lunes, 15 de agosto de 2022

San Cipriano de Cartago, Obispo y Mártir



En la banda circular de la cúpula de Miguel Angel Buonarroti (Basílica de San Pedro, Vaticano) están incrustadas con mosaicos estas palabras: “Hinc una fides mundo refulget, hinc sacerdotii unitas exhoritur”, "Desde aquí se esparce por el mundo la única y verdadera fe, aquí nace la unidad del sacerdocio". El texto es de san Cipriano y es suficientemente indicativo para que a este Padre de la Iglesia podamos llamarle el "santo de la romanidad": san Cipriano nos enseña a amar más a la Iglesia y al Romano Pontífice y a comprender mejor la grandeza del papado.

Converso, de padres paganos

Cipriano nació en el norte de Africa, quizá en la misma Cartago, en los primeros años del siglo III. Sus padres, paganos adinerados, le procuraron una buena educación, llegando a enseñar retórica con gran éxito. Guiado y aconsejado por el presbítero que Cecilio se convirtió al cristianismo, empezando una nueva vida de catecúmeno ejemplar en la práctica de la austeridad, la continencia y la caridad. Poco después del bautismo entró en las filas del clero, entregando a la Iglesia su patrimonio.

Elección episcopal por aclamación popular
y enfrentamiento con el partido lapsista

Su elección episcopal a la sede cartaginense ocurre en el año 248 ó 249. Fue designado por aclamación popular, según la costumbre de entonces. Y como suele ocurrir en un acto popular, también tuvo oposición. A la elección episcopal de Cipriano se oponía el partido lapsista del clero, encabezado por el sacerdote Novato y por un seglar rico cuyo nombre era Felicísimo. Después, durante su gobierno episcopal, el obispo Cipriano tuvo que enfrentarse a este partido en la cuestión de los "lapsi" y "libeláticos".

Se llamaban libeláticos a los cristianos que para librarse de la persecución se procuraban el libellus de apostasía: un certificado que mostraba haber sacrificado a los dioses, sin haberlo hecho en realidad. Al finalizar la persecución, éstos, lo mismo que los apóstatas, pedían de nuevo ser admitidos en la comunidad cristiana. Para ello se procuraban el apoyo de los confesores que habían padecido cárcel, pidiéndoles el libelli pacis (billetes de paz), para de este modo ser dispensados de la penitencia pública. 

Cipriano mantuvo firme su autoridad episcopal frente a los confesores que concedían el libelli pacis a los libeláticos, haciendo prevalecer su opinión. Para ello reunió en el año 252 un sínodo en Cartago y tomó medidas rigurosas, que consistían en distinguir entre los que habían sacrificado a los ídolos —a los que se impuso penitencia perpetua, admitiéndoles a la reconciliación sólo a la hora de la muerte— y los libeláticos, a los cuales podía admitirse a la comunión después de un período de prueba. Novato y Felicísimo se declararon en rebeldía frente a estas decisiones e iniciaron un cisma local. 

El cisma novacionista

Hasta Cartago llegaron también partidarios de la otra controversia del momento: la de los extremadamente rigoristas del clero romano, partido encabezado por Novaciano, el cual defendía que en ningún caso había que perdonar a los lapsos. Novaciano había conseguido hacerse elegir antipapa en Roma contra Cornelio, produciendo un cisma que tuvo cierta difusión y duración. En Africa, Cipriano combatió enérgicamente el cisma novacionista, sosteniendo al papa Cornelio.

Persecución y martirio

Cipriano rigió la iglesia de Cartago hasta el año 257. Su período pastoral se vio agitado por las persecuciones contra los cristianos, que tuvieron lugar en aquella mitad del siglo. Desde el año 250 hasta la primavera del 51, con motivo de la persecución de Decio, Cipriano tuvo que esconderse. Desde su oculto retiro, no lejano de la sede, gobernó a sus fieles por medio de una intensa actividad epistolar. Pasado el huracán, pudo regresar a su ciudad y allí derrochó su vitalidad y sus energías apostólicas hasta la persecución de Valeriano.

El 30 de agosto de 257 el obispo es llevado al pretorio de Cartago ante el procónsul Aspasio Paterno. Este le hizo la pregunta de ritual: "Los sacratísimos emperadores se han servido escribirme con orden de que a quienes no profesan la religión de los romanos se les obligue a guardar sus ceremonias. Quiero saber si eres de ese número. ¿Qué me respondes?" 

Cipriano confiesa entonces abiertamente su fe: "Soy cristiano y obispo; no conozco más dioses que uno solo, el verdadero Dios, que crió los cielos, la tierra, el mar y cuanto en ellos hay. A este Dios adoramos los cristianos y noche y día rogamos por nosotros mismos, por todos los hombres y también por la salud de los emperadores". 

A este testimonio responde el procónsul con la orden de destierro. Cipriano se ve obligado a salir para Curubi. Allí permanece una temporada hasta que un nuevo procónsul sucede a Paterno: Galerio Máximo. Este ordena a Cipriano que se presente en Utica, residencia del magistrado romano; pero el obispo se niega a esto porque quiere morir en medio de su pueblo. Regresa a Cartago y el procónsul, después de oír nuevamente la confesión de fe hecha por Cipriano el 13 de septiembre, le condena a muerte. A la sentencia proconsular el futuro mártir da por respuesta un Deo gratias

Antes de su ejecución, Cipriano ordena que se den 25 monedas de oro a su verdugo. El día 14 Cipriano fue decapitado delante de una multitud de fieles, que pudieron admirar el ejemplo del santo mártir. Según dice Poncio, Cipriano fue el primer obispo que, después de los apóstoles, tiñó Africa con su sangre.

San Jerónimo comenta que Cipriano fue martirizado el mismo día, aunque no el mismo año, que el papa Cornelio. Este murió en el 252, después de haber sido desterrado a Centocelle, donde recibió de Cipriano cartas de consolación. Ahora la Iglesia nos presenta a los dos santos mártires unidos por la misma fiesta en la liturgia del día 16 de septiembre.


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