martes, 1 de marzo de 2016

Daniel 3,25.34-43: Acepta nuestro espíritu humilde

Daniel 3,25.34-43

En aquellos días, Azarías se detuvo a orar y, abriendo los labios en medio del fuego, dijo: "Por el honor de tu nombre, no nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia. Por Abrahán, tu amigo; por Isaac, tu siervo; por Israel, tu consagrado; a quienes prometiste multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo, como la arena de las playas marinas. Pero ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados. En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni holocausto, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia. Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, como un holocausto de carneros y toros o una multitud de corderos cebados. Que éste sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados. Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos y buscamos tu rostro, no nos defraudes, Señor. Trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia. Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, Señor."

— Comentario por Reflexiones Católicas
"Acepta nuestro nuestro espíritu humilde"

Se trata de una confesión de los pecados del pueblo, compuesta sin duda en la misma fecha que el Libro de Daniel (persecución de Antíoco, 165 a. d. J.C.), pero inserta después en el texto sagrado.

El que reza suplica a Dios que se cumpla su promesa de hacer de Israel un pueblo numeroso (vv. 36-37). Para que sea eficaz esta oración, es necesario que se pueda hacer al menos en medio de sacrificios litúrgicos o por intermedio de un profeta. Pero ya no hay ni profeta, ni jefe, ni sacrificio en estos tiempos de persecución (v. 38).

¿Quiere decir esto que cualquier oración es vana? Al contrario, el autor de la oración descubre el alcance de sacrificio de la penitencia y de la contrición. La oración del perseguido vale por todos los sacrificios de ovejas y corderos (v. 39). La doctrina del sacrificio espiritual está al mismo nivel, por tanto, que la persecución. El siervo paciente es ya una víctima de sacrificio; los mártires de Antíoco también lo son. Cristo transforma definitivamente la persecución que sufre en sacrificio.

Proceso de purificación:

Dios ha educado progresivamente a su pueblo a que pase de los sacrificios de sangre del comienzo a los sacrificios de oblación espiritual inaugurados por Cristo. Se pueden discernir varias etapas en esta evolución.

La etapa "cuantitativa" en la que los judíos ofrecen un holocausto de tipo pagano, el diezmo y las primicias de sus bienes (Lv 2.; Dt 26. 1-11). Se trata de un sacrificio de ritos, ya que su riqueza y la abundancia de sus bienes se manifiestan incluso en sus sacrificios, asegurándoles una importancia (y, por tanto, un valor religioso) mayor (2 Cr 7,1-7). No obstante, este tipo de sacrificio se desarrolla sin comprometer verdaderamente a los que participan en él; el campesino judío lleva la víctima y el sacerdote la sacrifica según los ritos. Sólo se compromete la víctima..., pero ella lo ignora. Aún estamos lejos del sacrificio ideal en que el sacerdote y la víctima coinciden en una sola persona.

La reacción de los profetas contra este tipo de sacrificio que deja de lado la actitud espiritual y moral, será violenta, pero estéril, a menudo (Am 5,21-27; Jr 7,1-15; Is 1,11-17; Os 6,5-6). Será necesario esperar el exilio para que tomen forma las primeras realizaciones de un sacrificio espiritual.

En efecto, en el sacrificio de expiación, tipo de sacrificio que aparece sobre todo en esta época (Nm 29,7-11), el aspecto cuantitativo desaparece para dar paso a una expresión más marcada de los sentimientos de humildad y pobreza. El esfuerzo más claro para esta espiritualización se notará sobre todo en los salmos (Sal 39/40,7-10; 50/51,18-19; 49/50; Jl 1,13-14; Dn 3,37-43) Poco a poco, se llega a tener conciencia de que el sentimiento personal constituye la esencia del sacrificio. El sacrificio del Siervo paciente será el tipo de sacrificio del futuro (Is 53. 1-10).

Jesús tiene claramente este último punto de vista. Son su obediencia y su pobreza las que constituyen la materia de su sacrificio (Hb 2. 17-18; Rm 5. 19; Hb 10. 5-7; Mt 27. 38-60; Lc 18. 9-14). También hace de ello su oblación, al igual que la oblación del Siervo que sufre (Jn 13. 1-5; Lc 22. 20; 23. 37; Mt 26. 3-5).

A su vez, este sacrificio del cristiano sigue la línea del sacrificio de Cristo; una vida de obediencia y de amor que, por su asociación con Cristo, tiene valor litúrgico (Rm 12. 1-2; Hb 9. 14). Tenemos que recordarnos continuamente que un culto que no sea la expresión de un "sacrificio espiritual" así perdería su sentido radicalmente. 

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