martes, 12 de julio de 2022

Isaías 51,1-23: Palabras de consuelo a Jerusalén

Palabras de consuelo a Jerusalén

1 Escúchenme, los que van tras la justicia, los que buscan al Señor: 
   Miren la roca de la que fueron tallados, la cantera de donde los extrajeron; 
2 miren a Abrahán, su padre; a Sara, que los dio a luz: cuando lo llamé, 
   era uno, pero lo bendije y lo multipliqué. 
3 El Señor consuela a Sión, consuela a sus ruinas: convertirá su desierto en un edén, 
   su arenal en paraíso del Señor; allí habrá gozo y alegría,
   con acción de gracias al son de instrumentos.
4 Hazme caso, pueblo mío; nación mía, dame oído; porque de mí sale la ley, 
   mi mandato es la luz de los pueblos. 
5 En un momento haré llegar mi victoria, amanecerá como el día mi salvación, 
   mi brazo gobernará los pueblos: me están aguardando las islas, ponen su esperanza en mi brazo. 
6 Levanten los ojos al cielo, Miren abajo, a la tierra: el cielo se disipa como humo, 
   la tierra se gasta como ropa, sus habitantes mueren como mosquitos; 
   pero mi salvación dura por siempre, mi victoria no tendrá fin.
7 Escúchenme los entendidos en derecho, el pueblo que lleva mi ley en el corazón: 
   no teman la afrenta de los hombres, no desmayen por sus ultrajes: 
8 Porque la polilla los roerá como a la ropa, como los gusanos roen la lana; 
   pero mi victoria dura por siempre, mi salvación de edad en edad.
9 ¡Despierta, despierta; revístete de fuerza, brazo del Señor; despierta como en los días antiguos, 
   como en las generaciones pasadas! ¿No eres tú quien destrozó al monstruo y traspasó al dragón? 
10 ¿No eres tú quien secó el mar y las aguas del Gran Océano; 
     el que hizo un camino por el fondo del mar para que pasaran los redimidos? 
11 Los rescatados del Señor volverán: vendrán a Sión con cánticos, en cabeza alegría perpetua, 
     siguiéndolos gozo y alegría, pena y aflicción se alejarán. 
12 Yo, yo soy tu consolador. ¿Quién eres tú para temer a un mortal, 
     a un hombre que será como hierba? 
13 Olvidaste al Señor que te hizo, que desplegó el cielo y cimentó la tierra. 
     Y temías sin cesar, todo el día, la furia del opresor, cuando se disponía a destruir. 
     ¿Dónde ha quedado la furia del opresor? 
14 Se suelta a toda prisa el preso encorvado, no morirá en el calabozo ni le faltará el pan.
15 Yo, el Señor, tu Dios, agito el mar, y rugen sus olas: mi Nombre es Señor Todopoderoso. 
16 Puse en tu boca mi Palabra, te cubrí con la sombra de mi mano; extiendo el cielo, cimento la tierra, 
     y digo a Sión: Mi pueblo eres tú. 
17 ¡Despiértate, despiértate, levántate, Jerusalén!, que bebiste de la mano del Señor la copa de su ira, 
     y bebiste hasta el fondo una copa, un cáliz embriagador. 
18 Entre los hijos que engendró, no hay quien la guíe; entre los hijos que crió, 
     no hay quien la lleve de la mano:
19 esos dos males te han sucedido, ¿quién te compadece?; ruina y destrucción, hambre y espada, 
     ¿quién te consuela? 
20 Tus hijos yacen desfallecidos en las encrucijadas, como antílope en la red, 
     repletos de la ira del Señor, del reproche de tu Dios.
21 Por tanto, escúchalo, desgraciada; borracha y no de vino. 
22 Así dice el Señor, tu Dios, defensor de su pueblo: Mira, yo quito de tu mano la copa del vértigo, 
     no volverás a beber del cuenco de mi ira; 
23 lo pondré en la mano de tus verdugos, que te decían: Dobla el cuello, que pasemos encima; 
     y presentaste la espalda como suelo, como calle para los transeúntes.

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