Infancia y juventud
Melecio solía poner paz entre ambas facciones, poniendo siempre la caridad de Cristo en primer lugar. Discutía y defendía la fe católica con caridad, por lo que hasta los arrianos le querían y los que no se dejaban convencer para abandonar su error, al menos consentían en escucharle y no hacer guerra contra los católicos. Su reputación de rectitud y prudencia era más fuerte que la aprensión que sentían hacia él algunos católicos que no veían con buenos ojos fuera amigos de algunos herejes.
Obispo disputado
En el año 358, fue elegido obispo de Sebaste tanto por católicos como por arrianos, en base a su prudencia y justicia. Aunque en principio se negó, una vez que constató era voluntad de Dios, Melecio aceptó y luego de su consagración episcopal se lanzó a un ferviente apostolado para convertir a unos y reducir los ánimos violentos de unos y otros. Pero los conflictos se enrarecieron y ambos bandos intentaban atraerse al obispo.
Fue tal la presión que Melecio huyó a Boreia de Siria, para vivir allí desconocido de todos y retirado en soledad, dedicándose a la contemplación. En este sitio, que es la actual Alepo, muy pronto fue venerado por su santidad y justicia, por lo cual, según Sócrates en su Historia Eclesiástica, habría sido aclamado obispo.
En 360, murió Eustacio (19 de julio), Patriarca de Antioquía, que había sido injustamente depuesto en 330, y había marchado al exilio. Luego habían ocupado la sede obispos mediocres y la tensión no había aminorado en 30 años. En este tiempo, los eustacianos, es decir, los partidarios de Eustacio, hacían la sede ingobernable, incluso a los obispos no arrianos.
Patriarca de Antioquía
Así dice el “Flos Sanctorum”: “conociéndole todos por un hombre muy elocuente; de un natural dulce, amigo de hacer bien, muy propio para conciliar los ánimos, y unir los corazones, irreprensible en sus costumbres, y generalmente estimado de todo el mundo, esperaron hallar en él un digno prelado”.
Su indefinición teológica no pesó más que su modestia, vida sencilla y afabilidad, y por ello le apreciaban los más eminentes prelados del momento como san Basilio Magno. El emperador Constancio dio su visto bueno a la elección y Melecio tomó posesión de la sede de Antioquía. En un principio fue ambiguo, según parece, y su afán conciliador hizo recelar a los católicos, como ya había pasado antes.
Constancio II, emperador arriano, le hizo comparecer para que aclarase su fe y proclamase su preferencia teológica. Melecio evidenció que a pesar de su paciencia y caridad con los arrianos, no se había apartado de la fe católica. San Basilio escribe:
“Melecio fue el primero en hablar con libertad a favor de la verdad y pelear la batalla en el reinado de Constante. Cuando Melecio finalizó su discurso los asistentes le pidieron que resumiera su enseñanza. Él extendió tres dedos hacia la gente, luego cerró dos y dijo ‘Tres Personas se conciben en la mente pero es como si nos dirigiéramos a una sola’”. Gesto que aún vemos en la iconografía oriental como signo de proclamación de fe trinitaria.
Los herejes se enfadaron y le calumniaron, acusándole de sabelianismo, una herejía que erraba en la fe trinitaria. En 361, el emperador le depuso y desterró a Melitine. Esto supuso el enconamiento de los problemas entre católicos y arrianos. Los primeros, además divididos entre eustacianos y melecianos.
Los arrianos poseían las iglesias y los católicos de un bando no querían ni oír hablar de los otros. Ese mismo año 361 murió Constancio II y Melecio regresó a Antioquía, pero nada cambiaba, el cisma entre los católicos continuaba, y los arrianos contentos de ello. Melecio y san Eusebio de Vercelli intentaron arreglarlo, pero nada podían.
El cisma antioqueno se agravó todavía más cuando Lucifer de Cagliari ordenó obispo a Paulino, el jefe de los eustacianos, que se autodenominó Patriarca de Antioquía como sucesor de Eustacio. Para colmo, el emperador Juliano consumó su apostasía y comenzó su persecución a la Iglesia. De los cristianos que padecieron estaban los mártires santos Bonoso y Maximiano, a quien Melecio acompañó hasta el lugar del martirio.
Enemistad con san Atanasio
En 363, llegada la paz con el emperador Joviano, que reconoció a Melecio como legítimo Patriarca, y lo mismo hizo san Atanasio. Pero Melecio no respondió a su mano tendida y Atanasio lo tomó como una rebeldía, considerándole sospechoso de herejía y desobediencia, pasando este juicio a los católicos.
Curiosamente, esta aversión de los católicos alejandrinos le hizo merecedor a Melecio de la admiración de Occidente y de no pocos obispos y fieles orientales, que veían a la sede de Alejandría como rival en autoridad a la de Antioquía, fundada por san Pedro.
Mientras que en su sede los eustacianos le disputaban, el imperio y las prominentes sedes de Calcedonia, Constantinopla o Cesarea, aceptaban su autoridad y admiraban su ejemplo. Así fue que logró reponer la unidad teológica, solo teológica, en Siria pero con el rechazo de los arrianos, que le expulsaron en 365, y el enojo de los católicos eustacianos que echaban de sus iglesias a los católicos fieles a Melecio.
Repuesto en su sede
Basilio, que era obispo de Cesarea, comenzó a poner paz entre Atanasio y Melecio como primer paso para imponer la paz entre los católicos y, entonces, enfrentar a los arrianos: No podían estar divididos frente a un enemigo común. El papa san Dámaso bendijo aquellas negociaciones. Atanasio, olvidando el desplante de 363, accedió a hacer la paz y mostrarse como una sola Iglesia. Pero murió repentinamente, y su sucesor, Pedro II de Alejandría no estaba tan dispuesto a ello, incluso toleró y acogió una nueva división en la iglesia de Antioquía, aceptando la obediencia de una facción de católicos que se sentían fieles de Alejandría y no de Antioquía, al no considerar legítimos ni a Melecio ni a Paulino.
La división entre los católicos iba a más. El papa san Dámaso optó por Paulino, el obispo eustacianista. Reconoció como válida su elección y lo nombró legado papal para Oriente. San Jerónimo, que en un principio había optado por mantenerse al margen, finalemente apoyó a Paulino y escribió defendiendo a este frente a Melecio y sus fieles, quedando Basilio y Melecio decepcionados.
Concilio de Constantinopla (381)
En 378, Roma condenó los errores teológicos y el cisma antioqueno. A mediados de ese año murió Valente y subió al trono Graciano, católico, que se propuso la restauración de la paz y la unidad en la Iglesia.
A finales de 378, Melecio volvió a su sede. En 379, convocó un Concilio para proclamar la fe de la Iglesia, sin ambages ni concesiones teológicas. Se depuso a los arrianos de sus sedes y los católicos recuperaron sus iglesias. Se ordenaron obispos que habían sido probados en su ortodoxia mediante la persecución.
Restaurada la unidad teológica, quedaba el problema de los dos obispos, Melecio y Paulino, pues ambos se consideraban legítimos. Melecio planteó que cuando uno de ellos muriera, el cisma terminara, aceptando todos la autoridad del sobreviviente pero los eustacianos (ahora “paulinistas”) no aceptaron.
Se convocó un concilio en Constantinopla para elegir al Patriarca de esta sede. La costumbre era que el obispo de Alejandría debía presidirlo, pero al haber sede vacante, le correspondía al obispo de Antioquía. El emperador Teodosio I, viendo que Melecio era el único que hacía algo para terminar el cisma de Antioquía, le designó para el concilio, en detrimento de Paulino, al que todos ignoraron. El concilio eligió como obispo de Constantinopla a san Gregorio Nacianceno, que fue promovido por Melecio, que igualmente quiso que el concilio terminase con una solemne proclamación de la fe católica.
Muerte y culto
En la última sesión del concilio, 12 de febrero de 381, Melecio sufrió un ataque y murió casi instantáneamente. Sus funerales se celebraron en la iglesia de los Santos Apóstoles y sirvieron de muestra de la unidad de la Iglesia, dejando de lado partidos y bandos.
El emperador Teodosio asistió conmovido. Un segundo funeral se celebró en la catedral, predicado por san Gregorio de Nisa. El cuerpo fue trasladado a Antioquía y depositado junto al del santo obispo Babilás (24 de enero y 4 de septiembre, Iglesias Orientales).
A los cinco años de su muerte, y siendo ya venerado como santo, san Juan Crisóstomo predicó en su honor un bello sermón que se conserva.
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