viernes, 4 de marzo de 2016

Oseas 14,2-10: Esperanza del Dios que ama

Oseas 14,2-10  

Así dice el Señor: "Israel, conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste por tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: "Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios. No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos. En ti encuentra piedad el huérfano." Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos. Seré para Israel como rocío, florecerá como azucena, arraigará como el Líbano. Brotarán sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma como el Líbano. Vuelven a descansar a su sombra; harán brotar el trigo, florecerán como la viña; será su fama como la del vino del Líbano. Efraín, ¿qué te importan los ídolos? Yo le respondo y le miro: yo soy como un ciprés frondoso: de mí proceden tus frutos. ¿Quién es el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda? Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en ellos."

— Comentario por Reflexiones Católicas

El texto que hoy meditamos son las palabras finales de su mensaje profético. En realidad son las únicas palabras de consuelo y esperanza que aparecen en los catorce capítulos del Libro de Oseas. Pero no creáis que Oseas es un profeta melancólico. Es mucho más profundo el mensaje que nos transmite en su libro. En general, todos los profetas han hecho gestos que eran signos a través de los cuales trataban luego de explicar al pueblo sencillo el mensaje del Señor.

También el profeta Oseas se ofrece a sí mismo como símbolo y materia de enseñanza. Es su misma vida la que tiene valor de signo en medio de un terrible drama: la traición de su mujer.

Oseas se ha casado con una mujer a la que ama. Pero ésta le es infiel y le engaña yéndose con otro. Oseas la sigue amando y, tras someterla a prueba, la vuelve a tomar como esposa.

Este episodio doloroso del profeta, con el que comienza su mensaje, se convierte en el símbolo del amor que Dios tiene a su pueblo. Israel, con quien Dios se ha desposado, se ha conducido como una mujer infiel, como una prostituta, y ha provocado el furor y los celos de su esposo divino. Este sigue queriéndola, y si la castiga, es para atraerla hacia sí y devolverle la alegría del primer amor.

Con una audacia que sorprende y una pasión que impresiona, el alma tierna y violenta de Oseas expresa por vez primera las relaciones de Dios con Israel mediante la imagen y terminología del matrimonio. Todo su mensaje tiene como tema fundamental el amor de Dios despreciado por su Pueblo.

Oseas arremete con furia mal contenida contra todo cuanto en la historia de Israel ha sido desprecio para el Señor. Sus críticas a las clases dirigentes, a los sacerdotes y a los explotadores son duras. Habla desde su propia rabia convertida ahora en símbolo: la Palabra de Dios adquiere ahora en su lengua todo el fuego pasional de un marido engañado.

El libro de Oseas conmovió profundamente a los hombres del Antiguo Testamento. No es de extrañar que los evangelistas se inspiren en él y lo citen con alguna frecuencia. La comunidad cristiana vio en sus páginas la imagen del amor que Cristo tiene a su Iglesia; y los místicos cristianos como Teresa de Ávila y Juan de la Cruz la extendieron a todas las almas fieles, esposas amadas de Cristo.

En este contexto es donde tenemos que situar las palabras que hoy meditamos. El corazón de Oseas se ha ido vaciando poco a poco, a lo largo de trece capítulos, de toda la ira y amargura que se almacenaron en su alma. Han sido palabras en las que se mezclaron el símbolo y la realidad de su dolor. Pero no son la palabra última de su corazón creyente.

El Dios de Oseas, tan herido, tan maltratado por su pueblo, no se consume en lamentos estériles y rencorosos, sino que al final de tanto desprecio, queda brillando en este último capítulo la esperanza de que el pueblo se volverá al Señor al cabo de una larga experiencia.

Pero el retorno a Dios no puede lograrse sin esta confesión humilde de los equivocados caminos que se han seguido. "Israel, conviértete al Señor Dios tuyo porque tropezaste con tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: perdona del todo la iniquidad". Lo mismo que el menor de la parábola, debemos preparar nuestras palabras: "Me levantaré, iré a mi Padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo". 

La mayor falta de todas es la resistencia a encontrar a Dios en la vida diaria. El pecado es negarse a ver a Dios en la historia. Por eso la conversión esencial no consiste en hacer cosas sino que vivamos cada acontecimiento de cada día como iniciativa de Dios.

"Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos; los pecadores tropiezan en ellos". Os 14,10. El camino del Señor es su Palabra viniendo a nosotros los hombres, para que el hombre pueda por ella volver a Dios.

"No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar dios a la obra de nuestras manos". No nos salvará Asiria, es decir, no queremos depender del poder del mundo que trata de imponerse. No montaremos a caballo (los carros de combate eran los más poderosos medios militares para lograr el poder), quiere decir, no queremos confiar en los propios medios para conseguir el poder.

Unos siguen creyendo en los poderes del mundo, como pilares de la Iglesia de Cristo; otros creemos en nosotros mismos y en nuestras teorías como salvación de la comunidad cristiana.

Con demasiada frecuencia los hijos de Abrahán llevaban de la ciudad conquistada los pequeños ídolos que han escondido bajo sus mantos o en las alforjas.

Hay que hacer un alto en el camino y registrar todos los equipajes de los que vamos a la tierra prometida siguiendo la voz del Padre. Tenemos que desnudarnos con humildad y quemar los ídolos que hay en el corazón de muchos de nosotros. 

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