Hechos 5:12-16
Salmo 118: “Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia”
Apocalipsis 1:9-13, 17-19
Juan 20,19-31
Hechos 5:12-16
Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban.
Salmo 118: Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.
R. Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
R. Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina.
R. Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
Apocalipsis 1:9-13, 17-19
Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios, y haber dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente que decía: "Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete Iglesias de Asia." Me volví a ver quién me hablaba, y, al volverme, vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos una figura humana, vestida de larga túnica, con un cinturón de oro a la altura del pecho. Al verlo, caí a sus pies como muerto. Él puso la mano derecha sobre mí y dijo: "No temas: Yo soy el primero y el Último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde."
Juan 20,19-31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros." Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo." Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos." Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contesto: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo." A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: "Paz a vosotros." Luego dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente." Contestó Tomás: "¡ Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto." Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Comentario por Mons. Francisco González, S.F.
Llevamos ya una semana de aleluya y gloria y campanas y campanillas. La sagrada liturgia no invita, ni fuerza a la alegría. Mas, hay motivos y serios para estar alegres: Jesús ha resucitado. De otro lado, continúa habiendo todavía muchos crucificados, lo que explica que la alegría sea un tanto opaca, pues es el mismo Señor quien nos ha dicho: “Cuando se lo hiciste a uno de estos mis pequeños, a mí me lo hicistéis”. Claro que cuando ponemos a Dios como centro de nuestra vida, los que sufren tendrán más posibilidad, mayor esperanza de resurrección.
La lectura del santo evangelio para este segundo domingo de Pascua, está tomada de San Juan. Un pasaje bello que nos puede hacer pensar, pues lo que ocurrió en aquel entonces, debe afectar y es una enseñanza para nuestra vida personal y de la Iglesia en el ahora.
Es al anochecer, del primer día, estando los discípulos escondidos en una casa con las puertas cerradas. Estaban pasando mucho miedo.
Fuera y dentro hay oscuridad, hay miedo, están encerrados. La nota de esperanza es que es el primer día, es un nuevo comienzo. Ha llegado el momento de que se cumpla la promesa: Y en esto entró Jesús, se puso en medio de ellos y les dijo: Paz a vosotros.
Inmediatamente les dio la prueba de quien era, por si había alguna duda: les mostró las manos y el costado, lo cual transformó su estado de ánimo, pues se llenaron de alegría. Todos aquellos rumores que corrieron durante el día de que algunos lo habían visto, etcétera, ahora llenó de gozo a todos los discípulos que estaban en casa.
Allí estaban la mayoría de los apóstoles, otros eran discípulos, habría mujeres que habían seguido al maestro. La mayoría se habían sentido llamados por este Jesús para seguirle, y así lo habían hecho. Pero también le habían abandonado, como leíamos en los relatos de la Pasión, y Jesús no les recuerda nada de eso, incluso les da su Espíritu, para que puedan continuar la misión que el Padre le había confiado a Él. ¡Qué extraordinario es el Maestro! Siempre mirando al futuro, un futuro lleno de esperanza y deja de lado la traición, el abandono, las negaciones. Sólo sabe decirles: Paz a vosotros. Una paz que verdaderamente necesitaban y que por sí solos no podían conseguir, pues no se habían olvidado de su comportamiento, pero ahora Jesús les dice que lo importante está por delante, e invita a todos ellos y a Tomás, que no estaba presente en la primera visita, a creer sin haber visto.
Tomás después de resistirse a creer y exigir pruebas antes de que él acepte lo que sus compañeros le aseguran haber visto, cae rendido ante Jesús, hacienda una maravillosa profesión de fe, incluso sin haber tocado la prueba que Jesús le ofrecía: ¡Señor mío y Dios mío!, pues lo importante no era esa prueba física, sino la misma persona y actitud del Maestro hacia él.
Según pasan los días nos vamos adentrando más y más en la nueva evangelización. Se habla y escribe constantemente sobre el tema. Echando una mirada hacia el pasado tratamos de encontrar a los culpables de la secularización de la sociedad antes cristiana. Es posible que la Iglesia no haya dado todo lo que debía haber dado en el campo de la catequesis, algo que ahora se quiere remediar. Todo lo cual puede ser verdad, pero tal vez hay otra razón por qué muchos han dejado de lado sus Iglesias. Posiblemente no hemos mostrado esa “paz y alegría” que nos da el Resucitado, nos hemos vuelto tristes, no gozamos de la paz interior que solo viene de Dios.
Damos la impresión a veces de estar cansados, de vivir nuestra fe forzados por unos u otros, y nos hemos olvidado de que Dios es quien nos ha dado la libertad, Él es el que nos guía hacia “la tierra prometida”, lo cual nos trae como consecuencia la paz y la alegría que experimentaron el primer día aquellos discípulos acobardados, ignorantes y miedosos, una vez que vieron al Resucitado.
Siguiendo el ejemplo de nuestros primeros hermanos en la fe, debemos abrir las puertas y dejar que el Espíritu del Señor penetre todo nuestro ser y quedemos transformados en evangelizadores, cuya “vivencia” del Resucitado, sea el altavoz que proclame el mensaje de Cristo, al mismo tiempo que aunque no pertenezcamos a este mundo, sí vivimos en Él, y estamos llamados a entrar en diálogo fraterno trabajando todos juntos por el Reino de Dios.
Salmo 118: “Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia”
Apocalipsis 1:9-13, 17-19
Juan 20,19-31
Hechos 5:12-16
Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban.
Salmo 118: Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.
R. Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
R. Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina.
R. Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
Apocalipsis 1:9-13, 17-19
Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios, y haber dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente que decía: "Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete Iglesias de Asia." Me volví a ver quién me hablaba, y, al volverme, vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos una figura humana, vestida de larga túnica, con un cinturón de oro a la altura del pecho. Al verlo, caí a sus pies como muerto. Él puso la mano derecha sobre mí y dijo: "No temas: Yo soy el primero y el Último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde."
Juan 20,19-31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros." Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo." Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos." Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contesto: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo." A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: "Paz a vosotros." Luego dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente." Contestó Tomás: "¡ Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto." Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Comentario por Mons. Francisco González, S.F.
Llevamos ya una semana de aleluya y gloria y campanas y campanillas. La sagrada liturgia no invita, ni fuerza a la alegría. Mas, hay motivos y serios para estar alegres: Jesús ha resucitado. De otro lado, continúa habiendo todavía muchos crucificados, lo que explica que la alegría sea un tanto opaca, pues es el mismo Señor quien nos ha dicho: “Cuando se lo hiciste a uno de estos mis pequeños, a mí me lo hicistéis”. Claro que cuando ponemos a Dios como centro de nuestra vida, los que sufren tendrán más posibilidad, mayor esperanza de resurrección.
La lectura del santo evangelio para este segundo domingo de Pascua, está tomada de San Juan. Un pasaje bello que nos puede hacer pensar, pues lo que ocurrió en aquel entonces, debe afectar y es una enseñanza para nuestra vida personal y de la Iglesia en el ahora.
Es al anochecer, del primer día, estando los discípulos escondidos en una casa con las puertas cerradas. Estaban pasando mucho miedo.
Fuera y dentro hay oscuridad, hay miedo, están encerrados. La nota de esperanza es que es el primer día, es un nuevo comienzo. Ha llegado el momento de que se cumpla la promesa: Y en esto entró Jesús, se puso en medio de ellos y les dijo: Paz a vosotros.
Inmediatamente les dio la prueba de quien era, por si había alguna duda: les mostró las manos y el costado, lo cual transformó su estado de ánimo, pues se llenaron de alegría. Todos aquellos rumores que corrieron durante el día de que algunos lo habían visto, etcétera, ahora llenó de gozo a todos los discípulos que estaban en casa.
Allí estaban la mayoría de los apóstoles, otros eran discípulos, habría mujeres que habían seguido al maestro. La mayoría se habían sentido llamados por este Jesús para seguirle, y así lo habían hecho. Pero también le habían abandonado, como leíamos en los relatos de la Pasión, y Jesús no les recuerda nada de eso, incluso les da su Espíritu, para que puedan continuar la misión que el Padre le había confiado a Él. ¡Qué extraordinario es el Maestro! Siempre mirando al futuro, un futuro lleno de esperanza y deja de lado la traición, el abandono, las negaciones. Sólo sabe decirles: Paz a vosotros. Una paz que verdaderamente necesitaban y que por sí solos no podían conseguir, pues no se habían olvidado de su comportamiento, pero ahora Jesús les dice que lo importante está por delante, e invita a todos ellos y a Tomás, que no estaba presente en la primera visita, a creer sin haber visto.
Tomás después de resistirse a creer y exigir pruebas antes de que él acepte lo que sus compañeros le aseguran haber visto, cae rendido ante Jesús, hacienda una maravillosa profesión de fe, incluso sin haber tocado la prueba que Jesús le ofrecía: ¡Señor mío y Dios mío!, pues lo importante no era esa prueba física, sino la misma persona y actitud del Maestro hacia él.
Según pasan los días nos vamos adentrando más y más en la nueva evangelización. Se habla y escribe constantemente sobre el tema. Echando una mirada hacia el pasado tratamos de encontrar a los culpables de la secularización de la sociedad antes cristiana. Es posible que la Iglesia no haya dado todo lo que debía haber dado en el campo de la catequesis, algo que ahora se quiere remediar. Todo lo cual puede ser verdad, pero tal vez hay otra razón por qué muchos han dejado de lado sus Iglesias. Posiblemente no hemos mostrado esa “paz y alegría” que nos da el Resucitado, nos hemos vuelto tristes, no gozamos de la paz interior que solo viene de Dios.
Damos la impresión a veces de estar cansados, de vivir nuestra fe forzados por unos u otros, y nos hemos olvidado de que Dios es quien nos ha dado la libertad, Él es el que nos guía hacia “la tierra prometida”, lo cual nos trae como consecuencia la paz y la alegría que experimentaron el primer día aquellos discípulos acobardados, ignorantes y miedosos, una vez que vieron al Resucitado.
Siguiendo el ejemplo de nuestros primeros hermanos en la fe, debemos abrir las puertas y dejar que el Espíritu del Señor penetre todo nuestro ser y quedemos transformados en evangelizadores, cuya “vivencia” del Resucitado, sea el altavoz que proclame el mensaje de Cristo, al mismo tiempo que aunque no pertenezcamos a este mundo, sí vivimos en Él, y estamos llamados a entrar en diálogo fraterno trabajando todos juntos por el Reino de Dios.
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