Hechos 14, 21b-27
Salmo 144: Bendeciré tu nombre por siempre jamás,
Dios mío, mi rey
Apocalipsis 21:1-5a
Juan 13,31-33a.34-35
Hechos 14, 21b-27
En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios. En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.
Salmo 144: Bendeciré tu nombre por siempre jamás,
Dios mío, mi rey
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.
R. Bendeciré tu nombre por siempre jamás,
Dios mío, mi rey
Que todas tus criaturas te den gracias,
Señor, que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.
R. Bendeciré tu nombre por siempre jamás,
Dios mío, mi rey
Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.
R. Bendeciré tu nombre por siempre jamás,
Dios mío, mi rey
Apocalípsis 21,1-5a
Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: "Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado." Y el que estaba sentado en el trono dijo: "Todo lo hago nuevo."
Juan 13,31-33a.34-35
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: "Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros."
Comentario por Mons. Francisco González, S.F.,
Obispo Auxiliar de Washington, D.C.
En la primera lectura encontramos el final del primer viaje misionero de San Pablo que ha ido acompañado de Bernabé.
Salieron de Antioquía (13,2) por mandato del Espíritu Santo. Han visitado Chipre y Asia Menor y ahora regresan a la comunidad antioquena para informarles de lo que "Dios había hecho por medio de ellos". En su predicación han insistido que este nuevo pensar y hacer, no es algo temporal ni fácil, esta buena nueva que les han traído es para siempre y se les exhorta a que permanezcan firmes en la fe, pues es la única forma para que la buena nueva que les han traído tenga su efecto. Les han anunciado también que habrá dificultades y tendrán que pasar mucho "para entrar en el Reino de Dios".
Pablo y Bernabé antes de alejarse de las nuevas comunidades designaron presbíteros (ancianos, guías, responsables), pero no sin antes orar, ayunar y encomendarlos al Señor, pues había que reconocer que toda misión viene de Dios y Él es el verdadero guía y sostén de la vida.
La segunda lectura nos ofrece el comienzo de las tres últimas visiones del libro del Apocalipsis: el cielo nuevo y la tierra nueva. El sacrificio del Cordero nos trae esta novedad, esta nueva realidad, "la ciudad santa... que viene del cielo", pues tiene su origen en Dios, que la ha adornado como novia que se prepara para el esposo, toda blanca, toda gozosa, toda feliz. Juan, en su visión, nos cuenta como ya no hay mar, el lugar de los poderes del mal, y por eso desaparecen (profecías del A.T.) Primero que todo "la muerte", pues ella no es parte de la creación original, y por eso "El que estaba sentado en el trono dijo: “Ahora hago un universo nuevo". Dios enjuga las lágrimas de su pueblo y ya no hay luto, ni llanto, ni dolor. Qué visión tan extraordinaria y consoladora, para aquellos tiempos de persecución y desánimo, pero no menos para nuestro tiempo, este siglo en el que tan ansiosamente buscamos la felicidad.
Y por último, el evangelio que hoy leemos. Estamos en la Última Cena. Jesús rodeado de los íntimos y uno de ellos, Judas, acaba de abandonar la mesa y Jesús habla como si le faltara tiempo: "Me queda poco de estar con vosotros" y sin embargo todavía hay que dar consignas, instrucciones, incluso el mandamiento nuevo cuyo cumplimiento servirá como, más aún, será su identidad.
Hoy estamos sufriendo una crisis de identidad. Muchos se preguntan qué es lo que nos distingue en nuestra Iglesia, qué es lo que nos hace católicos. Es verdad que tenemos nuestra liturgia, nuestro calendario, los sacramentos, los mandamientos de la Iglesia, nuestra religiosidad popular, nuestra historia y tradición y otras muchas cosas, sin embargo hay algo que es indispensable, y lo es porque el mismo Jesucristo nos lo ha dicho: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado (ahí está la novedad). La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os améis unos a otros".
Bueno será concluir esta reflexión con aquellas palabras de San Pablo describiendo el amor. La liturgia de hoy nos ofrece dos aspectos esenciales del cristianismo: el amor y la comunidad. El amor, tarjeta de identidad cristiana, es "paciente, servicial y sin envidia. No presume, ni se engríe, no es egoísta, ni se irrita... Aguanta sin límites, espera sin límites..." (1 Cor. 13).
Salmo 144: Bendeciré tu nombre por siempre jamás,
Dios mío, mi rey
Apocalipsis 21:1-5a
Juan 13,31-33a.34-35
Hechos 14, 21b-27
En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios. En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.
Salmo 144: Bendeciré tu nombre por siempre jamás,
Dios mío, mi rey
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.
R. Bendeciré tu nombre por siempre jamás,
Dios mío, mi rey
Que todas tus criaturas te den gracias,
Señor, que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.
R. Bendeciré tu nombre por siempre jamás,
Dios mío, mi rey
Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.
R. Bendeciré tu nombre por siempre jamás,
Dios mío, mi rey
Apocalípsis 21,1-5a
Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: "Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado." Y el que estaba sentado en el trono dijo: "Todo lo hago nuevo."
Juan 13,31-33a.34-35
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: "Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros."
Comentario por Mons. Francisco González, S.F.,
Obispo Auxiliar de Washington, D.C.
En la primera lectura encontramos el final del primer viaje misionero de San Pablo que ha ido acompañado de Bernabé.
Salieron de Antioquía (13,2) por mandato del Espíritu Santo. Han visitado Chipre y Asia Menor y ahora regresan a la comunidad antioquena para informarles de lo que "Dios había hecho por medio de ellos". En su predicación han insistido que este nuevo pensar y hacer, no es algo temporal ni fácil, esta buena nueva que les han traído es para siempre y se les exhorta a que permanezcan firmes en la fe, pues es la única forma para que la buena nueva que les han traído tenga su efecto. Les han anunciado también que habrá dificultades y tendrán que pasar mucho "para entrar en el Reino de Dios".
Pablo y Bernabé antes de alejarse de las nuevas comunidades designaron presbíteros (ancianos, guías, responsables), pero no sin antes orar, ayunar y encomendarlos al Señor, pues había que reconocer que toda misión viene de Dios y Él es el verdadero guía y sostén de la vida.
La segunda lectura nos ofrece el comienzo de las tres últimas visiones del libro del Apocalipsis: el cielo nuevo y la tierra nueva. El sacrificio del Cordero nos trae esta novedad, esta nueva realidad, "la ciudad santa... que viene del cielo", pues tiene su origen en Dios, que la ha adornado como novia que se prepara para el esposo, toda blanca, toda gozosa, toda feliz. Juan, en su visión, nos cuenta como ya no hay mar, el lugar de los poderes del mal, y por eso desaparecen (profecías del A.T.) Primero que todo "la muerte", pues ella no es parte de la creación original, y por eso "El que estaba sentado en el trono dijo: “Ahora hago un universo nuevo". Dios enjuga las lágrimas de su pueblo y ya no hay luto, ni llanto, ni dolor. Qué visión tan extraordinaria y consoladora, para aquellos tiempos de persecución y desánimo, pero no menos para nuestro tiempo, este siglo en el que tan ansiosamente buscamos la felicidad.
Y por último, el evangelio que hoy leemos. Estamos en la Última Cena. Jesús rodeado de los íntimos y uno de ellos, Judas, acaba de abandonar la mesa y Jesús habla como si le faltara tiempo: "Me queda poco de estar con vosotros" y sin embargo todavía hay que dar consignas, instrucciones, incluso el mandamiento nuevo cuyo cumplimiento servirá como, más aún, será su identidad.
Hoy estamos sufriendo una crisis de identidad. Muchos se preguntan qué es lo que nos distingue en nuestra Iglesia, qué es lo que nos hace católicos. Es verdad que tenemos nuestra liturgia, nuestro calendario, los sacramentos, los mandamientos de la Iglesia, nuestra religiosidad popular, nuestra historia y tradición y otras muchas cosas, sin embargo hay algo que es indispensable, y lo es porque el mismo Jesucristo nos lo ha dicho: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado (ahí está la novedad). La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os améis unos a otros".
Bueno será concluir esta reflexión con aquellas palabras de San Pablo describiendo el amor. La liturgia de hoy nos ofrece dos aspectos esenciales del cristianismo: el amor y la comunidad. El amor, tarjeta de identidad cristiana, es "paciente, servicial y sin envidia. No presume, ni se engríe, no es egoísta, ni se irrita... Aguanta sin límites, espera sin límites..." (1 Cor. 13).
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