El “Liber Pontificalis” lo sitúa como nativo de África y dice que su padre se llamaba Félix. Esta autoridad, tomando como base el “Catálogo Liberiano”, indica los años 186-197 como el periodo de su episcopado. En su Historia de la Iglesia, Eusebio de Cesarea coloca el principio de su pontificado al décimo año del reinado de Cómodo y dice que duró diez años.
Durante los últimos años de Cómodo (180-92) y los primeros de Septimio Severo (desde 193), la Iglesia Romana gozó en general de una gran paz externa. La opinión favorable de Cómodo para con los cristianos se debe a la influencia de una mujer llamada Marcia. De acuerdo con el testimonio de san Hipólito había sido presentada por el presbítero Jacinto y estaba muy favorablemente inclinada hacia los cristianos, tal vez incluso ella era cristiana (Hipólito la llama philoteos “Amante de Dios”).
Un día ella mandó llamar al papa Víctor al palacio imperial y le pidió una lista de los cristianos romanos que habían sido condenados a trabajos forzados en las minas de Cerdeña, para ella poder obtenerles su libertad. El Papa le entregó la lista y Marcia, habiendo recibido el perdón requerido del emperador, envió al presbítero Jacinto a Cerdeña con una orden de liberación para los confesores cristianos.
Calixto, quien luego sería Papa (san Calixto I), estaba entre esos deportados y no volvió a Roma, sino que permaneció en Antio, donde recibió una pensión mensual de los cristianos romanos.
San Ireneo (Adv. Haerses, IV.30.1) señala que los cristianos fueron empleados en este periodo como oficiales de la corte imperial. Entre estos oficiales estaba el liberto imperial Prosenes, cuya tumba y epitafio se han conservado. Septimio Severo también, durante los primeros años de su reinado, trató amablemente a los cristianos, continuando influencia de los oficiales cristianos. El emperador mantuvo en su palacio a un cristiano llamado Próculo quien una vez le había curado. Protegió a los hombres y mujeres cristianos de rango contra los excesos de la turba pagana y su hijo Caracalla tuvo una ama de cría cristiana (Tertuliano, “Ad Scapulam”, IV).
El cristianismo tuvo grandes avances en la capital y también encontró adeptos entre las familias distinguidas por su riqueza y ascendencia noble (Eusebio, “Hist. Eccl.”, V.21).
La Controversia Pascual
Durante esta época hubo disensiones internas que afectaron a la Iglesia en Roma. La disputa sobre la celebración de la Pascua (Controversia Pascual) se agudizó. Los cristianos en Roma, quienes venían de la provincia de Asia, estaban acostumbrados a celebrar la Pascua el decimocuarto día de Nisan, sin importar en qué día de la semana cayese, tal como lo habían hecho en casa. Esta diferencia inevitablemente trajo problemas cuando apareció en la comunidad cristiana de Roma.
El papa Víctor decidió unificar la observancia del festival de la Pascua y persuadir a los cuartodecimanos a unirse a la práctica general de la Iglesia. Le escribió al obispo Polícrates de Éfeso y le indujo a llamar a los obispos de la provincia de Asia para discutir el asunto. Así se hizo, pero en la carta enviada por Polícrates al Papa, declaró que él firmemente se adhería a la costumbre cuartodecimana observada por tantos célebres y santos obispos de esa región.
Víctor convocó un encuentro de obispos italianos en Roma, el cual es el primer sínodo romano conocido. También escribió a los principales obispos de los distintos distritos, urgiéndoles a reunir a los obispos de sus secciones del país y a pedirles consejo sobre el asunto de la fiesta de la Pascua. Llegaron cartas de todas partes: del sínodo en Palestina, en el cual presidieron Teófilo de Cesarea y Narciso de Jerusalén; del sínodo del Ponto, sobre el cual presidio Palmas, como el más anciano; de las comunidades de la Galia cuyo obispo era Ireneo de Lyon; de los obispos del Reino de Osrhoene; también de obispos individuales como Basilio de Corinto. Estas cartas unánimemente informaron que celebraban la Pascua en domingo.
Víctor, quien actuó durante todo el asunto como cabeza de la cristiandad, llamó a los obispos de la provincia de Asia a abandonar su costumbre y a observar la práctica universal prevaleciente de celebrar siempre la Pascua en domingo. En caso de no hacerlo, los declararía fuera de la hermandad de la Iglesia.
Este severo proceder no agradó a todos los obispos. Ireneo de Lyon y otros escribieron al papa Víctor, le reprocharon su severidad, le urgieron a mantener la paz y la unidad con los obispos de Asia y a tener sentimientos afectuosos hacia ellos. Ireneo le recordó que sus predecesores habían en efecto mantenido la observancia dominical de la Pascua, como era lo correcto, pero no habían roto las amistosas relaciones y comunión con los obispos debido a que mantuvieran otra costumbre (Eusebio, Historia de la Iglesia V.23-25).
No tenemos más información con respecto a como siguió el asunto bajo Víctor I con lo que respecta a los obispos de Asia. Todo lo que se sabe es que en el curso del siglo III la práctica romana de la observancia de la Pascua se hizo gradualmente universal. En Roma, donde el papa Víctor reforzó la observancia de la Pascua en domingo para todos los cristianos en la capital, un oriental llamado Blasto, con unos cuantos seguidores se opuso al Papa y generó un cisma, el cual, sin embargo no creció en importancia (Eusebio, loc. Cit., B,XX).
Combatiendo herejías
Durante el pontificado de Víctor, un rico cristiano, Teodoto el vendedor de cueros, vino de Constantinopla a Roma y enseñó falsas doctrinas concernientes a Jesucristo, al cual declaró ser sólo un hombre investido del Espíritu Santo, en el bautismo, con poderes sobrenaturales. El Papa condenó esta herejía y excluyó a Teodoto de la Iglesia. Éste, sin embargo, no desistió, sino que, junto con sus seguidores formó un partido cismático, el cual se mantuvo durante un tiempo en Roma.
San Jerónimo llama al papa Víctor el primer escritor latino de la Iglesia.
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