El Concilio de Nicea es el Primer Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica, celebrado en el año 325 y motivado principalmente por las controversias que se originan en la Iglesia debido a las enseñanzas de Arrio. Este sacerdote alejandrino inspirándose en la doctrina de Luciano de Samosata comenzó a predicar que el Logos, la segunda Persona de la Trinidad, no era eterno, afirmando que hubo un tiempo en que no existía.
En los años 320 ó 321, el obispo san Alejandro de Alejandría, convocó un concilio en dicha ciudad en el cual más de cien obispos de Egipto y Libia anatematizaron a Arrio. Pero éste continuó oficiando en su iglesia y reclutando adeptos. Cuando, finalmente, fue expulsado, se dirigió a Palestina y de allí a Nicomedia. Durante este tiempo san Alejandro publicó su Epistola encyclica, que fue contestada por Arrio, que continuaba aferrado a sus tesis. A partir de este momento fue evidente que la polémica entre Alejandro de Alejandría y Arrio había dejado de ser un asunto meramente local.
El emperador Constantino trató de solucionar este asunto, sin darse cuenta el calado real de la disputa doctrinal sobre el arrianismo. Pensó que era un asunto de poca relevancia e intentó resolverlo por la vía de una exhortación amistosa. Envió sendas cartas al obispo Alejandro de Alejandría y a Arrio. Osio de Córdoba, su consejero en asuntos religiosos, llevó la carta imperial a Alejandría, pero fracasó en su misión conciliatoria. Ante esto, el emperador, aconsejado tal vez por Osio, pensó restaurar la paz en la Iglesia convocando un concilio ecuménico.
Aunque para nuestra mentalidad actual puede resultar chocante la convocatoria de un concilio por un emperador, no lo era para Constantino y sus contemporáneos. Desde Augusto los emperadores romanos habían acumulado en su persona la magistratura de pontifex maximus, de ahí que Constantino, aún siendo un simple catecúmeno, se considerara pontifex, «obispo puesto por Dios para los asuntos de fuera» (Teodoreto, Historia Ecclesiastica, I, 3) y entendiera que su actuación caía dentro de las competencias asumidas por un emperador.
El emperador Constatino
Asistieron al Concilio varios obispos de fuera del Imperio Romano (por ejemplo, de Persia). No se sabe históricamente si el emperador, al convocar el Concilio, actuó por su cuenta y en su propio nombre o si lo hizo de acuerdo con el Papa; sin embargo, es probable que Constantino y el papa san Silvestre I hubiesen llegado a un acuerdo.
Para acelerar la organización del Concilio, el emperador puso a disposición de los obispos los medios de transporte públicos y las postas del imperio; incluso, aportó provisiones abundantes para el mantenimiento de los asistentes durante el Concilio.
La elección de Nicea fue positiva para facilitar la agrupación de un considerable número de obispos. Era fácilmente accesible para los obispos de casi todas las provincias, pero especialmente para los de Asia, Siria, Palestina, Egipto, Grecia y Tracia. Las sesiones se celebraron en el templo principal y en el salón principal del palacio imperial.
Asistentes al Concilio
En cuanto al número de participantes suele aducirse el de 318. San Atanasio, miembro del Concilio, habla de 300 y en su carta "Ad Afros" menciona explícitamente 318. Este número se hizo proverbial y dicha cifra la repitieron los papas Liberio y Dámaso. Otros autores, como Eusebio de Cesarea hablan de 250.
La mayor parte de los obispos presentes eran griegos; entre los latinos solamente conocemos a Osio de Córdoba, Cecilio de Cartago, Marcos de Calabria, Nicasio de Dijon, Dono de Estridón, en Panonia, y los dos sacerdotes de Roma, Víctor y Vincencio, que representaban al Papa.
La asamblea contaba entre sus miembros más famosos a san Alejandro de Alejandría, Eustasio de Antioquía, Macario de Jerusalén, Eusebio de Nicomedia, Eusebio de Cesarea y Nicolás de Mira. Entre los miembros figuraba un joven diácono, Atanasio de Alejandría, para quien este Concilio fue el preludio de una vida de conflictos y de gloria.
Fechas del Primer Concilio de Nicea
Comenzaron las sesiones el 20 de mayo y terminaron el 25 de junio del 325. Constantino inauguró la asamblea, con un discurso en latín exhortando a la concordia, luego dejaría la palabra a la presidencia del Concilio que, casi con seguridad, fue desempeñada por Osio de Córdoba, cuya firma aparece en las listas en primer lugar, y tras él las de los representantes del obispo de Roma.
Se puede asumir que el sínodo celebró reuniones menos solemnes en ausencia del emperador hasta el 14 de junio, fecha en la que, tras la llegada de éste, comenzaron las sesiones propiamente dichas, y se formuló el símbolo el 19 de junio, después de lo cual se trataron diversas cuestiones—la controversia pascual, etc.
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