viernes, 21 de octubre de 2011

"Si abusais del pobre, el clamara a mi y yo lo escuchare", por Mons. Francisco Gonzalez, S.F.

Estamos en el trigésimo domingo del Tiempo Ordinario. La primera lectura nos presenta unas leyes que se dan a la comunidad. Según los escrituristas son parte del llamado "Código de la Alianza" y con ellas Dios trata de recordar al pueblo cómo debe comportarse, especialmente en lo que se refiere a los extranjeros/inmigrantes y a los que carecen de amigos que les protejan. También les recuerda que no se puede ser usurero ni abusar de los que por circunstancias de la vida están bajo la merced de otros.

Jesús nos dice que no vino a abolir la ley, sino a perfeccionarla. Siendo eso verdad, ¿cómo puede gran parte de la sociedad del primer mundo justificar el pecado de la xenofobia y del racismo? ¿por qué se dan tantos casos donde el famoso dicho de la igualdad ante la ley es en realidad la gran desigualdad entre los que tienen y los que no tienen? ¿por qué en tantos ámbitos de nuestra sociedad, incluso en ambientes religiosos, seguimos inclinándonos ante "el poderoso caballero don dinero"?

Aunque Dios nos ama a todos sin medida, parece ser que es un tanto parcial en lo que se refiere a escuchar, según esta primera lectura: "Si maltratáis a los extranjeros, viudas y huérfanos, ellos clamarán a mí y yo los escucharé… Si abusáis del pobre, él clamará a mí, y yo le escucharé".

Pasemos al evangelio. Seiscientos trece mandamientos son muchos mandamientos. El judaísmo los dividía en 365 mandamientos negativos y 248 positivos. Un maestro de la Ley pregunta a Jesús: "De todos esos 613 mandamientos ¿cuál es el principal?"

La respuesta de Jesús, me imagino que se la sabían todos: "Amar a Dios sobre todas las cosas y con todas nuestras potencias". Estoy seguro también de que no esperaban lo que Jesús añadió: "Pero hay otro semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo". Y todavía fue más lejos, pues les aseguró que todos los mandatos y prohibiciones, que todo lo enseñado por los profetas estaba fundamentado en estos DOS mandamientos que no se podían separar, o cumplían los dos o no cumplían ninguno.

Algunos afirman que nuestra espiritualidad tiene dos direcciones, una vertical, o sea, hacia Dios y la otra horizontal, o sea, hacia los hermanos y hermanas. Yo me atrevería a decir que hay una sola dirección, la del amor.

El amor está en el centro de toda nuestra vida, si la queremos llamar vida. Toda actividad, y de una forma especial en la Iglesia, tiene que estar motivada por el amor a Dios y al prójimo, ya sea el culto, la evangelización, los programas educacionales y sociales, la construcción de edificios, el uso de la técnica moderna, todo de acuerdo con el amor, de lo contrario hasta la justicia desaparece y entonces "ellos clamarán a mí, dice el Señor, y yo les escucharé porque soy compasivo".

Pablo (2º lectura) abre su corazón en esta carta, posiblemente el primer escrito del Nuevo Testamento. Aunque tiene el toque escatológico, la segunda venida de Cristo, les habla de la conversión que experimentaron, de la fidelidad a la Palabra que recibieron, del buen ejemplo que son para los demás, incluso en medio de las dificultades del ambiente y del rechazo de otras fuerzas religiosas. Hay mucho que aprender de esta comunidad de Tesalónica.

"Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza".

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