Novaciano fue el fundador de la secta de los novacianos. Sacerdote romano cismático del siglo III que se autoproclamó antipapa.
Conocemos poco sobre su vida. El papa san Cornelio en su carta a Fabio de Antioquía dice que aparentemente cuando Novaciano era catecúmeno padeció de posesión demoníaca durante una temporada, pero que los exorcistas lo atendieron y cayó en una enfermedad de la que se esperaba la muerte; de ahí, que recibiera el bautismo en su lecho de muerte. Al recuperarse no se le dio el resto de los ritos, ni fue confirmado por el obispo. “¿Cómo puede él haber recibido el Espíritu Santo?” pregunta Cornelio en su carta.
Novaciano era un hombre culto y había sido educado en composición literaria. Cornelio habla de él sarcásticamente como “el hacedor de dogmas, el adalid del conocimiento eclesiástico”.
San Cipriano de Cartago menciona su elocuencia y un Papa (presumiblemente el papa san Fabián) lo ordenó sacerdote a pesar de las protestas (según Cornelio) del clero y de muchos de los laicos porque no era canónico admitir al clero a uno que sólo había recibido el bautismo “clínico”, es decir, en su lecho de muerte y sin el resto de los ritos bautismales.
Situación de la Iglesia de Roma
La Iglesia había disfrutado una paz de treinta y ocho años cuando Decio emitió su edicto de persecución en los primeros meses del año 250. El papa san Fabián fue martirizado el 20 de enero, y no era posible elegir un sucesor en tales circunstancias.
Durante la persecución se produjo la controversía de los lapsi y al reclamo de los bautizados de Cartago que querían ser reinstalados sin penitencia. El clero romano estaba de acuerdo con Cipriano que el asunto se debía arreglar con moderación por los concilios cuando fuera posible. La elección de un nuevo obispo en Roma debía esperar. La severidad de la disciplina debía ser preservada pero los sacerdotes de la diócesis de Roma no creían de que la restauración de los lapsi a la comunión era imposible o impropia.
A principios de 251 la persecución decreció y Cornelio fue elegido Papa en marzo con el consentimiento de casi todo el clero, el pueblo y los obispos presentes (Cipriano, Ep. LV,8-9). Novaciano se declaró Papa rival. Cornelio nos dice que Novaciano sufrió un cambio repentino, pues había hecho juramento de que nunca sería obispo. Pero envió a dos de sus partidarios para reunir a tres obispos de una esquina distante de Italia, diciéndoles que debían venir a Roma para afrontar una división que debía ser sanada por su mediación y la de otros obispos. Al llegar se vieron obligados a conferir a Novaciano el orden episcopal. Uno regresó a la iglesia lamentándose y confesando su pecado, “y ordenamos sucesores para los dos otros obispos”, dice Cornelio.
Excomunión de Novaciano
Cornelio y Novaciano enviaron mensajeros a las Iglesias anunciando sus reclamaciones. Por la correspondencia de san Cipriano conocemos la investigación hecha por el Concilio de Cartago, con el resultado de que el episcopado africano apoyó a Cornelio. San Dionisio de Alejandría también se puso del lado de Cornelio. Estas adhesiones aseguraron su posición. Pero por un tiempo toda la Iglesia se quebró con el asunto de los papas rivales.
San Cipriano escribe que Novaciano “asumió la primacía”, y envió a sus obispos a muchas ciudades aunque había en casi todas las provincias obispos de fe pura y probada virtud que habían sido proscritos en la persecución, Novaciano ordenó falsos obispos reclamando así el derecho de substituir obispos por su propia autoridad.
Aquí vemos una prueba de la importancia de la Sede de Roma en el siglo III: toda la Iglesia se convulsiona por un antipapa. Ambos rivales reclaman la autoridad de consagrar a obispos en cualquier lugar (de Occidente) donde el obispo existente se resiste a su autoridad.
Antes de finalizar el año 251, el papa Cornelio reunió un concilio de sesenta obispos (probablemente todos de Italia o islas vecinas), en el cual se excomulgó a Novaciano. Otros obispos que estaban ausentes añadieron sus firmas, y la lista fue enviada a Antioquía y a las iglesias principales.
San Dionisio de Alejandría escribió al papa Esteban que las Iglesias divididas en Oriente estaban ahora unidas y que sus prelados de regocijaban en esta paz inesperada—en Antioquía, Cesarea de Palestina, Jerusalén, Tiro, Laodicea de Siria, Tarso y todas las Iglesias de Cilicia, Cesarea y toda Capadocia, Siria y Arabia, (que dependían de la Iglesia de Roma para sus limosnas), Mesopotamia, Ponto y Bitinia, “y todas las Iglesias por doquier”, así de lejos se hicieron sentir los efectos del cisma romano.
Las ideas de Novaciano
No debe sorprender que Novaciano hubiera encontrado sacerdotes que lo apoyaran. Su apoyo eran los confesores que estaban todavía en prisión, Máximo, Urbano, Nicóstrato y otros. Dionisio y Cipriano les escribieron para argumentar con ellos, y volvieron a la Iglesia.
En las primeras cartas de san Cipriano sobre Novaciano no hay una palabra que lo mencione como hereje. Todo el asunto gira sobre el legítimo ocupante de la silla de Pedro. Tampoco el Papa habla de Novaciano como un hereje en su carta a Fabio de Antioquía.
Es claro que las cartas enviadas por Novaciano eran “estaban llenas de calumnias y maldiciones, que ponían a casi todas las Iglesias en desorden”. La primera enviada a Cartago consistía en “amargas acusaciones” contra Cornelio. Los mensajeros de Roma al Concilio de Cartago irrumpieron con ataques similares. Es necesario señalar este punto, pues los historiadores a menudo lo pasan por alto, y califican la controversia como una división entre los obispos sobre el tema de su herejía. Pero el asunto no se podía presentar como: “¿Cuál es preferible, la doctrina de Cornelio o la de Novaciano?”
Una admirable respuesta dirigida a Novaciano por san Dionisio de Alejandría ha sido conservada: “Dionisio a su hermano Novaciano, saludos. Si fue contra tu voluntad, como dices, que fuiste inducido, puedes probarlo retirándote de tu libre voluntad. Porque mejor hubieras sufrido cualquier cosa antes que dividir la Iglesia de Dios y ser martirizado antes que causar un cisma, hubiese sido más glorioso sufrir el martirio antes que cometer idolatría, ni en mi opinión hubiese sido un acto aún mayor; porque en el primer caso uno es un mártir por su propia alma solamente, en el otro caso por la Iglesia completa.” Aquí de nuevo no hay cuestión de herejía.
Novaciano finalmente fue llamado herético, no sólo por Cipriano sino en toda la Iglesia, por sus severas opiniones respecto a la reinstalación de los que habían sido lapsi en la persecución. Novaciano afirmaba que la idolatría era un pecado imperdonable y que la Iglesia no tiene autoridad para restaurar a la comunión a quien hubiese caído en ella. Debían arrepentirse y ser admitidos a la penitencia de por vida pero su perdón debía ser dejado a Dios; no se podía pronunciar en este mundo.
Tales ideas no eran una novedad. Tertuliano se había resistido al perdón del adulterio por el papa san Calixto por ser una “innovación”. San Hipólito estuvo igualmente inclinado a la severidad. En varios lugares y tiempos se aprobaron leyes que castigaban ciertos pecados ya sea con el aplazamiento de la comunión hasta la hora de la muerte, o incluso con el rechazo de la comunión a la hora de la muerte. San Cipriano aprobó este último recurso en el caso de los que se negasen a hacer penitencia y sólo se arrepentiesen en el lecho de muerte. Esto era porque tal arrepentimiento parecía de dudosa sinceridad. Pero no había herejía hasta que se negara que la Iglesia tenía el poder de conceder la absolución en ciertos casos. Esta fue la herejía de Novaciano. De ahí, que san Cipriano afirme que los novacianos no asumen el credo católico pues cuando dicen “Creo en el perdón de los pecados y la vida perdurable, a través de la Santa Iglesia” ellos mienten.
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