sábado, 31 de diciembre de 2011

1 de enero: María, Madre de Dios, por Mons. Francisco González, S.F.

Lecturas de la Misa: María, Madre de Dios

Comenzamos el año de una forma muy particular. El mismísimo primer día honramos a la Santísima Virgen, Madre de Dios.

El domingo pasado conmemorábamos el nacimiento de su Hijo, nuestro Salvador. Entonces enfatizábamos al hijo, hoy es a la madre, aunque la verdad es que no podemos separarlos. Al hablar de Jesús, pensamos también en María y, al hablar de María, no podemos dejar de pensar en Jesús.

La primera lectura nos trae la bendición que Moisés, a petición del Señor, enseñó a Aarón, una bendición que el Pueblo de Dios usaba en las solemnidades, en especial para el comienzo del año.

Qué mejor que comenzar una nueva etapa, año, pidiendo a Dios que nos bendiga. Y en esta instrucción de Dios a Moisés y transmitida por éste a Aarón y sus hijos. Dos cosas sobresalen aquí: bendición, una oración o petición a Dios para que mire benignamente a su pueblo, a todos nosotros y cada uno individualmente.

También se pide a Dios que nos de la paz, un regalo mesiánico, que es mucho más que simplemente la ausencia de guerra o mantenimiento del orden, algo que hacen bastante bien algunas dictaduras. La palabra shalom indica, una plenitud, algo así como esa armonía que el ser humano puede alcanzar con el mismo Dios, consigo mismo y con el resto de la creación, la misma naturaleza y sobre todo con el prójimo.

Bien mirado, no es poco lo que pedimos a Dios en este comienzo de año, que como solemos decir "año nuevo, vida nueva".

Es tiempo de acercarnos a Dios, de vivir en armonía con la naturaleza que nos rodea, respetando toda esa creación, y sobre todo que haya concordia entre las personas y naciones, que no tengamos que sufrir más esas primeras noticias que nos ofrecen los medios de comunicación que tienen que ver más con discordia, enemistad, violencia y muerte que con amistad, perdón, entendimiento, concordia y vida.

El evangelio de esta solemnidad es el mismo de la misa de la aurora de Navidad. Los pastores han recibido el anuncio de ese gran acontecimiento, como fue el nacimiento del Niño Jesús, el Hijo de Dios, el Hijo de María. Han ido a la gruta y se han encontrado con María, José, algo de lo que no se les había informado, y el niño recostado en el pesebre. Allí mismo comienzan ellos a evangelizar. Contaban lo que les había dicho el Ángel y que todo era verdad. Les anunció una buena noticia, la cual era que había nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y que lo iban a encontrar envuelto en unos pañales, acostado en un pesebre. Todo lo cual les dio gran alegría, y con gran alboroto y entusiasmo lo fueron anunciando a todos con quienes se encontraban.

Este encuentro con Jesús les mueve a glorificar y alabar a Dios, pues esa buena noticia que el ángel les había anunciado, era verdad, era una realidad. El Mesías, el esperado, al que los líderes religiosos hubieran querido dar la bienvenida y ganarse unos cuantos puntos y reafirmar su autoridad, ni se han enterado.

Son los pastores, esos despreciables, malhechores, ladrones, etcétera, que no aparecían por el Templo o la sinagoga, ellos son los elegidos por el Padre, para con cantos de alegría anuncien lo que el pueblo ha estado esperando por siglos y siglos.

Hoy honramos a Santa María, Madre de Dios, y aquí me atrevo a copiar lo que escribió Michel Quoist en su libro "Oraciones para rezar por la calle":

"Mi mejor invento, dice Dios, es mi madre. Me faltaba una madre y me la hice. Hice Yo a mi madre antes que ella me hiciese. Ahora sí que soy hombre como todos los hombres. Ya no tengo que envidiarles, porque tengo una madre, una madre de veras. Mi Madre se llama María, dice Dios. ¡Qué bonita es mi madre! Tanto, que dejando las maravillas del cielo nunca me sentí desterrado junto a ella."

Santa María, Madre de Dios. Rogad por nosotros.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Solemnidad del nacimiento del Hijo de Dios, por Mons. Francisco González, S.F., Obispo Auxiliar de Washington, D.C.

Isaías 52,7-10
Salmo 98: Los confines de la tierra 
han contemplado la victoria de nuestro Dios
Hebreos 1,1-6
Juan 1,1-18

Isaías 52,7-10

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: "Tu Dios es rey"! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Salmo 97: Los confines de la tierra 
han contemplado la victoria de nuestro Dios

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.
R. Los confines de la tierra 
han contemplado la victoria de nuestro Dios

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.
R. Los confines de la tierra 
han contemplado la victoria de nuestro Dios

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad.
R. Los confines de la tierra 
han contemplado la victoria de nuestro Dios

Tañed la cítara para el Señor
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.
R. Los confines de la tierra 
han contemplado la victoria de nuestro Dios

Hechos 1,1-6

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado que los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: "Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado", o: "Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo"? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: "Adórenlo todos los ángeles de Dios."

Juan 1,1-18

En principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. [Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.] La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. [Juan da testimonio de él y grita diciendo: "Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."" Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.]

- Comentario de Mons. Francisco González, SF.

Ya hemos llegado. La Iglesia nos lo indica con el cambio del color de los ornamentos, el canto del gloria, cantidad de flores, y esperemos que también con la infinidad de sonrisas en las caras de la gente que se acercan a homenajear al bebé recién nacido, y no sólo homenajear, sino también a adorarle, pues es ni más ni menos que el Hijo de Dios, que fue concebido por obra del Espíritu Santo y que nació de María la Virgen.

La primera lectura, tomada del profeta Isaías, nos llena hoy de gozo, como lo hizo en aquellos tiempos pues es un canto de triunfo y liberación.

Las buenas noticias son: paz, felicidad, salvación y todo ello porque en esa Jerusalén destruida vuelve a reinar Dios. Lo anuncian los centinelas, la guardia y todos gritan con júbilo, hay alegría, ese Dios es reconocido como el Salvador de las naciones.

La segunda lectura nos relata que la llegada de Cristo a la tierra y su entronización en los cielos. Es una lista de lo que Cristo es: "Hijo de Dios, más que los profetas, heredero de todo, expresión de lo que Dios es, purificador, superior a los ángeles".

Concluye la Liturgia de la Palabra con ese himno maravilloso al Verbo Encarnado, habla de la Palabra de Dios y de su filiación divina. Es anterior a la creación y viene a habitar con nosotros.

También nos da una visión de la sucedido: viene, pero algunos no lo aceptan, sin embargo los que le aceptan reciben la salvación.

Estamos en un tiempo maravilloso. En los tiempos de la llegada de Cristo a este mundo, parece que había como una esperanza de restauración, de salvación. Ese Mesías que había sido tantas veces anunciado, parecía que tenía que llegar pronto. La gente lo esperaba con gran ansiedad, pero ahí está el problema, que salvación, redención, libertad, todas esas palabras significan cosas distintas para los expectantes de ayer y hoy, cada uno quiere fabricarse su propio Mesías, y así cuando llega el verdadero no todos lo aceptan pues no todos lo reconocen, y por eso el evangelista apunta en este prólogo: "Vino a su propia casa y los suyos no le recibieron, pero a quienes le recibieron les concedió ser hijos de Dios".

Hoy en este momento de nuestra historia también estamos en espera, y la pregunta clave es: ¿qué esperamos? o ¿qué esperamos? Algunos están esperando a alguien, otros están esperando algo, y hay también quienes no esperan nada ni a nadie, continúan encerrados en sí mismos.

La Navidad es siempre la celebración de la Encarnación, es oportunidad para siguiendo a Jesús que deja todo, por decirlo de alguna forma, y se adentra en la humanidad, acampa en medio de nosotros, para estar con nosotros, para ser uno de nosotros y con esa su presencia nos redime, nos salva, nos conduce hacia el Padre, para podernos convertir, aunque sea en minúsculas, "hijo/s predilecto/s de Dios Padre.

El seguidor de Cristo se hace uno con los demás, forma comunidad, comparte con el necesitado, aprende de los otros, y juntos la comunidad va creciendo, va fortaleciéndose, y va extendiendo su solidaridad abrazando a todos sin distinción de raza, credo, posición social etc., al estilo del bebé Jesús que nunca rechazó a nadie y siempre extendió su brazo hacia todo aquel que daba muestras de necesidad.

Incluso cuando él mismo sufría lo hace de una forma que crea esperanza, pues para eso él es la Luz del mundo, para eso él es el camino, la verdad y la vida. Esta celebración de Navidad nos recuerda lo que confesaba San Ireneo: "El Hijo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre, unido al Verbo, pudiera recibir la adopción y llegar a ser hijo de Dios". Esta es la razón para nuestra gran fiesta.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Cuarto domingo de Adviento, B: "¿Me vas a edificar tú una casa para que yo habite?" (2Sam 7,5), por Mons. Francisco Gonzalez, Obispo Auxiliar de Washington D.C.

2 Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16
Salmo 88,2-5.27.29
Romanos 16,25-27
Lucas 1,26-38



Tenemos una interesante lectura para el comienzo de nuestra Liturgia de la Palabra. Encontramos a David y su consejero Natán dialogando. David informa al profeta que ha decidido construir un gran templo a Yahvé pues no es justo que él viva en una casa de cedro y el arca del Señor en una tienda. El profeta le anima a que así lo haga.

Pero las cosas no terminan ahí. Aquella noche Dios habla a Natán y le pide que informe a David que eso no sucederá, que de templo nada por ahora, y le recuerda que si David es algo, no ha sido por propios méritos, sino porque Dios así lo ha querido, Dios es el que lo ha hecho grande, famoso y victorioso.

Construimos casas a Dios, como si quisiéramos señalarle el lugar exacto dónde debe quedarse, cuando lo que a Dios parece gustarle más es residir en las actitudes de los hombres y mujeres de siempre, Él quiere que le veamos en la sencillez de los pequeños, en el entendimiento de la gente, en el perdonarse entre los mayores, en la sonrisa de los bebés, en las lágrimas de los enfermos, en las caras tristes de los rechazados, en las inquietudes de los ricos, en las fatigas de los políticos trabajando por la paz y la justicia, en las manos callosas del trabajador.

¿Permitimos a Dios residir aquí en su mundo, en cada una de sus criaturas?

En varias ocasiones he leído en los periódicos locales y visto noticieros durante esta época que hablan sobre la depresión, algo que parece darse con cierta frecuencia durante estos tiempos de preparación y celebración de las Navidades. Gracias a Dios estos reportajes no solo se quedan en el diagnóstico, porque también ofrecen algunas sugerencias para combatir dicho estado de ánimo cuando entrevistan a los expertos en estas materias.

Hoy, al leer el evangelio de este domingo me doy cuenta de que su lectura y reflexión nos puede ser de gran consolación.

Dios cumple la promesa que había hecho a David (1 lectura). El relato de la Encarnación ha sido uno de los temas religiosos que ha servido de inspiración a un gran número de artistas. Como muy bien dice Juan Apecechea, este relato de Lucas "está lleno de emoción, belleza, armonía y trascendente profundidad". Yo añadiría y "desbordante de esperanza para la humanidad".

Dios se declara solidario del ser humano al hacerse uno de ellos, uno con ellos. Dios se hace nuestro compañero, nuestro hermano.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Tercer domingo de Adviento, Año B, por Mons. Francisco Gonzalez, S.F.

Isaias 61,1-2.10-11
Salmo Lc 1,47-50.53-54
1 Tesalonicenses 5,16-24
Juan 1, 6-8.19-28



Otra vez nos encontramos con el profeta Isaías (primera lectura). Estas pocas líneas nos hablan de la acción de Dios: "Sanación, liberación y anuncio de bendición". Lejos están los castigos y maldiciones, es hora de construir una "nueva Jerusalén", hay que hacer "una nueva creación", la cual no estará basada en piedras y otros materiales por más preciosos que sean, sino en el amor y la misericordia de Dios, o sea en un material que nadie podrá destruir, ni nos lo podrán robar, a no ser que nosotros lo permitamos.

En un mundo bastante comercializado como lo es el nuestro, en unos días como éstos que preceden a la Navidad, sería muy bueno que todos pensáramos qué clase de regalos podríamos dar, regalos duraderos, regalos con impacto, regalos adquiridos en la fábrica del Señor Jesús. Y si hacemos de esos otros regalos, de los que hay que pagar con dinero, que le demos el mejor y más caro al que más lo necesita.

En la segunda parte de la primera lectura, es el mismo profeta que en el nombre del pueblo habla del gozo y alegría por esta "renovación" de relación con Dios. Para expresar el gozo, de nuevo nos lleva a la fiesta de bodas: manto de triunfo, corona y joyas como se adornan el novio y la novia para expresar su felicidad.

En el evangelio (Jn. 1,6-8.19-23) nos encontramos escuchando las palabras de Juan el Bautista. El domingo pasado lo vimos actuando como precursor, en el evangelio de hoy le vemos como testigo. Sacerdotes y fariseos quieren saber la identidad de Juan y por estar tan preocupados en la persona y acciones del Bautista no ven a quien él les está anunciando: "en medio de vosotros, les dice, hay uno que no conocéis…"

Yo no sé si a veces nosotros no vivimos en plena felicidad, porque nos vamos por las ramas, porque buscamos donde no hay, porque compramos lo que no vale, porque gastamos lo que no tenemos. Tal vez deberíamos darnos cuenta de la advertencia de Juan Bautista a la gente de su tiempo: lo tenéis al alcance de la mano, delante de los ojos y no conocéis la verdadera felicidad, no sabéis alargar la mano hacia ella, no habéis abierto los ojos para conocerla.

Busquemos el regalo perfecto, Jesucristo está en medio de nosotros, en el hermano y hermana, en la Palabra, en la Santa Eucaristía, y seguimos sin conocerlo, Él que vino para que tuviéramos vida, vida en abundancia, sigue siendo el desconocido para muchas gentes, incluso entre los que nos llamamos cristianos y nos proclamamos sus seguidores.

El bautismo de agua (Juan) es purificación, pero el bautismo del Espíritu (Jesús) es transformación, es la nueva creación en Cristo Jesús y nosotros somos parte de esa nueva creación si lo reconocemos y si lo aceptamos, de lo contrario nos quedamos en un "mero sobrevivir" en vez de un "vivir a plenitud".

El apóstol Pablo (segunda lectura) insta a los tesalonicenses a varias cosas: "a la alegría, a la oración constante y a la acción de gracias". Más todavía, les insta a "no apagar el Espíritu". Cabe aquí hacernos una reflexión: Estamos viviendo en un mundo organizadísimo, cada segundo cuenta, cada cosa en su lugar, reuniones de planificación, exámenes de calidad, notas, documentos, edictos, guías y directrices, ¿dónde está el Espíritu en medio de todo ésto? Ese Espíritu que sopla donde quiere y como quiere.

En el salmo (Lc 1,47-50.53-54) de este domingo decimos: "Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador."

domingo, 4 de diciembre de 2011

Domingo Segundo de Adviento: "Consolad a mi pueblo..., gritadle que está pagado su crimen" (Is 40,2)

Isaías 40,1-5.9-11
Salmo 84
Marcos 1,1-8

Frente a los que relacionan la venida de Dios con calamidades, castigos y desastres, el Adviento nos vuelve a recordar que la venida de Dios es una buena noticia para todos, también para los que habían sido condenados:

"Consolad a mi pueblo...
Gritadle que está pagado su crimen...
Alza fuerte la voz, álzala, no temas...
Aquí está vuestro Dios,
viene con El su salario,
y su recompensa lo precede.."

Qué difícil es para algunos creyentes relacionar la venida de Dios con un tiempo de gracia y amnistía, de perdón y reconciliación.

El mismo Dios que puede juzgar y condenar también puede sanar las heridas, pero a veces preferimos que Dios juzgue y condene y, depués, ya sanarán las heridas... Sin embargo, hay heridas que han sanado y nos siguen doliendo, y no sabemos por qué.

El Adviento es un tiempo inacabado, abierto, de transición y paso hacia una realidad que no terminamos de comprender del todo; por eso, el Adviento está reñido con una fe y espiritualidad cerradas, completas, absolutas y perfectas.

No, el Adviento no es un tiempo que todos pueden disfrutar porque no cae bien a los que han perdido la inocencia, la ilusión, el optimismo, la fe y la esperanza. Una persona me decía que el Adviento es para los inmaduros, para los que no saben lo que quieren, para los que no saben dónde van, para los soñadores, para los que se dejan sorprender. "¿Cómo Abraham?", le dije yo.

Seguramente alguna vez hemos oído hablar del self-made man/woman, es decir, del hombre y la mujer que se hacen a sí mismos. El problema de estas personas es que solamente pueden construir un mundo a su imagen y semejanza ya que, de lo contrario, perderían el control de cuanto les otorga seguridad.

El Adviento es un tiempo para aprender a ceder el control, a disminuir, a apartarnos dejando paso otros. Esto no podemos hacerlo sin humildad y sin reconocer que no somos tan justos y buenos, como aparentamos. De ahí, que el Adviento, sea un tiempo de penitencia y conversión.

"Juan bautizaba en el desierto;
predicaba que se convirtieran y se bautizaran,
para que se les perdonasen los pecados".

Reconocernos pecadores no es fácil cuando la apariencia y la hipocresía son indispensables para sobrevivir en sociedad. Aceptarnos como somos, sin máscaras, puede ser duro, pero es el primer paso para descubrir que fuimos creados para amar, no para juzgar y condenar. Por eso, los que esperan a un mesias conquistador y justiciero quedarán defraudados.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Domingo Segundo de Adviento: "Preparad el camino del Señor" (Mc 1,1-8), por Mons. Francisco Gonzalez, S.F., Obispo Auxiliar de Washington, D.C.

Isaías 40, 1-5.9-11
Salmo 84
2 Pedro 3,8-14
Marcos 1,1-8


La primera lectura está tomada de Isaías. El Pueblo de Dios ya lleva bastante tiempo en el exilio, lo cual está influyendo en el ánimo de todos. Hay un cierto cansancio moral, tal vez, como pensaban algunos, debemos acostumbrarnos a todo lo que estamos viviendo.

En medio de este desánimo general, se oye la voz de Dios: "Consuelen a mí pueblo". Inmediatamente se les insta a poner manos a la obra: "Abrir el camino al Señor". No es nada fácil pues hay que rellenar los valles y allanar montañas, o sea, tenemos que bajarnos de esos pedestales donde nos hemos instalado y llenar los vacíos de nuestro corazón.

Ese cambio tan brusco y profundo no es para intentarlo a solas, como si fuera poca cosa. Tampoco es para acobardarse, pues la misma lectura nos dice: "Aquí está tu Dios", un Dios que viene con poder, un pastor que toma en brazos a los corderos.

¿Aceptamos a ese que nos llega como Dios de poder y Buen Pastor? ¿En qué forma tratamos de prepararle el camino? ¿Tratamos de buscar la gente y los lugares que nos ayuden a descubrir la presencia oculta de Dios?

El evangelio de hoy, que es el comienzo del evangelio de San Marcos, nos indica lo que quiere hacer. Este libro que escribo, parece decir, tiene como objetivo darles una buena noticia: "Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios". Una buena noticia y que tiene un doble aspecto: la "buena noticia" de las obras y mensajes de Jesucristo, al mismo tiempo que la "buena noticia" que es Jesucristo mismo.

Para reconocer la "buena nueva" y poderla aceptar y disfrutar, Marcos nos habla del "mensajero" que nos enseña a preparar los caminos. Este mensajero, Juan el Bautista, nos llama a la conversión y al bautismo, o sea al arreglo de los caminos que llevamos en nuestra vida y a una limpieza tal, para que en cada uno reaparezca la figura original, la imagen de Dios, que está en nosotros.

Juan no perdona los pecados, pero llama a la conversión para que puedan ser perdonados al recibir el bautismo de quien bautiza en el Espíritu Santo.

Es bueno recordar que las palabras de San Marcos no son palabras dirigidas exclusivamente a la gente de aquellos tiempos, más bien, es un mensaje que supera el tiempo, son palabras que no están sujetas al paso de nuestro calendario. La conversión es el reto constante de todo cristiano, por más que haya avanzado en los caminos del Señor.

San Pedro (2º lectura) nos recuerda que el Señor es misericordioso y no quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión. Él nos dice a los humanos que el tiempo nuestro no es el tiempo de Dios, porque Dios no mide el tiempo. Además, nos exhorta a tener una conducta santa y piadosa para esperar la venida del Señor.

¿Qué debo yo cambiar en mi relación con Dios, con mi prójimo y seres queridos, conmigo mismo?

En estos días en que visitamos centros comerciales, que ojeamos catálogos, que exploramos el Internet, Facebook y tantos otros medios sociales con la idea de 'encontrar', hermano, hermana: ¿Qué es lo que quieres encontrar? ¿Estarás buscando en donde no se 'encuentra'?

En el Salmo 84 que recitamos este domingo dice: "Voy a escuchar lo que dice el Señor. Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos. La salvación está cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra".

"La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos."

"Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación".