viernes, 14 de octubre de 2022

Teresa: vagamunda, mística y profeta (y 2), por Gema Juan



Seguimos recogiendo la sabiduría que se desprende del modo de vivir en el espíritu de Teresa de Jesús. De aquella mujer tildada de vagamunda e inquieta, que rompió un molde en el que no cabía y en el que –estaba convencida– no cabía el espíritu de Jesús, andariego como ella.

Místicos y profetas son dos identidades que nacen de la experiencia religiosa. Identidad entendida como un proceso vivo y siempre inacabado, como construcción de uno mismo. Por tanto, mística y profecía entendidas como progresiva transformación y no como algo estático.

Decía Carlos Domínguez que los místicos y los profetas tienen algo en común y es que «ambos son testigos de la irrupción de Otro que les trasciende y en cuyo contacto se transforman, modificando y estructurando su identidad personal». Y no solo eso, añadía que «ambos desencadenan por igual el recelo, la resistencia y el rechazo de quienes se relacionan con ellos».

De ambas identidades, es testigo Teresa de Jesús. Ella misma cuenta su profundo cambio ante la irrupción de Dios en su vida –característica mística–, el asalto amoroso que da un giro a su existencia. Y también confesará que ha recibido una palabra de Dios para comunicar, para crear algo nuevo –característica profética–. Teresa tiene certeza de que la renovación religiosa que emprende no es su obra, sino la obra de Dios a través de ella.

Teresa es mística por su honda experiencia, por ser buscadora de Dios, por vivir desde el hontanar. Y profeta por su inmersión en la iglesia y el mundo en que le toca vivir, provocando con sus acciones, que están destinadas a transformar la historia concreta en que se halla.

Se ganó a pulso el estar bajo sospecha y el ser mirada como rebelde, a pesar de su clara disposición para dar razón de su vida y de sus andanzas, y de ser una mujer amante de la iglesia, de la que se sentía hija y con vocación de fidelidad.

El solo hecho de poner en marcha un nuevo modo de vivir y de entender la relación con Dios y con los demás, marcado por la confianza, la transparencia y la igualdad, ya sería suficiente para estar en el punto de mira, porque desmontaba algunas ideas poco evangélicas que sostenían el entramado religioso de la época. Pero, además, Teresa no calló ante lo que le parecía mentira. No pudo o no quiso, o tal vez ambas cosas.

No calló ante el rey, nobles y gentes sometidas a la honra: a la necesidad de aparentar, de ser tenido en más y de prosperar sin miramiento. Decía que con Dios no se trataba así: puedo tratar como con amigo, aunque es Señor. Porque entiendo no es como los que acá tenemos por señores, que todo el señorío ponen en autoridades postizas. Y escribe, sin pudor, que a esos señores no les rodean quienes hablan verdades, sino quienes sostienen su mentira.

Destapó la falsa paz de la riqueza: si tienen bien lo que han menester y muchos dineros en el arca, como se guarden de hacer pecados graves, todo les parece está hecho. Gózanse de lo que tienen, dan una limosna de cuando en cuando; no miran que aquellos bienes no son suyos, sino que se los dio el Señor como a mayordomos suyos, para que partan a los pobres, y que les han de dar estrecha cuenta del tiempo que lo tienen sobrado en el arca, suspendido y entretenido a los pobres, si ellos están padeciendo.

Para una mujer que decía que orar es «estar con Él», no era admisible la pretensión de reducir la oración a ritos o a fórmulas hechas. Se levantó frente a quienes decían que bastaba eso y, sobre todo, que bastaba para las mujeres: ¿Qué es esto, cristianos, los que decís no es menester oración mental? ¿Entendéis os? Cierto, que pienso que no os entendéis, y así queréis desatinemos todos; ni sabéis cuál es oración mental, ni cómo se ha de rezar la vocal, ni qué es contemplación; porque si lo supieseis, no condenaríais por un cabo lo que alabáis por otro.

De igual manera, reaccionó a la corriente espiritual que invitaba a dejar de lado todo lo corpóreo… incluyendo la Humanidad de Cristo. El peligro no era pequeño, era apartarse del camino abierto por Jesús y de su manera de vivir. Teresa lo enfoca positivamente, sobre todo, mostrando el don que es Jesús: ¿Pensáis que es poco un tal amigo al lado?... es larga la vida y hay en ella muchos trabajos y hemos menester mirar a nuestro dechado, Cristo, cómo los pasó.

Reivindicó la capacidad de la mujer frente a los jueces del mundo, que como son hijos de Adán, y en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa. Y animó a sus hermanas, dando argumentos, a no ceder ante las presiones de quienes decían que el camino espiritual no es para mujeres, que les podrán venir ilusiones, que mejor será que hilen, no han menester esas delicadezas…

Son solo algunas notas de la mujer profeta que habita en la mística Teresa y que, de nuevo, nos pregunta por nuestro modo de vivir en el Espíritu.

La palabra de Teresa nos proyecta hacia lo mejor de la experiencia auténtica de Dios: vivir de cara a los demás, como lo hace Él, buscando siempre el bien. Colaborar a que la verdad resplandezca, por un deseo anclado en Jesús, por la experiencia viva de que la verdad hace libres.


Autor: Gema Juan Herranz nació en Algemesí (Valencia) en 1970. Tiene estudios de Música y Farmacia. En 1991 entró en el monasterio de Carmelitas Descalzas de Puzol (Valencia). Ha sido priora y formadora entre sus hermanas. Ha colaborado con artículos y conferencias en diversas revistas de espiritualidad y foros, y en el libro de Cristianisme i justicia Mística y compromiso por la justicia. Con su comunidad, ha publicado una serie de antologías comentadas a las obras de santa Teresa: Una luz tan diferente, Juntos andemos, Comenzando siempre y Amor con amor.


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