lunes, 25 de marzo de 2019

La auténtica historia del 25 de diciembre, por William J. Tighe

William J. Tighe, profesor de Historia de la Universidad de Muhlenberg, publicó en diciembre de 2003 un análisis sobre el origen de la fecha de la Navidad –25 de diciembre–, negando que fuera una fecha que suplantara una fiesta pagana previa.

La opción del 25 de diciembre es el resultado de los intentos realizados por los primeros cristianos para averiguar la fecha de nacimiento de Jesús, basándose en cálculos de calendario que nada tenían que ver con los festivales paganos.

¿Cómo se determinó la fecha 
del nacimiento de Jesucristo?

La primera prueba hallada en Roma de la celebración cristiana del 25 de diciembre es del año 336 d.C., es decir, algunos años después de Aureliano, pero hay pruebas procedentes del cristianismo griego y del cristianismo latino que muestran que los cristianos intentaban averiguar la fecha del nacimiento de Cristo ya en los siglos II y III, mucho antes de que lo empezaran a celebrar de una forma litúrgica.

Las pruebas indican que la atribución a la fecha de 25 de diciembre fue una consecuencia de los intentos por determinar cuándo se debía celebrar la muerte y resurrección de Cristo.

[Tighe no lo detalla, pero un ejemplo claro es el de Sexto Julio Africano, escritor cristiano que en el año 221, en sus Chronographiai, dice que Jesús se encarnó el 25 de marzo (por lo que nació 9 meses después, en 25 de diciembre). Esto lo escribe medio siglo antes de que en el 274 Aureliano cree una fiesta para el 25 de diciembre en Roma].

¿Y cómo ocurrió todo esto? Parece haber una contradicción en la fecha de la muerte del Señor entre los evangelios sinópticos y el evangelio de Juan.

Los sinópticos la sitúan en la Pascua de los judíos (después de la Última Cena la noche anterior), mientras que Juan la sitúa en la Víspera de la Pascua: momento en que los corderos eran sacrificados en el Templo de Jerusalén para el ágape que tendría lugar después de la salida del sol ese mismo día. La primitiva Iglesia siguió a Juan y no a los sinópticos y creyó que la muerte de Cristo había acontecido el 14 Nisán, de acuerdo con el calendario lunar judío.

Los estudiosos modernos están de acuerdo con que la muerte de Cristo podría haber tenido lugar en el año 30 o en el 33 d.C., porque éstos son los años en los que la Vigilia de Pascua podía haber caído en viernes. Las posibilidades son, por tanto, el 7 de abril del 30 o el 3 de abril del 33. Sin embargo, la Iglesia primitiva, una vez expulsada del judaísmo, tuvo que datar sus propios momentos para celebrar la Pasión del Señor.

Durante el siglo II se produjeron fuertes disputas sobre si la Pascua tenía que caer siempre en domingo o en cualquier día de la semana dos días después del 14 Nisán. Estas disputas fueron especialmente virulentas entre los cristianos griegos y los cristianos latinos. Los cristianos griegos quisieron encontrar una fecha equivalente al 14 Nisán en su calendario solar y dado que Nisán era el mes en el que tenía lugar el equinoccio de primavera, eligieron el día 14 de Artemision cuando el equinoccio de primavera caía invariablemente en su calendario. Alrededor del 300 d.C., el calendario griego fue reemplazado por el romano y como las fechas de principio y final de los meses en estos dos sistemas no coincidían, el 14 Artemision se convirtió en el 6 de abril.

Por su parte, los cristianos latinos del siglo II en Roma y en África del norte querían establecer la fecha de la muerte de Jesús. En la época de Tertuliano [c.155 -220 d.C.] ya habían establecido que Jesús murió el viernes 25 de marzo del año 29. Debo hacer constar que ello es imposible: el 25 de marzo del año 29 no fue viernes, y la Víspera de Pascua judía en el 29 d.C. no caía en viernes ni en 25 de marzo, ni siquiera en el mes de marzo.

Cuando los antiguos 
creían en la "edad integral"

Así pues, los cristianos griegos comenzaron a celebrar la muerte del Señor el 6 de abril y los cristianos latinos el 25 de marzo. Ahora debo explicar una creencia del judaísmo del tiempo de Cristo que, al no aparecer en la Biblia, no la han tenido presente los cristianos. Se trata de la "edad integral" de los grandes profetas judíos: los profetas de Israel murieron en la misma fecha de su nacimiento o de su concepción.

Esto es un factor clave a la hora de entender por qué los primeros cristianos llegaron a la conclusión de que Jesús nació el 25 de diciembre. El 25 de marzo (para los cristianos latinos) y el 6 de abril (para los cristianos griegos) no sólo eran las supuestas fechas de la muerte de Jesús, sino también las de su concepción o nacimiento.

Hay alguna prueba de que algunos cristianos en los siglos I y II consideraron el 25 de marzo y el 6 de abril como la fecha del nacimiento de Cristo, pero finalmente prevaleció el 25 de marzo como la fecha de la concepción de Cristo en lugar de su nacimiento. Ese día el Arcángel Gabriel anunció la Buena Nueva a la Virgen María. ¿Cuánto dura un embarazo? Nueve meses. Si contamos nueve meses a partir del 25 de marzo, es 25 de diciembre; si es a partir del 6 de abril, tenemos el 6 de enero. El 25 de diciembre es Navidad y, el 6 de enero, es la Epifanía.

Una fiesta cristiana

El 25 de diciembre es improbable que fuera la fecha del nacimiento de Cristo. Surgió al tratar de averiguar la fecha de la muerte de Cristo. La decisión de escoger esta fecha se debió más a la influencia del judaísmo de la época de Jesús que a los ritos paganos romanos (culto al sol). La fecha del nacimiento de Jesús se estableció en relación al día que expiró en la cruz, que a su vez señaló el día de su concepción (encarnación).

miércoles, 6 de marzo de 2019

Sobre el AYUNO


¿En qué consiste el ayuno? ¿Cuál es su sentido?


Hay dos días al año en el que la Iglesia obliga a hacer ayuno y abstinencia, el miércoles de ceniza y el viernes santo. Sin embargo el ayuno es un instrumento muy valioso que no tiene porque reducirse a estos dos días. La Iglesia nos invita a realizarlo en ocasiones fuera de estos días, por ejemplo, el papa Francisco invitó a realizarlo en septiembre de 2013 por la paz en Siria. Pero ¿en que consiste el ayuno? ¿Cuál es su sentido?

Para explicar el ayuno habría que empezar hablando de lo que es la Ascesis o Penitencia, ya que el ayuno es solo parte de este trabajo espiritual que todo cristiano debe hacer si quiere llegar a la santidad propuesta por Jesucristo.

Cuando hablamos de Ascesis o Penitencia nos referimos al esfuerzo humano que responde a la gracia de Dios, y es el medio por el cual el hombre se dispone y purifica su vida para que en ella se desarrolle en plenitud la vida divina. Este esfuerzo en nosotros los cristianos adquiere una nota particular y quizás única, ya que, a diferencia de algunas otras “espiritualidades”, la Ascesis en el fiel cristiano, es animada y dirigida por el mismo Espíritu Santo, que no busca destruir sino construir.

El padre Rainiero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, al referirse a la santidad y su relación con la Penitencia, dice que ésta “es el arte de quitar todo lo que estorba en el hombre a fin de hacer visible esa santidad ya contenida en el hombre desde el bautismo”.

Por ello, la Ascesis es la herramienta de la que nos valemos para fortalecer los muros por los cuales transitan nuestros deseos y aspiraciones, los cuales fuera de control son capaces de destruir nuestra vida, o al menos impedir que ésta alcance la plenitud. Es, digamos, el elemento regulador, y, en muchos casos, el propulsor de una vida equilibrada y santa. Por eso dice al respecto el Catecismo de la Iglesia Católica: “Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia” (Cat. No. 1435).

Por una ancestral tradición, los viernes son considerados como un día de Penitencia. Esto es debido, principalmente a que en un viernes Jesús padeció por nosotros para darnos la vida eterna. Por esta razón, entre otras, se ha identificado la Penitencia con el sufrimiento. Cuando pensamos en la Penitencia, de inmediato viene a nuestra mente los monjes dándose de latigazos, o poniéndose espinas en el pecho, o de alguna manera destruyendo su cuerpo. Sin embargo la Penitencia, como nos lo explicó el Papa Juan Pablo II en Reconciliación y Penitencia, es: todo aquello que ayuda a que el Evangelio pase de la mente al corazón y del corazón a la vida. Es decir la Penitencia es una ayuda para que podamos realmente vivir el Evangelio.

Un santo de la edad media que había entendido bien lo que era la Penitencia decía: la primera y más importante Penitencia es: Orar.

Desafortunadamente, el hombre de hoy tiene un concepto equivocado de lo que es la Ascesis o Penitencia y en muy baja estima el valor de la cruz. La vida cómoda y materialista que vivimos nos hace despreciar con facilidad estos dos valores que son fundamentales (cf. Mt 10,38), por no decir, indispensables, en la vida, no solo para alcanzar la santidad y con ello la plenitud, sino incluso para poder vivir una vida razonablemente alegre y estable. Y es que la Penitencia actúa como una fuerza reguladora sobre nuestras pasiones y deseos los cuales dejados en libertad pueden llegar a destruir nuestra vida. Para contenerlos, en algunos casos debemos agregar a nuestra vida algo, “Ascesis Positiva” , y en otros eliminar o matizar, “Ascesis Negativa”.

En ambas direcciones la Penitencia supone una renuncia, por lo que esto no se podrá hacer sin la ayuda de la cruz y del Espíritu Santo. La Penitencia cristiana, correctamente entendida, no es estoicismo, ni platonismo, por lo que no se trata de destruir nuestro cuerpo, sino de una “herramienta espiritual que ayuda a que los criterios y la vida evangélica, pasen de la mente al corazón y del corazón a la vida diaria”.

Para que la Penitencia sea verdaderamente una ayuda para el crecimiento espiritual, es necesario quitarle toda esa carga negativa que por años ha tenido, para redescubrirla como un momento privilegiado de encuentro con la misericordia de Dios que conoce nuestras miserias y que a pesar de ellas, nos ama y nos ha llamado a la santidad más elevada. Esto nos llevará sin lugar a dudas a experimentar el poder que sana el interior del hombre y que le impulsa a reemprender el camino de la felicidad, la alegría, el gozo y la paz, ya que como bien decía Clímaco: “es mediante la Penitencia como nos libramos de la tiranía de las pasiones”. Así la Ascesis es la cruz benéfica que nos ayuda a renunciar a nosotros mismos, a los excesos y exageraciones, y que prepara el camino para que Dios desarrolle en nosotros la vida divina, la “vida según el Espíritu”.

Sin embargo debemos ser conscientes que la falta de prudencia, puede también desordenar la misma Penitencia, con lo cual se causan graves daños, sobre todo al alma, ya que la práctica de la mortificación debe ser siempre un acto de templanza.

Santo Tomas, citando a San Jerónimo dice: “No hay diferencia entre matarse en largo o en corto tiempo. Se comete una rapiña, en vez de hacerse una ofrenda, cuando se extenúa inmoderadamente [sin templanza] el cuerpo por la demasiada escasez de alimento o el poco de sueño”.

Ahora si, teniendo en cuenta lo que te he dicho sobre la Penitencia, veamos un poco el Ayuno. El Ayuno, desde la vida espiritual, nos ayuda en dos áreas de nuestra vida. Por un lado, es la forma como la voluntad se entrena con la renuncia a cosas buenas, para en su momento poder rechazar las malas. Por otro lado, ejerce una acción misteriosa, que permite al alma abrirse de una manera particular a la gracia y a la presencia de Dios.

Cuando nos privamos de cualquier cosa que está en relación con nuestros apetitos, especialmente con el placer (comer, beber, ver, oír, sentir), estamos acostumbrando a nuestra voluntad a recibir ordenes directamente de nosotros y no de nuestras pasiones. Nos lleva a ser dueños de nosotros mismos. De esta manera, una persona habituada a ayunar será una persona habituada a la renuncia, y tendrá sometidas sus pasiones a la voluntad, de manera que el cuerpo come, duerme, y hace lo que la voluntad le indica. Si la voluntad está orientada a Dios, buscará evitar todo lo que lo separa de Dios y orientará todas sus acciones a Él.

Por otro lado, el Ayuno, especialmente el de la comida, nos abre de una manera misteriosa a la presencia de Dios. Parecería como si el hambre corporal se fuera convirtiendo en hambre de Dios.

Ahora bien, para que esto se realice, el Ayuno debe estar unido a la oración. Sin oración el Ayuno se convierte en dieta o en estoicismo, que poco o nada ayuda a la vida espiritual.

De manera práctica, indicamos algunos elementos que pueden ser de utilidad para iniciarse y crecer en este ejercicio espiritual:

1- Lo primero es que el Ayuno debe ser progresivo. Es decir hay que comenzar por lo poco y, poco a poco, progresar en él. Hay que empezar por tanto con pequeñas renuncias, como negarse un café, un vaso de agua, un dulce, un postre, un programa de televisión, etc. Esto irá poco a poco aumentando tu capacidad de renuncia.

2- Iniciar el Ayuno con un buen rato de oración. Es recomendable prepararlo desde un día antes. Por ejemplo haciendo por la noche un buen rato de oración y ofreciendo a Dios el día de Ayuno. Pidiendo a Dios la gracia que se necesita o el sentido que se quiere ver fortalecido con el Ayuno. Durante todo el día de Ayuno, dedicar el mayor tiempo que se pueda a la oración. Es conveniente que se escoja un salmo el día anterior y alguna frase del salmo para repetirlo durante todo el día de Ayuno, como: “Señor tú eres mi fuerza y mi victoria”, o alguna frase del mismo salmo. Regresar durante el día al salmo y tener el mayor tiempo de oración que se pueda. Hay que sustituir el alimento corporal con alimento espiritual.

3- Es muy conveniente iniciar el Ayuno con la Eucaristía. Buscar una Iglesia en donde se pueda comulgar en la mañana. Si no se puede, hacer al menos una comunión espiritual.

4- Una vez que se haya progresado con las renuncias, iniciar con lo que se llama el Ayuno Eclesiástico, que es lo mínimo que nos invita a vivir la Iglesia en los días prefijados de Ayuno (Miércoles de ceniza y Viernes Santo). Este consiste en desayunar un pan y un café, no tomar nada entre comidas, comer ligero (procurando que te quedes con un poco de hambre) y finalmente por la noche lo mismo un pan y un café.

5- El siguiente paso es hacer medio Ayuno, que consiste en solo un café en la mañana, nada entre comidas y una comida ligera. Solo agua todo el día. Por la tarde se puede tomar una cucharada de miel, sobre todo si se tiene un trabajo que requiera mucho desgaste de energía.

6- Finalmente se puede aspirar al Ayuno de pan y agua, que consiste en comer solo pan y agua. Lo mismo, se podría tomar una cucharada de miel a media mañana y a media tarde para recuperar energía.

Hay que recordar que es una obra del Espíritu, por lo que no hay que esperar resultados como si a cada acción hubiera una reacción. A veces un pequeño esfuerzo de nuestra parte corresponde a una gracia inmensa de Dios y viceversa, un gran esfuerzo humano y pocos resultados espirituales. Dios sabe cómo, y en qué momento darnos las gracias. De lo que si podemos estar seguro es que al iniciarse en el ayuno te abres a la santidad y tu vida cambia radicalmente. El Ayuno contribuye a la perfección cristiana.

Fuente: laverdadcatolica.org

+ SOBRE EL AYUNO

domingo, 3 de marzo de 2019

¿Cómo vivían los Primeros Cristianos la Cuaresma?

Habrá que esperar al siglo IV para encontrar una planificación de la Cuaresma. A finales del siglo IV, Roma conocía la estructura cuaresmal de cuarenta días.

La celebración de la Pascua del Señor, constituye la fiesta primordial del año litúrgico. Cuando en el siglo II, la Iglesia comenzó a celebrar anualmente el misterio pascual de Cristo, comprendió la necesidad de una preparación por medio de la oración y del ayuno.

Los primeros pasos

Este período de preparación para la Pascua fue consolidándose hasta llegar a constituir lo que hoy conocemos como Tiempo de Cuaresma. Influyeron también las exigencias del catecumenado y la disciplina penitencial para la reconciliación de los penitentes.

La primitiva celebración de la Pascua del Señor conoció la praxis de un ayuno preparatorio el viernes y sábado previos a dicha conmemoración. A esta práctica podría aludir la "Traditio Apostolica", documento de comienzos del siglo III, cuando exige que los candidatos al bautismo ayunen el viernes y transcurran la noche del sábado en vela. Por otra parte, en el siglo III, la Iglesia de Alejandría practicaba una semana de ayuno previo a las fiestas pascuales.

En el siglo IV se consolida la estructura cuaresmal de cuarenta días

Habrá que esperar hasta el siglo IV para encontrar los primeros ejemplos de una planificación de este tiempo litúrgico; sin embargo, mientras en esta época se practica en casi todas las Iglesias la cuaresma de cuarenta días, el período de preparación pascual en Roma era de tres semanas de ayuno diario, excepto sábados y domingos. El ayuno prepascual de tres semanas estuvo poco tiempo en vigor puesto que a finales del siglo IV, Roma conocía ya la estructura cuaresmal de cuarenta días.

El período cuaresmal de seis semanas de duración nació probablemente vinculado a la práctica penitencial: los penitentes comenzaban su preparación más intensa el sexto domingo antes de Pascua y vivían un ayuno prolongado hasta el día de la reconciliación, que se producía en la asamblea eucarística del Jueves Santo. Como este período de penitencia duraba cuarenta días, recibió el nombre de Quadragesima o cuaresma.

Durante el primer estadio de organización cuaresmal se celebraban tan sólo las reuniones eucarísticas dominicales, si bien entre semana existían asambleas no eucarísticas: los miércoles y viernes.

A finales del siglo VI las reuniones del lunes, miércoles y viernes celebraban ya la eucaristía. Más tarde, se añadieron nuevas asambleas eucarísticas los martes y sábados. Por último, el proceso se cerró bajo el pontificado de Gregorio II (715-731), con la asignación de un formulario eucarístico para los jueves de cuaresma.

¿Por qué la ceniza?

Hacia finales del siglo V, el miércoles y viernes previos al primer domingo de cuaresma comenzaron a celebrarse cómo si formaran parte del período penitencial, probablemente como medio de compensar los domingos y días en los que se rompía el ayuno.

Dicho miércoles, los penitentes por la imposición de la ceniza, ingresaban en el orden que regulaba la penitencia canónica. Cuando la institución penitencial desapareció, el rito se extendió a toda la comunidad cristiana: este es el origen del Miércoles de Ceniza o «Feria IV anerum».

El proceso de alargamiento del período penitencial continuó de forma irremediable. Esta anticipación del ayuno cuaresmal no es una práctica exclusivamente romana: se encuentra también en Oriente, y en diversas regiones de Occidente.

Probablemente se trata de una praxis originada en la ascesis monástica y más tarde propagada entre la comunidad cristiana, aunque resulte difícil conocer sus características.


Fuente: primeroscristianos.com

viernes, 1 de marzo de 2019

Cuaresma 2019: «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19).Mensaje del papa Francisco



Queridos hermanos y hermanas:

Cada año, a través de la Madre Iglesia, Dios «concede a sus hijos anhelar con el gozo de habernos purificado la solemnidad de la Pascua para que […] por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios» (Prefacio I de Cuaresma).

De este modo podemos caminar, de Pascua en Pascua, hacia el cumplimiento de aquella salvación que ya hemos recibido gracias al misterio pascual de Cristo: «Pues hemos sido salvados en esperanza» (Rm 8,24). Este misterio de salvación, que ya obra en nosotros durante la vida terrena, es un proceso dinámico que incluye también a la historia y a toda la creación. San Pablo llega a decir: «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19). Desde esta perspectiva querría sugerir algunos puntos de reflexión, que acompañen nuestro camino de conversión en la próxima Cuaresma.

1. La redención de la creación

La celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, culmen del año litúrgico, nos llama una y otra vez a vivir un itinerario de preparación, conscientes de que ser conformes a Cristo (cf. Rm 8,29) es un don inestimable de la misericordia de Dios.

Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios, comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su redención. Por esto, la creación —dice san Pablo— desea ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos gozan de la gracia del misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de sus frutos, destinados a alcanzar su maduración completa en la redención del mismo cuerpo humano.

Cuando la caridad de Cristo transfigura la vida de los santos —espíritu, alma y cuerpo—, estos alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las criaturas, como demuestra de forma admirable el “Cántico del hermano sol” de san Francisco de Asís (cf. Enc. Laudato si’, 87). Sin embargo, en este mundo la armonía generada por la redención está amenazada, hoy y siempre, por la fuerza negativa del pecado y de la muerte.

2. La fuerza destructiva del pecado

Efectivamente, cuando no vivimos como hijos de Dios, a menudo tenemos comportamientos destructivos hacia el prójimo y las demás criaturas —y también hacia nosotros mismos—, al considerar, más o menos conscientemente que podemos usarlos como nos plazca. Entonces, domina la intemperancia y eso lleva a un estilo de vida que viola los límites que nuestra condición humana y la naturaleza nos piden respetar y se siguen los deseos incontrolados que en el libro de la Sabiduría se atribuyen a los impíos, o sea a quienes no tienen a Dios como punto de referencia de sus acciones, ni una esperanza para el futuro (cf. 2,1-11). Si no anhelamos continuamente la Pascua, si no vivimos en el horizonte de la Resurrección, está claro que la lógica del todo y ya, del tener cada vez más acaba por imponerse.

Como sabemos, la causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo. El hecho de que se haya roto la comunión con Dios, también ha dañado la relación armoniosa de los seres humanos con el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha transformado en un desierto (cf. Gn 3,17-18). Se trata del pecado que lleva al hombre a considerarse el dios de la creación, a sentirse su dueño absoluto y a no usarla para el fin deseado por el Creador sino para su propio interés en detrimento de las criaturas y de los demás.

Cuando se abandona la ley de Dios, la ley del amor, acaba triunfando la ley del más fuerte sobre el más débil. El pecado que anida en el corazón del hombre (cf. Mc 7,20-23) —y se manifiesta como avidez, afán por un bienestar desmedido, desinterés por el bien de los demás y a menudo también por el propio— lleva a la explotación de la creación, de las personas y del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo como un derecho y que antes o después acabará por destruir incluso a quien vive bajo su dominio.

3. La fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón

Por esto, la creación tiene la irrefrenable necesidad de que se manifiesten los hijos de Dios, aquellos que se han convertido en una “nueva creación”: «Si alguno está en Cristo, es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2 Co 5,17). En efecto, manifestándose, también la creación puede “celebrar la Pascua”: abrirse a los cielos nuevos y a la tierra nueva (cf. Ap 21,1). Y el camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual.

Esta “impaciencia”, esta expectación de la creación encontrará cumplimiento cuando se manifiesten los hijos de Dios, es decir cuando los cristianos y todos los hombres emprendan con decisión el “trabajo” que supone la conversión. Toda la creación está llamada a salir, junto con nosotros, «de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). La Cuaresma es signo sacramental de esta conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna.

Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón.

Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia.

Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad.

Queridos hermanos y hermanas, la “Cuaresma” del Hijo de Dios fue un entrar en el desierto de la creación para hacer que volviese a ser aquel jardín de la comunión con Dios que era antes del pecado original (cf. Mc 1,12-13; Is 51,3). Que nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la creación, que «será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21).

No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable. Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión. Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales. Así, acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos su fuerza transformadora también sobre la creación.

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