Isaías 52,7-10
Salmo 98: Los confines de la tierra
han contemplado la victoria de nuestro Dios
Hebreos 1,1-6
Juan 1,1-18
Isaías 52,7-10
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: "Tu Dios es rey"! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.
Salmo 97: Los confines de la tierra
han contemplado la victoria de nuestro Dios
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.
R. Los confines de la tierra
han contemplado la victoria de nuestro Dios
El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.
R. Los confines de la tierra
han contemplado la victoria de nuestro Dios
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad.
R. Los confines de la tierra
han contemplado la victoria de nuestro Dios
Tañed la cítara para el Señor
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.
R. Los confines de la tierra
han contemplado la victoria de nuestro Dios
Hechos 1,1-6
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado que los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: "Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado", o: "Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo"? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: "Adórenlo todos los ángeles de Dios."
Juan 1,1-18
En principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. [Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.] La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. [Juan da testimonio de él y grita diciendo: "Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."" Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.]
- Comentario de Mons. Francisco González, SF.
Ya hemos llegado. La Iglesia nos lo indica con el cambio del color de los ornamentos, el canto del gloria, cantidad de flores, y esperemos que también con la infinidad de sonrisas en las caras de la gente que se acercan a homenajear al bebé recién nacido, y no sólo homenajear, sino también a adorarle, pues es ni más ni menos que el Hijo de Dios, que fue concebido por obra del Espíritu Santo y que nació de María la Virgen.
La primera lectura, tomada del profeta Isaías, nos llena hoy de gozo, como lo hizo en aquellos tiempos pues es un canto de triunfo y liberación.
Las buenas noticias son: paz, felicidad, salvación y todo ello porque en esa Jerusalén destruida vuelve a reinar Dios. Lo anuncian los centinelas, la guardia y todos gritan con júbilo, hay alegría, ese Dios es reconocido como el Salvador de las naciones.
La segunda lectura nos relata que la llegada de Cristo a la tierra y su entronización en los cielos. Es una lista de lo que Cristo es: "Hijo de Dios, más que los profetas, heredero de todo, expresión de lo que Dios es, purificador, superior a los ángeles".
Concluye la Liturgia de la Palabra con ese himno maravilloso al Verbo Encarnado, habla de la Palabra de Dios y de su filiación divina. Es anterior a la creación y viene a habitar con nosotros.
También nos da una visión de la sucedido: viene, pero algunos no lo aceptan, sin embargo los que le aceptan reciben la salvación.
Estamos en un tiempo maravilloso. En los tiempos de la llegada de Cristo a este mundo, parece que había como una esperanza de restauración, de salvación. Ese Mesías que había sido tantas veces anunciado, parecía que tenía que llegar pronto. La gente lo esperaba con gran ansiedad, pero ahí está el problema, que salvación, redención, libertad, todas esas palabras significan cosas distintas para los expectantes de ayer y hoy, cada uno quiere fabricarse su propio Mesías, y así cuando llega el verdadero no todos lo aceptan pues no todos lo reconocen, y por eso el evangelista apunta en este prólogo: "Vino a su propia casa y los suyos no le recibieron, pero a quienes le recibieron les concedió ser hijos de Dios".
Hoy en este momento de nuestra historia también estamos en espera, y la pregunta clave es: ¿qué esperamos? o ¿qué esperamos? Algunos están esperando a alguien, otros están esperando algo, y hay también quienes no esperan nada ni a nadie, continúan encerrados en sí mismos.
La Navidad es siempre la celebración de la Encarnación, es oportunidad para siguiendo a Jesús que deja todo, por decirlo de alguna forma, y se adentra en la humanidad, acampa en medio de nosotros, para estar con nosotros, para ser uno de nosotros y con esa su presencia nos redime, nos salva, nos conduce hacia el Padre, para podernos convertir, aunque sea en minúsculas, "hijo/s predilecto/s de Dios Padre.
El seguidor de Cristo se hace uno con los demás, forma comunidad, comparte con el necesitado, aprende de los otros, y juntos la comunidad va creciendo, va fortaleciéndose, y va extendiendo su solidaridad abrazando a todos sin distinción de raza, credo, posición social etc., al estilo del bebé Jesús que nunca rechazó a nadie y siempre extendió su brazo hacia todo aquel que daba muestras de necesidad.
Incluso cuando él mismo sufría lo hace de una forma que crea esperanza, pues para eso él es la Luz del mundo, para eso él es el camino, la verdad y la vida. Esta celebración de Navidad nos recuerda lo que confesaba San Ireneo: "El Hijo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre, unido al Verbo, pudiera recibir la adopción y llegar a ser hijo de Dios". Esta es la razón para nuestra gran fiesta.
Salmo 98: Los confines de la tierra
han contemplado la victoria de nuestro Dios
Hebreos 1,1-6
Juan 1,1-18
Isaías 52,7-10
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: "Tu Dios es rey"! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.
Salmo 97: Los confines de la tierra
han contemplado la victoria de nuestro Dios
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.
R. Los confines de la tierra
han contemplado la victoria de nuestro Dios
El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.
R. Los confines de la tierra
han contemplado la victoria de nuestro Dios
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad.
R. Los confines de la tierra
han contemplado la victoria de nuestro Dios
Tañed la cítara para el Señor
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.
R. Los confines de la tierra
han contemplado la victoria de nuestro Dios
Hechos 1,1-6
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado que los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: "Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado", o: "Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo"? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: "Adórenlo todos los ángeles de Dios."
Juan 1,1-18
En principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. [Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.] La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. [Juan da testimonio de él y grita diciendo: "Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."" Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.]
- Comentario de Mons. Francisco González, SF.
Ya hemos llegado. La Iglesia nos lo indica con el cambio del color de los ornamentos, el canto del gloria, cantidad de flores, y esperemos que también con la infinidad de sonrisas en las caras de la gente que se acercan a homenajear al bebé recién nacido, y no sólo homenajear, sino también a adorarle, pues es ni más ni menos que el Hijo de Dios, que fue concebido por obra del Espíritu Santo y que nació de María la Virgen.
La primera lectura, tomada del profeta Isaías, nos llena hoy de gozo, como lo hizo en aquellos tiempos pues es un canto de triunfo y liberación.
Las buenas noticias son: paz, felicidad, salvación y todo ello porque en esa Jerusalén destruida vuelve a reinar Dios. Lo anuncian los centinelas, la guardia y todos gritan con júbilo, hay alegría, ese Dios es reconocido como el Salvador de las naciones.
La segunda lectura nos relata que la llegada de Cristo a la tierra y su entronización en los cielos. Es una lista de lo que Cristo es: "Hijo de Dios, más que los profetas, heredero de todo, expresión de lo que Dios es, purificador, superior a los ángeles".
Concluye la Liturgia de la Palabra con ese himno maravilloso al Verbo Encarnado, habla de la Palabra de Dios y de su filiación divina. Es anterior a la creación y viene a habitar con nosotros.
También nos da una visión de la sucedido: viene, pero algunos no lo aceptan, sin embargo los que le aceptan reciben la salvación.
Estamos en un tiempo maravilloso. En los tiempos de la llegada de Cristo a este mundo, parece que había como una esperanza de restauración, de salvación. Ese Mesías que había sido tantas veces anunciado, parecía que tenía que llegar pronto. La gente lo esperaba con gran ansiedad, pero ahí está el problema, que salvación, redención, libertad, todas esas palabras significan cosas distintas para los expectantes de ayer y hoy, cada uno quiere fabricarse su propio Mesías, y así cuando llega el verdadero no todos lo aceptan pues no todos lo reconocen, y por eso el evangelista apunta en este prólogo: "Vino a su propia casa y los suyos no le recibieron, pero a quienes le recibieron les concedió ser hijos de Dios".
Hoy en este momento de nuestra historia también estamos en espera, y la pregunta clave es: ¿qué esperamos? o ¿qué esperamos? Algunos están esperando a alguien, otros están esperando algo, y hay también quienes no esperan nada ni a nadie, continúan encerrados en sí mismos.
La Navidad es siempre la celebración de la Encarnación, es oportunidad para siguiendo a Jesús que deja todo, por decirlo de alguna forma, y se adentra en la humanidad, acampa en medio de nosotros, para estar con nosotros, para ser uno de nosotros y con esa su presencia nos redime, nos salva, nos conduce hacia el Padre, para podernos convertir, aunque sea en minúsculas, "hijo/s predilecto/s de Dios Padre.
El seguidor de Cristo se hace uno con los demás, forma comunidad, comparte con el necesitado, aprende de los otros, y juntos la comunidad va creciendo, va fortaleciéndose, y va extendiendo su solidaridad abrazando a todos sin distinción de raza, credo, posición social etc., al estilo del bebé Jesús que nunca rechazó a nadie y siempre extendió su brazo hacia todo aquel que daba muestras de necesidad.
Incluso cuando él mismo sufría lo hace de una forma que crea esperanza, pues para eso él es la Luz del mundo, para eso él es el camino, la verdad y la vida. Esta celebración de Navidad nos recuerda lo que confesaba San Ireneo: "El Hijo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre, unido al Verbo, pudiera recibir la adopción y llegar a ser hijo de Dios". Esta es la razón para nuestra gran fiesta.
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