lunes, 21 de febrero de 2022

22 de febrero: San Pedro Damián (1007-1072), Obispo y Doctor de la Iglesia


San Pedro Damián y su Liber Gomorrhianus

 

Liber Gomorrhianus, donde san Pedro Damián
denuncia ciertas costumbres del clero de su tiempo


El papa León IX (1048-1054) inició con mano enérgica la nueva campaña contra la simonía y relajación eclesiástica, para lo cual nombró cardenal-diácono a Hildebrando, quien fue en adelante el alma del movimiento reformador. 

Por su parte, Pedro Damián publicó entonces su obra Libro Gomorriano, en alusión a la ciudad de Gomorra y en contra de las costumbres impuras de su tiempo, que dedicó al papa León IX. Su realismo vivo va encaminado a convencer a los Papas y a todos los dirigentes a poner remedio a tanto mal en las costumbres de los eclesiásticos.

Dice san Pedro Damián: “Si nosotros, por negligencia, dejamos caer en desuso las reglas, las generaciones futuras no podrán volver a la primitiva observancia. Guardémonos de incurrir en semejante culpa y transmitamos fielmente a nuestros sucesores el legado de nuestros predecesores”.

Viaja a Roma con frecuencia, donde ayuda y aconseja a los papas y a su amigo Hildebrando, el futuro Gregorio VII. Esteban IX (1057-1058) le nombra entonces cardenal y obispo de Ostia. Comprometido con la reforma de la Iglesia, no puede permitirse el lujo de residir habitualmente en su eremitorio, donde tiene su corazón, pero se refugia en él en cuanto puede. Ha tenido que dejar el gobierno de Fonte Avellana, pero, esté donde esté, sigue vigilando atentamente como cumplen los ermitaños las normas que les ha dado.

Pedro Damián denunció la infiltración en el clero de su tiempo de conductas homosexuales:

“Ha arraigado entre nosotros cierto vicio sumamente asqueroso y repugnante”, escribía a mediados del siglo XI en su Liber Gomorrhianus. “Si no se lo extirpa cuanto antes con mano dura, está claro que la espada de la cólera divina asestará sus golpes, de un momento a otro, para la perdición de muchos (…). El pecado contra natura repta como un cangrejo hasta alcanzar a los sacerdotes. Y, en ocasiones, como una bestia cruel introducida en el rebaño de Cristo, se desenvuelve con tanta astucia, que más les valdría, a muchísimos, ser apresados por los guardias que, amparados en su estado religioso, ser arrojados con tanta facilidad al férreo yugo de la tiranía del diablo, especialmente cuando media escándalo de tantas personas (…). Y, a no ser que la Santa Sede intervenga cuanto antes con contundencia, cuando queramos poner freno a esta lujuria desenfrenada, ya no habrá quien la detenga”.

El propio santo proponía medidas concretas para atajar el problema: un clérigo o un monje que moleste a los adolescentes o a los jóvenes, o que haya sido sorprendido besándolos o en algún otro comportamiento vergonzoso, sea flagelado públicamente y pierda la tonsura. Después de dejarlo calvo, sea cubierto de escupitajos e inmovilizado con cadenas de fierro, sea dejado en la angustia de la cárcel durante seis meses. Durante el tiempo de vísperas, tres veces por semana coma pan de cebada. Luego, por otros seis meses, bajo la custodia de un padre espiritual, viva segregado en un lugar pequeño, se le ocupe en labores manuales y oraciones. Sométaselo a ayunos y camine siempre vigilado por dos hermanos espirituales, sin permitirse hablar de cosas perversas. No se le permita frecuentar a personas más jóvenes que él. Este sodomita valore profundamente si ha administrado bien sus oficios eclesiásticos, ya que la autoridad sagrada juzga estos ultrajes tan ignominiosos y vergonzosos. Tampoco se deje tentar para que no tenga sexo anal con nadie, ni tampoco entre los muslos, ya que […] será sometido –y justamente– a todas las angustias provocadas por tal comportamiento vergonzoso”.

Fuentes: Aciprensa
      Carlos Esteban

San Pedro Damián, Doctor de la Iglesia


Se ha dicho de san Pedro Damián que fue uno de los espíritus más vigorosos de su tiempo. Poseía una cultura muy vasta. Poeta, escritor valiente y prolífico, docto en derecho y teología, polemista audaz y temible, tiene una marcada tendencia a exaltar los valores morales sobre los intelectuales. 

Poseedor de una exquisita formación literaria, conocedor a fondo de los clásicos paganos y de la cultura profana, ha sido considerado a menudo como enemigo de la cultura a causa de sus tremendas diatribas contra las lecturas paganas, enemigas de la sancta simplicidad, ruda e ignara, que defiende a capa y espada. Pero no es un anti intelectual ni un enemigo de la gramática, sino un hombre apasionado, de lenguaje excesivo y a veces poco hábil en la expresión de su pensamiento. 

Sus escritos tienen dos cualidades que con frecuencia no suelen andar juntas: son sólidos y amenos. Lo que dice nunca resulta trivial, soso, sin interés. Su estilo es vivaz y directo; algunas de sus páginas, apasionadas, vehementes. Acertó, sin duda, Bertoldo de Constanza al definirle como un “segundo Jerónimo” “alter Hieronymus in nostro tempore". 

Su prosa es de lo más elegante; su vocabulario, de una riqueza poco común; sus sermones, por lo general, breves y elocuentes; hay uno, titulado “El vicio de la lengua”, que ha sido calificado de pequeña maravilla. Escribió la cristología mas completa de su tiempo.

Sobre el monacato

En sus escritos sobre el monacato, hay que distinguir dos tendencias principales, la crítica y la doctrinal, que a menudo se mezclan. Por un lado combate sin piedad lo que el juzga como desviaciones lamentables y por otro edifica piedra a piedra una teoría monástica preciosa. 

Fue un crítico severo del monacato de su tiempo, fustigó vigorosamente sus vicios, sus deficiencias, no solo los de los monjes tradicionales, sino también los de los ermitaños, sus hermanos de ideal. Buena prueba de ello es la carta a los anacoretas de Camugno, a quienes reprende por sus excesos de la lengua y de la boca, y sobre todo por su falta de pobreza. 

A voz en grito y sin desfallecer protesta contra todo lo torcido, lo falso, es un implacable flagelador de los abades, incluso de los más famosos. Estan -dice- continuamente enredados en procesos y disputas; solo les interesan los negocios mundanos; su preocupación consiste en añadir posesiones a posesiones, enriquecer sus iglesias con ornamentos deslumbrantes y suntuosos, añadir nuevos pisos a los edificios existentes y flanquearlos con torres lo más altas que pueden, y, aprovechándose de su dignidad, dispensarse de la observancia. “Ricardo de Saint-Vanne -dice en una de sus cartas-, aunque lo veneren como beato los monjes de Verdun, por haberse dejado llevar de la pasion malsana de construir a lo largo de toda su vida, va a pasar su eternidad levantando un andamio tras otro”.

Que se desengañen abades y monjes, la vida monástica no requiere iglesias monumentales, ni coros disciplinados, ni cantos prolongados, ni repique de campanas, ni ornamentos preciosos. Todo esto son superfluidades que desfiguran y complican el verdadero monacato. Cada monje debería medir sus propias fuerzas con gran franqueza y honestidad, con el fin de no agotar innecesariamente toda la laxitud permitida por la Regla. Como mínimo, todos los monjes, sin excepción, deberían rechazar las vestiduras cómodas, costosas y vistosas que les gusta lucir.

“El Señor esté con vosotros”

San Pedro Damián también fue un gran teórico de la vida eremítica: Una vez el hermano León le hizo una consulta: ¿Está bien que los eremitas sacerdotes, en su misa solitaria, saluden a una asamblea inexistente con la frase “el Señor esté con vosotros"? Tal es el origen de uno de sus tratados más hermosos: el Libro que se llama “Dominus vobiscum” al ermitaño León. 

Es una vibrante apología de la vida eremítica y, más aún, una breve pero substanciosa teología de la misma. El ermitaño sacerdote puede decir tranquilamente: “El Señor este con vosotros". Cierto, ninguna persona asiste a su misa, pero esta allí, invisiblemente, la Iglesia entera. El ermitaño -viene a decir-, aunque este físicamente solo, se apropia todas las palabras de la Iglesia, porque cada uno de los cristianos es la Iglesia. Y aunque viva en el desierto mas apartado, está siempre en la Iglesia, está muy presente a la Iglesia, gracias al sacramento de la unidad: “La Iglesia de Cristo está tan unida por el vinculo de la caridad que es una en muchos y esta misteriosamente entera en cada uno”. 

El ermitaño vive solo, reza solo, celebra solo; pero su vida y su oración tienen un valor eclesial. No se limita a interceder por toda la Iglesia: su oración es una realidad vital, expresión del misterio mismo de la comunión eclesial.

En el canto XXI del Paraíso, Dante coloca a san Pedro Damián en el cielo de Saturno, destinado en su Comedia a los espíritus contemplativos. El poeta pone en los labios del Santo una breve y eficaz narración autobiográfica: la predilección por los alimentos frugales y la vida contemplativa, y el abandono de la tranquila vida de convento por el cargo episcopal y cardenalicio. 

Por su finura teológica y su influjo en el pensamiento de su época mereció de León XII, el 27 de septiembre de 1828, el título de Doctor de la Iglesia.

Fuente: Alberto Royo Mejía

+ Sobre San Pedro Damián

Biografía de San Pedro Damián


“Tras la tristeza, espera con alegría el gozo que vendrá”, decía el benedictino San Pedro Damián, Doctor de la Iglesia. En una dura época, ayudó con sus escritos y legaciones a la reforma eclesiástica y clerical. Damián significa “el que doma su cuerpo” y su fiesta se celebra cada 21 de febrero.

“Que la esperanza te levante ese gozo, que la caridad encienda tu fervor. Así tu mente, bien saciada, será capaz de olvidar los sufrimientos exteriores y progresará en la posesión de los bienes que contempla en su interior”, decía san Pedro Damián.

Primeros años

Pedro nació en el 1007 en Ravena (Italia) de una familia acomodada pero perdió a sus padres siendo niño y quedó al cuidado de uno de sus hermanos que lo trató como esclavo. Otro hermano, Arcipreste de Ravena, se compadeció y se encargó de su educación. Al sentirse como un hijo, Pedro tomó de su hermano el nombre de Damián. 

Pedro superó el trauma dedicándose intensamente al estudio. Primero en Ravena, mas tarde en Faenza y en Parma, fue un estudiante ejemplar. Desde joven se acostumbró a la oración, vigilia, ayuno, invitaba a los pobres a su mesa y les servía personalmente.

En contra de la riqueza de clérigos y religiosos se hace ermitaño

Enseña con gran éxito: tiene muchos discípulos. En las ciudades italianas del Norte (Ravena, Faenza, Parma), tuvo facultades para criticar el comportamiento de los clérigos seculares así como de los monjes. Tanto el trafico de dinero como el despliegue de riquezas de la jerarquía y de los monasterios le resultaban ofensivos, y le impulsaron a buscar una alternativa a la vida monástica de su tiempo. 

Tiene veintitantos años cuando atraviesa una crisis que le conduce finalmente a la soledad. Conoce casualmente a dos ermitaños de Fonte Avellana, que le escuchan con mucha caridad y le hablan del abad Romualdo. Agradecido, el joven Pedro Damián quiso regalarles un vaso de plata. Ellos se negaron a aceptarlo. Pedro reflexiona: aquellos hombres eran “verdaderamente libres, verdaderamente felices", cuenta Juan de Lodi, su fiel compañero durante sus últimos años y escritor de la vida del ermitaño más influyente de su siglo.

Ingreso en la vida monacal con los benedictinos 
de la reforma de san Romualdo: Fonte Avellana

Pedro Damián quiso ser libre y feliz, como ellos. Decidido a abrazar la vida monástica, no llamó, como Romualdo, a las puertas de una abadía rica y tradicional, sino que se dirigió directamente al eremitorio de Fonte Avellana. Hacia 1035, cuando ingresó, Fonte Avellana era un eremitorio modesto, de orígenes oscuros, como suelen serlo los de las colonias de ermitaños. Los autores suponen que se fundó en el último decenio del siglo X y suelen atribuir su fundación a san Romualdo o a Landolfo, su discípulo. El primer documento que le concierne es el privilegio de exención de la autoridad episcopal y de protección apostólica concedido por Silvestre II (999-1003). 

Al llegar Pedro Damian se componía de un pequeño oratorio en torno al cual se levantaban, sin orden ni concierto, unas pocas celdas, en medio de un bosque salvaje.

Era una comunidad pobre y prácticamente desconocida, por lo que el nuevo ermitaño debió descollar enseguida, aunque solo fuera por su formación literaria y sus conocimientos. Ordenado sacerdote, salía a predicar y enseñar en diversos monasterios. En 1043, fue elegido prior y hacia 1045-1050, compuso una regla para los ermitaños de Fonte Avellana y diversos tratados, casi todos relacionados directamente con la vida monástica.

 Fundó otras cinco comunidades de ermitaños y en todos los monjes buscaba que se fomente el espíritu de retiro, caridad y humildad. De ellos surgieron Santo Domingo Loricato y San Juan de Lodi.

Sobre la ascesis

Para dominar sus bajas pasiones se colocaba correas con espinas (cilicio) debajo de su camisa, se azotaba y ayunaba con pan y agua. Pero su cuerpo, al no estar acostumbrado, se debilitó y empezó a sufrir de insomnio. Comprendió que estos castigos no debían ser tan severos y que la mejor penitencia es la paciencia con las penas que Dios permite que nos lleguen. Esta experiencia le sirvió más adelante para acompañar espiritualmente a otros.

Impulsor de la reforma en las costumbres de los clérigos

Preocupado por la pésima situación espiritual de algunos sectores eclesiásticos, e impulsado por el emperador Enrique III, compuso y dirigió una célebre carta a Clemente II (1048), en la que lo exhortaba a dar un impulso más eficaz a la reforma eclesiástica. La muerte del Papa impidió se tomara ninguna medida en este punto. 

Liber Gomorrhianus



Cardenal y Obispo de Ostia

Varios Papas acudían a Pedro Damian por sus consejos. En 1057 fue ordenado Cardenal y Obispo de Ostia, aun cuando el santo siempre prefirió su vida de ermitaño. Más adelante se le concedería el deseo de volver al convento como simple monje, pero con la condición de que se le podía emplear en el servicio de la Iglesia.

Cisma

El pontificado de Alejandro II (1061-1072) dio de nuevo ocasión a Damián para prestar extraordinarios servicios a la Iglesia y ejercitar su celo apostólico. Al ser nombrado el antipapa, Pedro Damián compuso una de sus más célebres obras, dirigida a la asamblea de Augsburgo de 1062, que contribuyó eficazmente a la solución del cisma. En 1063 desempeñó otra legación, acompañado de Hugón de Cluny, en favor de la abadía de Bourgogne y de otras cluniacenses frente a Drogón, obispo de Macón.

Se dedicó a enviar cartas a muchos Pontífices y personas de alto rango para que se erradique la simonía, que era la compra o venta de lo que es espiritual por bienes materiales, incluyendo cargos eclesiásticos, sacramentos, sacramentales, reliquias y promesas de oración.

Legado del Papa

Por fin, en 1066, se le permite renunciar al obispado de Ostia y regresar a su añorado eremitorio, pero esto no significa que le dejen en paz, pues todavía tuvo que abandonar su amada soledad en servicio de la Iglesia. 

En 1066 acudió a Montecasino, donde pasó veinte días, dando los mejores ejemplos a todos sus moradores. El mismo año fue a Florencia, enviado por Alejandro II, para terminar un conflicto con los monjes de Valleumbrosa. 

Algo más tarde se vio de nuevo forzado a emprender, en nombre del Papa, un viaje a Alemania para tratar con Enrique IV el asunto de su divorcio, y en un concilio hizo triunfar los derechos de la moral cristiana. 

Muerte

El papa Alejandro II envió a Pedro Damián para que resolviera un problema con el Arzobispo de Ravena, que estaba excomulgado por ciertas atrocidades que cometió. Lamentablemente el Santo llegó cuando el Prelado había fallecido, pero convirtió a los cómplices, a quienes les impuso una justa penitencia. 

De regreso a Roma, enfermó por una aguda fiebre en un monasterio de las afueras de Faenza, falleciendo el 22 de febrero de 1072.

Dante Alighieri, en el canto XXI del Paraíso, coloca a san Pedro Damián en el cielo de Saturno, destinado a los espíritus contemplativos. Fue declarado Doctor de la Iglesia en 1828.

Fuentes: aciprensa.com
              Alberto Royo Mejía

+ San Pedro Damián

21 de febrero: San Pedro Damian, por Benedicto XVI