El objeto último de toda ética maniquea era liberar la luz-substancia de la contaminación de la materia. Se dedicaban enteramente a esta misión los "elegidos" o "perfectos", los primates manichaeorum.
Los "oyentes, auditores o catecúmenos" eran aquellos que por su fragilidad humana se mostraban incapaces de abstenerse de los placeres mundanos pero aceptaban los principios maniqueos.
Los elegidos eran itinerantes que tenían prohibido establecerse en un lugar de forma permanente. La vida de estos ascetas era muy estricta. Se les prohibía:
• tener propiedades
• comer carne o beber vino
• gratificar su deseo sexual
• participar en cualquier ocupación servil
• dedicarse al comercio o el intercambio
• poseer casa u hogar
• practicar la magia o cualquier otra religión.
Sus deberes abarcaban los tres signacula (sellos o cierres): la boca, las manos y el pecho.
El primero prohibía toda mala palabra y toda mala comida. Comer animales despertaba al demonio dentro del hombre, de ahí que los perfectos sólo comían vegetales. Se les recomendaba vegetales como los melones y las frutas que contienen aceite, pues pensaban que contenían partículas de luz, que al consumirse, eran liberadas.
El segundo prohibía acciones perjudiciales a la luz-substancia como matar animales, arrancar las frutas, etc.
El tercero prohibía los malos pensamientos, ya fuese contra la fe maniquea o contra la castidad. San Agustín arremete contra el repudio maniqueo al matrimonio en su obra en De Moribus Manich. Los maniqueos consideraban el matrimonio como un mal en sí mismo porque la propagación de la raza humana significaba el continuo aprisionamiento de la luz-substancia en la materia y un retraso de la feliz consumación de todas las cosas. La maternidad era una calamidad y un pecado. Los maniqueos hablaban de la seducción de Adán por Eva y su castigo en la condenación eterna. En consecuencia, existía el peligro de que lo que aborrecían era el acto de la generación, más que el acto de impureza.
Los escritos de san Agustín testifican que ese era un peligro real.
Los 10 mandamientos del maniqueísmo
El número de los elegidos era reducido. La gran mayoría de los seguidores de Manes — noventa y nueve de cada cien—, eran oyentes. Estaban obligados por los diez mandamientos de Manes, que prohibían:
• la idolatría
• la mentira
• la avaricia
• el asesinato, es decir, cualquier forma de asesinatos,
• la fornicación
• el robo
• la seducción para engañar
• la magia
• la hipocresía
• la indiferencia religiosa.
El primer deber parece haber sido el mantenimiento (y casi el culto) de los elegidos. Les suministraban verduras para la alimentación y les rendían homenaje de rodillas, pidiendo su bendición. Les consideraban seres superiores, es más, colectivamente, pensaban que constituían el eón de la justicia. Más allá de estos diez mandamientos estaban las dos funciones comunes a todos: la oración y el ayuno.
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