sábado, 5 de noviembre de 2022

Sobre la vida eterna y otros asuntos más terrenales, por Julio González, SF

2 Macabeos 7,1-2.9-14
Comentario de Julio González SF:


Las lecturas de este domingo ponen de manifiesto como nuestra fe condiciona nuestra oración y las decisiones que tomamos aquí y ahora, sobre todo en los momentos más importantes.

Algunos comentaristas se inspiran en estas lecturas para hablarnos de la vida eterna. Otros para mostrarnos una manera de vivir, unas creencias, con sus correspondientes desafíos y conflictos. Ambas perspectivas están llamadas a complementarse.

La vida presente no merece vivirse de cualquier manera y pagando el precio que sea. Es cierto que esta vida de ahora no es ni definitiva ni eterna, sino pasajera y perecedera, pero no por esto es menos digna de vivirse con pasión, con generosidad, a contracorriente cuando sea necesario. La vida presente, no solo la eterna, es un don que hemos recibido de Dios; por eso, porque no nos pertenece, estamos llamados a vivir dándonos, ofreciéndonos, compartiéndonos. Algunos lo llaman morir a nosotros mismos, a nuestro ego, orgullo, ambiciones y vanidades.

La exaltación de la vida eterna ha dado lugar a veces al menosprecio de la vida terrenal. Algunos creyentes optan por acabar con su vida presente y con las vidas de otros para acceder a la vida eterna más rápido y purificados. Esta creencia no es cristiana. Para el cristiano, el sacrificio de su vida no consiste en negar la vida presente y, de paso, las vidas de otros, sino en reivindicarlas en su verdadero valor; por esto, el cristiano no muere a sí mismo para negar (matar) a otros sino para que a través de él otros tengan vida. En esto consiste el sacrificio de Jesús y de sus discípulos.

La vida eterna ha sido utilizada por algunos para proteger sus privilegios. La pregunta que le hacen a Jesús escondía un gran conflicto. El diálogo entre Jesús y los saduceos reproduce un conflicto social que tiene que ver no sólo con la vida eterna sino principalmente con el honor del marido. La mujer era considerada una "posesión" del esposo; pues bien, si esta mujer había ido pasando de un hermano a otro, quien será su señor en la vida eterna? Este no era un asunto de poca importancia en aquella sociedad patriarcal.

La respuesta de Jesús ha sido malinterpretada por algunos. Algunos comentaristas han restado importancia al matrimonio porque en la vida eterna los esposos, dice Jesús, serán como ángeles; por esto, se ha valorado la castidad consagrada como un modelo de vida superior al matrimonio. Sin embargo, la Biblia nos dice que Dios creó al hombre y a la mujer para que estuvieran juntos y su amor diera fruto.

Uno de mis textos favoritos para meditar sobre la promesa de la vida eterna es: "Sed uno como el Padre y Yo somos uno." Esta unidad no está bajo el control de una autoridad que lo domina todo (como era la autoridad patriarcal) sino que es uno de los dones del amor. Este amor es el que nosotros estamos llamados a encarnar en la vida presente, a través de una vida de servicio y sacrificio, no de posesión y control.


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