hereje Heracleo, el maestro más eminente de la escuela valentiniana. Orígenes dedica parte de su Comentario sobre San Juan a combatir los comentarios de Heracleo sobre evangelista. Heracleo llamó Anthropos a la fuente de todo ser y rechazó la inmortalidad del alma, aunque probablemente se refería al elemento psíquico del alma. Al parecer estaba más cerca de la iglesia católica que Ptolomeo. Tertuliano menciona en Contra los Valentinianos 4 al hereje Theonimo, y en Sobre la Sangre de Cristo 17 al hreje Alejandro.
La escuela Anatolia tuvo a un maestro prominente, Anxiónico (Tertuliano, Contra los Valentinianos 4; san Hipólito, Contra las Herejías VI.30). Tenía su collegium en Antioquía hacia el 220 d.C., “el más fiel discípulo del maestro” Teodoto es conocido por un fragmento de sus escritos conservado por Clemente de Alejandría. Ireneo (Contra Herejes I.11-12) y también Hipólito (VI.42) confrontan al hereje Marco, el Conjurado, el cual había elaborado un sistema repleto de especulaciones basándose en cifras y números. La descripción de Marcos hecha por san Ireneo fue rechazada por los marcosianos. Hipólito afirma que lo hicieron sin razón. Marcos era probablemente egipcio y contemporáneo de Ireneo. Monoimo, el Árabe, tenía un sistema parecido al marcosiano. San Hipólito le dedica los capítulos 5 al 8 del Libro VIII. Hipólito llama a estos dos gnósticos “imitadores de Pitágoras”, más que cristianos.
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