Iniciamos con esta lectura la sección que Lucas dedica al discipulado y que recibe el nombre de Camino a Jerusalén.
Lucas, artista de la palabra, organiza sus dos libros (Evangelio y Hechos de los apóstoles) en torno al símbolo del camino. Cuadre o no con la geografía real, Jesús va camino de Jerusalén. Y ese camino es metáfora del seguimiento y se convierte en la escuela de Jesús. Durante el trayecto Jesús alecciona, enseña a orar, los discípulos hacen sus primeras experiencias de apostolado, experimentan el rechazo.
Es un camino que lleva a la ciudad teologal, ámbito de redención. De hecho, Lucas cita de dos maneras la ciudad santa (en griego arcaico y griego corriente, como un catalán podría citar Barcino y Barcelona) para distinguir la realidad geográfica del ámbito de salvación.
En su segundo libro –los Hechos- toda acción de la Iglesia naciente pasa por un camino que tiene su origen en Jerusalén. Porque la razón de nuestra fe está en lo que aquella ciudad santa contempló: la resurrección de Cristo.
Jesús y los suyos vienen de Galilea. Provincia abierta, flexible, receptiva. Con tiento, Jesús lleva a sus discípulos a enfrentarse a otras realidades seguro de que, más adelante, deberán vivirlas solos.
Los samaritanos se niegan a acoger al grupo. Enemistados religiosamente con Galilea y Judea, los habitantes de estas dos provincias solían evitar, dando un rodeo inmenso, pasar por Samaria. Jesús no solo no los evita sino que se atreve a pedir hospitalidad pese a que van a Jerusalén, lo cual ya es una declaración de principios para los samaritanos.
Los apóstoles se enfurecen al ser rechazados pero Jesús les reprende y exhorta a marcharse tranquilamente. Él no permite que condenemos. Es preciso, sí, ofrecer la Verdad, darla a conocer. Pero nunca imponer. Esto vale para los padres que, a veces, ven con dolor como los hijos rechazan la fe que ellos transmiten, para los educadores, los sacerdotes. Lo nuestro es ofrecer y respetar. Nunca juzgar ni, menos, condenar.
Frente al rechazo otra actitud es la apariencia. En el camino, dos ejemplos:
El espontáneo: con iniciativa propia un personaje anónimo se ofrece a seguir a Jesús; y éste le frena porque la llamada es siempre don que se recibe. La iniciativa es suya, no nuestra.
Los casi-dispuestos: dos llamadas aparentemente aceptadas. Porque los llamados ponen condiciones y en la apasionante aventura del Reino, las condiciones no valen. La urgencia de Dios necesita incondicionalidad. No existe la opción de ser casi-discípulo o discípulo a medias.
La llamada aceptada exige fidelidad. Y ésta no existe si, en algún momento, aún “siguiendo” a Jesús, el corazón ha quedado atrás. Sólo si mi corazón está al 100% con Jesús no miraré atrás.
Preguntémonos en qué grupo encajamos:
¿a los que rechazan a Jesús…o a la Iglesia?
¿a los que condenan a los que rechazan, como hacen los apóstoles?
¿a los seguidores que ponen condiciones?
O a los que siguen a Jesús aceptando un camino que incluye la cruz porque, pese a todo, “estar con Jesús es dulce paraíso” y su compañía el más preciado don.
El Camino
Lucas, artista de la palabra, organiza sus dos libros (Evangelio y Hechos de los apóstoles) en torno al símbolo del camino. Cuadre o no con la geografía real, Jesús va camino de Jerusalén. Y ese camino es metáfora del seguimiento y se convierte en la escuela de Jesús. Durante el trayecto Jesús alecciona, enseña a orar, los discípulos hacen sus primeras experiencias de apostolado, experimentan el rechazo.
Es un camino que lleva a la ciudad teologal, ámbito de redención. De hecho, Lucas cita de dos maneras la ciudad santa (en griego arcaico y griego corriente, como un catalán podría citar Barcino y Barcelona) para distinguir la realidad geográfica del ámbito de salvación.
En su segundo libro –los Hechos- toda acción de la Iglesia naciente pasa por un camino que tiene su origen en Jerusalén. Porque la razón de nuestra fe está en lo que aquella ciudad santa contempló: la resurrección de Cristo.
Díptico del seguimiento
Primer cuadro:
el rechazo
Jesús y los suyos vienen de Galilea. Provincia abierta, flexible, receptiva. Con tiento, Jesús lleva a sus discípulos a enfrentarse a otras realidades seguro de que, más adelante, deberán vivirlas solos.
Los samaritanos se niegan a acoger al grupo. Enemistados religiosamente con Galilea y Judea, los habitantes de estas dos provincias solían evitar, dando un rodeo inmenso, pasar por Samaria. Jesús no solo no los evita sino que se atreve a pedir hospitalidad pese a que van a Jerusalén, lo cual ya es una declaración de principios para los samaritanos.
Los apóstoles se enfurecen al ser rechazados pero Jesús les reprende y exhorta a marcharse tranquilamente. Él no permite que condenemos. Es preciso, sí, ofrecer la Verdad, darla a conocer. Pero nunca imponer. Esto vale para los padres que, a veces, ven con dolor como los hijos rechazan la fe que ellos transmiten, para los educadores, los sacerdotes. Lo nuestro es ofrecer y respetar. Nunca juzgar ni, menos, condenar.
Segundo cuadro:
el aparente seguimiento
El espontáneo: con iniciativa propia un personaje anónimo se ofrece a seguir a Jesús; y éste le frena porque la llamada es siempre don que se recibe. La iniciativa es suya, no nuestra.
Los casi-dispuestos: dos llamadas aparentemente aceptadas. Porque los llamados ponen condiciones y en la apasionante aventura del Reino, las condiciones no valen. La urgencia de Dios necesita incondicionalidad. No existe la opción de ser casi-discípulo o discípulo a medias.
La llamada aceptada exige fidelidad. Y ésta no existe si, en algún momento, aún “siguiendo” a Jesús, el corazón ha quedado atrás. Sólo si mi corazón está al 100% con Jesús no miraré atrás.
Preguntémonos en qué grupo encajamos:
¿a los que rechazan a Jesús…o a la Iglesia?
¿a los que condenan a los que rechazan, como hacen los apóstoles?
¿a los seguidores que ponen condiciones?
O a los que siguen a Jesús aceptando un camino que incluye la cruz porque, pese a todo, “estar con Jesús es dulce paraíso” y su compañía el más preciado don.
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