Vicente pertenecía a una familia noble de Huesca y su madre, según la tradición, era hermana del mártir San Lorenzo.
Ordenado diácono en Zaragoza, el obispo San Valero, que no tenía mucha facilidad de palabra (parece que era medio tartaja por no decir tartaja entero), hizo de él su voz, nombrándole Primer Diácono de la diócesis.
Ya sabemos que la persecución más terrible contra los cristianos fue la décima, decretada por Diocleciano y que en España fue muy virulenta debido a la saña desplegada por Daciano que al pasar por Barcelona sacrificó a Santa Eulalia y San Cucufate y, en Zaragoza hizo detener al obispo y a su diácono y los trasladó a Valencia.
Allí envió al destierro al obispo Valero e hizo torturar a Vicente en el potro y, dice una leyenda, que también en la parrilla como San Lorenzo. Igual que él, Vicente sufre el tormento sin quejarse y bromeando.
Enviado a un calabozo tan negro que, en palabras de Prudencio, hasta las tinieblas lo envidiaban, con su testimonio consiguió la conversión del carcelero.
Daciano, que tenía muy mala uva, mandó que lo curaran para poder atormentarlo nuevamente, pero apenas colocado en el lecho Vicente parte en vuelo directo hacia el cielo, con lo que Daciano se dio en los alambres.
Su cuerpo, continúa la leyenda, fue arrojado en el mar pero las olas lo devolvieron a la arena dando fe así de su santidad. Con él celebramos hoy también a su obispo San Valero (o Valerio, que es el mismo); Y a San Anastasio, también mártir; finalmente a los santos Gaudencio, Bernardo, obispos y Domingo, abad.
SOBRE SAN VICENTE
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