Atanasio había nacido en Alejandría y a los 33 años le hicieron obispo de su ciudad y tuvo que vérselas con Arrio. Sí, aquel que decía que Cristo no es Hijo de Dios y, por lo tanto, no es Dios. Está claro que eso no se puede consentir porque si Cristo no es Dios ¿dónde queda la salvación?
Digamos en primer lugar que Atanasio tenía valentía hasta para echarle a los marranos. Se enfrentó a Arrio y a cinco emperadores, uno detrás de otro; y pudo con todos a pesar de sufrir varios destierros.
Sus adversarios para quitárselo de encima le acusaron de haber asesinado al obispo Arsenio, nuestro santo huyó de la quema y se fue al desierto con los ermitaños y allí escribió la vida de San Antonio. El obispo Arsenio, finalmente, resultó estar vivito y coleando y Atanasio pudo regresar.
En su defensa de la divinidad de Cristo y el evangelio resultó ser terco como una mula, jamás dio su brazo a torcer. Además su lenguaje era llano y directo y nunca le importó dejar en ridículo al emperador o a quien hiciera falta para defender la verdad.
El año 373 ganó la inmortalidad, que eso significa su nombre, y los arrianos pudieron descansar.
Por C.H.
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