Si el criterio para decidir cuál es el peor pecado fuera el número de veces que se denuncia en la Biblia, entonces, el peor pecado es el mal uso del poder y, muy ligado a este, la falta de compasión hacia los pobres.
La idolatría, el homicidio, la traición, el engaño, la crueldad, la prostitución, el abuso sexual, el mal uso del poder, el grito del pobre, están muy presentes en las páginas de la Biblia, pero son estos dos últimos los que más veces aparecen en las historias y parabolas bíblicas.
La parábola de Jesús es escandalosa para los fariseos porque estaban convencidos de que la riqueza y la salud eran una bendición de Dios para los "justos", mientras que la pobreza y la enfermedad eran un castigo merecido para los pecadores. La parábola no deja lugar a dudas: el rico es condenado al infierno y el pobre Lázaro confortado en el seno de Abraham.
¿Cuál es el pecado del rico? ¿ser rico? ¿es la riqueza un pecado? No. La parábola no habla tanto de la riqueza como del uso que hacemos de la riqueza. La parábola deja muy claro que el rico tenía que haber utilizado sus bienes para cuidar también del pobre Lazaro. Porque utilizó sus bienes sólo para sí mismo y los suyos, sin tener en cuenta las necesidades del pobre Lázaro que malvivía frente a su puerta, el rico fue condenado al infierno.
¿Dónde empezamos a aprender a utilizar nuestros dones y talentos? En casa, en familia. En el hogar aprendemos a cuidarnos mutuamente y a ser compasivos con el más débil. Si no aprendemos en familia a ponernos en segundo lugar para ayudar al más débil, difícilmente lo aprenderemos en otra parte; por eso, es muy importante que la familia sepa reconocer cuáles son sus prioridades. Valores como el sacrificio, la humildad, el respeto, la compasión, no se improvisan ni se aprenden sin practicarlos.
Hace un tiempo escuché el testimonio de una persona que había sido sorprendida por la enseñanza de esta parabola. Quiero compartirlo con vosotros porque la decisión de esta persona me parece ejemplar.
"Yo había leído muchas veces esta parábola" -me dijo-, "y entendía lo que Jesús nos quiere decir pero nunca había hecho nada al respecto. Un día, mientras ponía gasolina al coche, vi a una persona que se acercaba a los clientes para pedirles ayuda. Nadie le prestaba atención. Algún cliente le daba unos céntimos para sacárselo de encima. Entonces me acordé de la parábola del pobre Lázaro y el rico que no le hizo caso. Aquel hombre venía ahora hacia mí. Saqué mi cartera y un poco turbado porque no me reconocía a mi mismo, le ofrecí un billete de diez dólares y le dije que se comprara lo que quisiera en la tienda de la gasolinera. Desde entonces, cuando se me acerca en la calle una persona pidiendo ayuda le doy un billete de diez dólares. No sé cuántos billetes de diez dólares he dado hasta ahora. Deben ser muchos pero mi economía nunca se ha resentido por ello. No me importa demasiado lo que hagan con los diez dólares. Yo les digo que se cuiden bien. Si pensara que se lo van a gastar en alcohol o tabaco seguramente no se lo daría. Pero no me importa. Esa es su responsabilidad. Seguramente el rico de la parábola había encontrado muchas excusas para no preocuparse por el pobre Lazaro".
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