sábado, 13 de agosto de 2022

Lucas 12:49-53, "He venido a arrojar fuego sobre la tierra" por M. Dolors Gaja, M.N.



Comentario por M. Dolors Gaja, M.N.

El domingo pasado leíamos tres parábolas de ausencia. Y esa ausencia de Cristo es, en este domingo, una presencia tan fuerte que se convierte en fuego que abrasa y cauteriza las heridas.

EL FUEGO

En muchas culturas el fuego, por lo que tiene de inaprensible y potente, es símbolo de la divinidad. Y con este sentido  se usa, tanto en la escena de Pentecostés como en la frase inicial de este fragmento; porque Jesús ha venido a traer el fuego del Espíritu.

Un fuego que contagia la pasión por el Reino, que purifica de todo mal, que enciende los corazones para el bien, que conforma el alma en el molde del corazón de Cristo; un fuego, un Espíritu, que en Jesús se revela en el ansia por cumplir la Voluntad del Padre y en la cercanía amorosa con los más necesitados.

El Fuego que enciende Jesús en nuestros corazones al hacer camino con nosotros es “dulce huésped del alma, suave alivio, descanso en el trabajo, alegría en nuestro llanto. Es fuego que penetra hasta lo más hondo, purifica nuestras manchas, enciende  nuestra aridez, sana nuestras heridas, elimina con su calor nuestra frialdad y corrige nuestros desvíos”...

Pero es fuego. Y quema. Quema orgullos y soberbias, protagonismos e intolerancias…Los Tres de Nazaret vivieron siempre encendidos en este Fuego.  

LA PAZ DE DIOS Y EL CONFLICTO

Todos ansiamos la paz y, unos más y otros menos, tememos el conflicto. Pero lo que queda claro es que la paz de Jesús no es la que da el mundo y, por lo mismo, llegar a obtenerla pasa por entrar en conflicto con ese mundo, chocar con él, sentir el desgarro del corazón cuando se hace preciso optar.

Porque Jesús pone de relieve actitudes de nuestro corazón que son incompatibles, luces y sombras propias; y también la llamada a ser profeta.

Por el bautismo todos somos profetas. Enviados de Dios para ser la conciencia del pueblo. El evangelio de hoy nos llama a “ser conflictivos” a denunciar lo que nos deshumaniza, a no callar ante la injusticia, a ver las cosas bajo otra Luz…

La paz de Dios nada tiene que ver con la calma y la tranquilidad. Puede ser muy dura y llegar envuelta en soledad. Pero es paz.

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