La influencia de las narraciones apócrifas sobre el milagro de la elección de José, por una parte, y la iconografía de los desposorios por otra, contribuyeron a que la ceremonia de la boda, con anacronismos encantadores, divulgara la imagen de la imposición o entrega del anillo por san José a la esposa María virgen. Todo ello explica el hecho de que se conservaran y veneraran en lugares distintos cinco anillos nupciales al menos. La primacía numérica la detentó u ostentó Francia, con cuatro de las cinco joyas devocionales, sin embargo, el anillo más famoso se encuentra en Italia, más concretamente, en Perugia.
Francia
Dos monasterios benedictinos poseían sendas alianzas: el borgoñón de Semur-en-Auxois que, según la tradición, fue donado por el que fuera patrono o encomendero del monasterio, el conde Gérard del Rosellón, a mediados del siglo VIII. El otro, más tardío, pertenecía a la abadía de Anchin, y se contaba que había sido transportado por los cruzados y donado por benefactores civiles y eclesiásticos en el siglo XIII.
Ya en el siglo XIV y comienzos del XV se veneraba en Notre Dame de Paris el par de anillos que se creía haber intercambiado los santos esposos en su boda. La fuente principal que lo transmite es, nada menos, Jean Gerson, que esgrime en prosa y verso esta prenda para afianzar su constante petición de una fiesta con misa y oficio de los desposorios de José y María. Lo suplicaba al poderoso e influyente duque de Berry en 1413 poniéndole de relieve el gran servicio que prestaría estableciendo la fiesta (que habría que colocar en tiempo litúrgico de Navidad) del “virginal matrimonio de San José y Nuestra Señora y el rezo del oficio” que él mismo había compuesto, y, además, todo ello en la iglesia de Notre Dame de Paris, “donde están los anillos del desposorio de la Virgen”.
El anillo de Perugia, Italia
Pero ninguno de los anillos franceses pudo competir con el que se conserva aún y se venera en la capilla de la catedral de San Lorenzo de Perugia. Puede decirse, incluso, que es la reliquia josefina por excelencia, la más enriquecida de gracias espirituales, con indulgencias; la más rica también en leyendas y en bibliografía, desde la más crédula a la más crítica y rigurosa.
No se conocen los orígenes del santo anillo, lo que sitúa la reliquia en el ámbito de la leyenda, que explica la llegada del santo anillo a Chiusi, su primera localización, en el siglo III gracias a la mártir santa Mustiola, patrona de Chiusi y que había recibido el santo obsequio de su marido, también mártir.
La otra versión habla de la presencia de la reliquia nupcial en Chiusi a principios del siglo XI. Un joyero local, Rainerio o Ainero, la había recibido en Roma de un judío, con el ruego de que la venerase como merecía, condición que no cumplió Rainerio con aquella joya, que dejó semiolvidada en la iglesia de Santa Mustiola.
Hasta que a eso de los diez años, el hijo de Rainerio murió y fue conducido a la iglesia de Santa Mustiola. Allí, estando en el túmulo, resucitó para reprochar públicamente al padre su pecado de descuido, y, tras haber recibido la seguridad de reparación de la culpa, murió otra vez plácidamente. Y comenzaron los milagros ya en aquella misma ocasión con un repique de campanas sin que nadie las tañera. Siguieron con castigos a alguien que no respetó al santo anillo y, según narran los cronistas de Chiusi conducidos por la fantasía, se multiplicaron sin cesar en lo sucesivo.
La fama de los milagros despertó las rivalidades. Y a mediados del siglo XIV, con la excusa de que la iglesia de Santa Mustiola, extramuros y regida por canónigos regulares, resultaba insegura para tal tesoro, la reliquia se depositó en la catedral. Fue una decisión de la autoridad civil y los pleitos que siguieron entre los canónigos de ambas iglesias condujeron a que el obispo de Chiusi decidiera que el anillo fuera depositado en una iglesia neutral: la urbana de los pobres franciscanos conventuales.
Allí estaba, cuando se hizo presente otro de los elementos habituales en la historia y en el tráfico de las reliquias: el hurto sacro, revestido casi siempre con ropajes de intervenciones sobrenaturales para justificar la nueva propiedad. Lo cierto fue que uno de los frailes del convento de San Francisco, se dijo que llamado fray Winter, de Maguncia, sustrajo la reliquia. Lo que ya no es tan seguro si, tal y como confesaría el fraile, la robó con el objetivo de llevarla a su tierra alemana o, comprado por las autoridades perusinas que se lo pagaron con generosidad, llana y sencillamente para entregar el tesoro a la ciudad de Perugia.
La justificación se fabricaría por parte de la ciudad con la tradición de que cuando el fraile ladrón se encaminaba hacia Alemania, justo allí, junto a Perugia, le sorprendió una niebla tan densa y tan duradera, que le impidió continuar y se vio obligado a entregar la preciosa prenda al gobierno urbano de la ciudad. Por supuesto, el común de Perugia lo acogió gozosamente y lo encerró en un arca fortísimo y con muchas llaves. Y se depositó en la catedral de San Lorenzo.
Como era de esperar, las dos ciudades se enzarzaron en una guerra que no se limitaba a la confrontación legal sino que llegaba también a expresiones más violentas.
Sixto IV, a quien recurrieron desde Chiusi, decidió contra Perugia; pero el sucesor, Inocencio VIII, que necesitaba ganarse el favor de la ciudad, dirimió el conflicto a favor de Perugia. Para celebrarlo, en 1487 predicó el franciscano fray Bernardino de Feltre. Fueron tan arrebatadas y fundadas sus palabras, que animó a las autoridades a honrar la milagrosa reliquia con la edificación de una capilla dedicada al santo anillo y a fundar lo que sería el alma alentadora del culto y de la veneración: la Cofradía del Santo Anillo. Capilla propia en la catedral, cofradía responsable, interés del municipio, todo ello ha influido de manera decisiva en la devoción a una reliquia simpática, no cabe duda.
Por lo que se refiere a los milagros, las crónicas y los escritos apologéticos dan buena cuenta tanto de los prodigios atribuidos a la mediación de la reliquia como a su fama de proteger a las esposas embarazadas, a las familias en cualquier necesidad. Favores que podrían obtener no sólo a los peregrinos a su capilla sino también quienes disfrutasen de alguna copia (que solía ser también de piedra) del santo anillo de Perugia.
La veracidad de la reliquia sería cuestionada por los críticos desde que en el siglo XVII la historiografía se hiciera más rigurosa y aventurase los criterios de autenticidad característicos de los ilustrados del siglo XVIII. Con este motivo, el cardenal Lambertini esgrime un principio muy válido de hermenéutica historiográfica: “en estas cosas no hay que reclamar más que la probabilidad ni de este anillo hay que aseverar nada de manera firmísima sino, y solamente, creer piadosamente lo que es tradición”. La crítica sensata llegaría precisamente de este papa ilustrado. Al tratar de las fiestas marianas, concretamente y en primer lugar de la de los Desposorios de la Virgen con san José, termina hablando de la reliquia del santo anillo. Alude a los que la atacan y también a los excesivamente crédulos, y manifiesta su punto de vista:
“Pero nosotros, con la debida veneración hacia esta reliquia, advertimos con la mejor voluntad a quienes lean esas cosas que no se crean que por las actas de Sixto IV y de Inocencio VIII la Sede Apostólica ha juzgado como genuino este anillo santo. Porque ambos pontífices trataban solamente de si el anillo sagrado debía adjudicarse al pueblo de Chiusi o al de Perugia; y a pesar de que en aquel juicio se presumía la verdad del anillo, ¿quién hay que ignore que una cosa es presumir y otra el definir y declarar?”
La devoción y la leyenda, de artes como el teatro, o del turismo, han popularizado esta reliquia, mimada por la ciudad que la posee. Por si fuera poco, la iconografía, concretamente la pintura, ha sido otro factor de propaganda del santo anillo. Nos referimos al cuadro de los Desposorios, la tabla encargada por los magistrados y oligarquías urbanas de Perugia nada más recibir el refrendo pontificio de la reliquia en su posesión (1486).
Después de avatares diversos, fue el maestro Perugino quien lo pintó, y en la capilla del santo anillo permanecería desde 1504 hasta que los franceses en 1797 lo expoliaran y lo llevaran a Francia (hoy se encuentra el cuadro en Caen). Tanto los Desposorios de Perugino como los coetáneos de su discípulo Rafael de Urbino, sitúan en el centro de la escena nupcial la entrega del anillo de José a María.
Fuente: catholic.net
+ SOBRE LOS DESPOSORIOS DE JOSÉ Y MARÍA
Francia
Dos monasterios benedictinos poseían sendas alianzas: el borgoñón de Semur-en-Auxois que, según la tradición, fue donado por el que fuera patrono o encomendero del monasterio, el conde Gérard del Rosellón, a mediados del siglo VIII. El otro, más tardío, pertenecía a la abadía de Anchin, y se contaba que había sido transportado por los cruzados y donado por benefactores civiles y eclesiásticos en el siglo XIII.
Ya en el siglo XIV y comienzos del XV se veneraba en Notre Dame de Paris el par de anillos que se creía haber intercambiado los santos esposos en su boda. La fuente principal que lo transmite es, nada menos, Jean Gerson, que esgrime en prosa y verso esta prenda para afianzar su constante petición de una fiesta con misa y oficio de los desposorios de José y María. Lo suplicaba al poderoso e influyente duque de Berry en 1413 poniéndole de relieve el gran servicio que prestaría estableciendo la fiesta (que habría que colocar en tiempo litúrgico de Navidad) del “virginal matrimonio de San José y Nuestra Señora y el rezo del oficio” que él mismo había compuesto, y, además, todo ello en la iglesia de Notre Dame de Paris, “donde están los anillos del desposorio de la Virgen”.
El anillo de Perugia, Italia
Pero ninguno de los anillos franceses pudo competir con el que se conserva aún y se venera en la capilla de la catedral de San Lorenzo de Perugia. Puede decirse, incluso, que es la reliquia josefina por excelencia, la más enriquecida de gracias espirituales, con indulgencias; la más rica también en leyendas y en bibliografía, desde la más crédula a la más crítica y rigurosa.
No se conocen los orígenes del santo anillo, lo que sitúa la reliquia en el ámbito de la leyenda, que explica la llegada del santo anillo a Chiusi, su primera localización, en el siglo III gracias a la mártir santa Mustiola, patrona de Chiusi y que había recibido el santo obsequio de su marido, también mártir.
La otra versión habla de la presencia de la reliquia nupcial en Chiusi a principios del siglo XI. Un joyero local, Rainerio o Ainero, la había recibido en Roma de un judío, con el ruego de que la venerase como merecía, condición que no cumplió Rainerio con aquella joya, que dejó semiolvidada en la iglesia de Santa Mustiola.
Hasta que a eso de los diez años, el hijo de Rainerio murió y fue conducido a la iglesia de Santa Mustiola. Allí, estando en el túmulo, resucitó para reprochar públicamente al padre su pecado de descuido, y, tras haber recibido la seguridad de reparación de la culpa, murió otra vez plácidamente. Y comenzaron los milagros ya en aquella misma ocasión con un repique de campanas sin que nadie las tañera. Siguieron con castigos a alguien que no respetó al santo anillo y, según narran los cronistas de Chiusi conducidos por la fantasía, se multiplicaron sin cesar en lo sucesivo.
La fama de los milagros despertó las rivalidades. Y a mediados del siglo XIV, con la excusa de que la iglesia de Santa Mustiola, extramuros y regida por canónigos regulares, resultaba insegura para tal tesoro, la reliquia se depositó en la catedral. Fue una decisión de la autoridad civil y los pleitos que siguieron entre los canónigos de ambas iglesias condujeron a que el obispo de Chiusi decidiera que el anillo fuera depositado en una iglesia neutral: la urbana de los pobres franciscanos conventuales.
Allí estaba, cuando se hizo presente otro de los elementos habituales en la historia y en el tráfico de las reliquias: el hurto sacro, revestido casi siempre con ropajes de intervenciones sobrenaturales para justificar la nueva propiedad. Lo cierto fue que uno de los frailes del convento de San Francisco, se dijo que llamado fray Winter, de Maguncia, sustrajo la reliquia. Lo que ya no es tan seguro si, tal y como confesaría el fraile, la robó con el objetivo de llevarla a su tierra alemana o, comprado por las autoridades perusinas que se lo pagaron con generosidad, llana y sencillamente para entregar el tesoro a la ciudad de Perugia.
La justificación se fabricaría por parte de la ciudad con la tradición de que cuando el fraile ladrón se encaminaba hacia Alemania, justo allí, junto a Perugia, le sorprendió una niebla tan densa y tan duradera, que le impidió continuar y se vio obligado a entregar la preciosa prenda al gobierno urbano de la ciudad. Por supuesto, el común de Perugia lo acogió gozosamente y lo encerró en un arca fortísimo y con muchas llaves. Y se depositó en la catedral de San Lorenzo.
Como era de esperar, las dos ciudades se enzarzaron en una guerra que no se limitaba a la confrontación legal sino que llegaba también a expresiones más violentas.
Sixto IV, a quien recurrieron desde Chiusi, decidió contra Perugia; pero el sucesor, Inocencio VIII, que necesitaba ganarse el favor de la ciudad, dirimió el conflicto a favor de Perugia. Para celebrarlo, en 1487 predicó el franciscano fray Bernardino de Feltre. Fueron tan arrebatadas y fundadas sus palabras, que animó a las autoridades a honrar la milagrosa reliquia con la edificación de una capilla dedicada al santo anillo y a fundar lo que sería el alma alentadora del culto y de la veneración: la Cofradía del Santo Anillo. Capilla propia en la catedral, cofradía responsable, interés del municipio, todo ello ha influido de manera decisiva en la devoción a una reliquia simpática, no cabe duda.
Por lo que se refiere a los milagros, las crónicas y los escritos apologéticos dan buena cuenta tanto de los prodigios atribuidos a la mediación de la reliquia como a su fama de proteger a las esposas embarazadas, a las familias en cualquier necesidad. Favores que podrían obtener no sólo a los peregrinos a su capilla sino también quienes disfrutasen de alguna copia (que solía ser también de piedra) del santo anillo de Perugia.
La veracidad de la reliquia sería cuestionada por los críticos desde que en el siglo XVII la historiografía se hiciera más rigurosa y aventurase los criterios de autenticidad característicos de los ilustrados del siglo XVIII. Con este motivo, el cardenal Lambertini esgrime un principio muy válido de hermenéutica historiográfica: “en estas cosas no hay que reclamar más que la probabilidad ni de este anillo hay que aseverar nada de manera firmísima sino, y solamente, creer piadosamente lo que es tradición”. La crítica sensata llegaría precisamente de este papa ilustrado. Al tratar de las fiestas marianas, concretamente y en primer lugar de la de los Desposorios de la Virgen con san José, termina hablando de la reliquia del santo anillo. Alude a los que la atacan y también a los excesivamente crédulos, y manifiesta su punto de vista:
“Pero nosotros, con la debida veneración hacia esta reliquia, advertimos con la mejor voluntad a quienes lean esas cosas que no se crean que por las actas de Sixto IV y de Inocencio VIII la Sede Apostólica ha juzgado como genuino este anillo santo. Porque ambos pontífices trataban solamente de si el anillo sagrado debía adjudicarse al pueblo de Chiusi o al de Perugia; y a pesar de que en aquel juicio se presumía la verdad del anillo, ¿quién hay que ignore que una cosa es presumir y otra el definir y declarar?”
La devoción y la leyenda, de artes como el teatro, o del turismo, han popularizado esta reliquia, mimada por la ciudad que la posee. Por si fuera poco, la iconografía, concretamente la pintura, ha sido otro factor de propaganda del santo anillo. Nos referimos al cuadro de los Desposorios, la tabla encargada por los magistrados y oligarquías urbanas de Perugia nada más recibir el refrendo pontificio de la reliquia en su posesión (1486).
Los desposorios de José y María
por Pietro Perugino
Después de avatares diversos, fue el maestro Perugino quien lo pintó, y en la capilla del santo anillo permanecería desde 1504 hasta que los franceses en 1797 lo expoliaran y lo llevaran a Francia (hoy se encuentra el cuadro en Caen). Tanto los Desposorios de Perugino como los coetáneos de su discípulo Rafael de Urbino, sitúan en el centro de la escena nupcial la entrega del anillo de José a María.
Fuente: catholic.net
+ SOBRE LOS DESPOSORIOS DE JOSÉ Y MARÍA
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