viernes, 4 de noviembre de 2022

Oblatos de San Ambrosio y San Carlos

Ayuda para la reforma de la diócesis 
siguiendo las directrices del Concilio de Trento (1545-1563)

San Carlos Borromeo, siendo arzobispo de Milán, se percató pronto de la ayuda que varias órdenes religiosas podrían proporcionarle para la reforma de su diócesis de acuerdo con los mandatos del concilio de Trento. Reclutó la ayuda de los Barnabitas, los Somaschi, y los Teatinos y confió la dirección del seminario a los Jesuitas. 

Estos auxiliares suyos, sin embargo, no se encontraban suficientemente disponibles para proveer a todas las necesidades relacionadas con el gobierno de la diócesis de Milán. Para cubrir este vacío, Carlos Borromeo decidió fundar una sociedad religiosa diocesana cuyos miembros, todos sacerdotes o a punto de serlo, deberían prestar un voto simple de obediencia a su obispo. 

Ya existía una sociedad así en Brescia, bajo el nombre de “Sacerdotes de la Paz”. Carlos intentó sin éxito ganar para su causa a los canónigos de su catedral pero encontró mayor respuesta en los “Sacerdotes de la Sagrada Corona”, que prestaban servicio en la basílica del Santo Sepulcro y vivían en comunidad. 

Sus exhortaciones al clero durante la reuniones sinodales condujeron a algunos hombres de buena voluntad a aceptar sus ideas, y pudo instalarlos en la iglesia del Santo Sepulcro y edificios adyacentes el 16 de agosto de 1578, dándoles el nombre de “Oblatos de San Ambrosio”.
 
La comunidad recibió donaciones procedentes de ciertos beneficios diocesanos, además de una parte de las propiedades pertenecientes a la Congregación de los Humiliati, que acababa de ser abolida por la Santa Sede. 

Las reglas por las que debía gobernarse la nueva congregación fueron sometidas a la opinión de san Felipe Neri y de san Félix de Cantalice. Éste último persuadió a Carlos Borromeo de que no impusiera el voto de pobreza, y poco después recibió la aprobación de Gregorio XIII

Los Oblatos tendrían la obligación de asistir al Arzobispo en el gobierno y administración de la diócesis, aceptar todos los cargos que se les encomendaran, partir en misión a los lugares más abandonados, hacerse cargo de parroquias vacantes, dirigir seminarios, colegios y escuelas cristianas, predicar retiros, y, dedicarse por entero a las tareas del ministerio de acuerdo con las órdenes y deseos del obispo. 

Estaban divididos en dos cuerpos, uno de ellos se mantendría unido a la iglesia del Santo Sepulcro, el otro trabajaría en la ciudad y la diócesis. Éste último estaría formado por seis grupos o asociaciones, bajo la dirección de un superior responsable. El primer cuerpo, tomando como modelo el método seguido en Roma por san Felipe y sus sacerdotes del Oratorio, hizo de la basílica un verdadero centro de vida piadosa y caritativa, cuyos efectos se dejaron sentir en toda la ciudad.

San Carlos se hizo cargo de la dirección, se encontraba feliz en su compañía, compartiendo su modo de vida y tomando parte en sus ejercicios y tareas. Solía decir que de todas las instituciones que había formado, eran los Oblatos en quienes apreciaba un valor mayor. 

Los Oblatos del Santo Sepulcro establecieron, además, para su propia asistencia, una confraternidad de Oblatos laicos, compuesta por magistrados y hombres prominentes, que se comprometían a visitar a los enfermos y los pobres, a enseñar a los ignorantes, a reconciliar a los enemigos, y a defender la Fe. 

La “Compañía de las Damas del Oratorio”, también fundada por ellos, se proponía fomentar la práctica de una vida cristiana seria entre las mujeres de mundo. También tomaron a su cargo la dirección del seminario diocesano, y de los colegios establecidos por el santo fundador; predicaban el Evangelio en las regiones rurales, e incluso viajaban hasta las montañas en busca de herejes. 

San Carlos, el mismo año de su fallecimiento en 1584, estaba preparando su establecimiento en el famoso santuario de Nuestra Señora de Rho. 

Los primeros oblatos pertenecían a lo más selecto del clero milanés, entre los cuales el saber y la enseñanza siempre habían sido una prioridad. 

Los arzobispos de Milán favorecieron el crecimiento de la institución y pronto pudo reunir doscientos. En 1613, el Cardenal Federico Borromeo ordenó que se imprimieran las constituciones. Los Oblatos continuaron con su labor en el servicio de la diócesis hasta su dispersión por Napoleón I en 1810. Sin embargo, los Oblatos de Nuestra Señora de Rho pasaron inadvertidos y pudieron continuar sin ser molestados. 

En 1848, fueron reorganizados por Monseñor Romilli, bajo el nombre de “Oblatos de San Carlos”, y reinstalados en su casa del Santo Sepulcro. Ahora, igual que en el pasado, la comunidad está formada por sacerdotes ilustrados y virtuosos. Uno de sus miembros, Ballerini, murió siendo Patriarca de Antioquia y después de haber gobernado la Iglesia de Milán; otro, Ramazotti, fue Patriarca de Venecia en 1861. 

Varios Oblatos se han hecho conocer por sus escritos teológicos e históricos. Podemos mencionar a los siguientes: Giovanni Stupano (┼1580), autor de un tratado sobre los poderes de los ministros de la Iglesia, y del Papa en particular; Martín Bonacita (┼1631), uno de los moralistas más importantes de su tiempo, cuyas obras teológicas se han reeditado varias veces, y que falleció repentinamente cuando iba a hacerse cargo de su nombramiento como nuncio de Urbano VIII ante la corte del Emperador; Giussano, uno de los mejores biógrafos de san Carlos; Soriano y , especialmente, su contemporáneo Sassi (Saxius, ┼1751), quien sucedió a Muratori como bibliotecario. A él debemos la edición, en cinco volúmenes, de las homilías de san Carlos, una historia de los arzobispos de Milán, y un tratado sobre el viaje de san Bernabé a esa ciudad.

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