viernes, 17 de enero de 2020

17 de Enero: San Antonio, el grande, por Celestino Hueso SF


San Antonio nació el año catapún en Egipto, en el seno de una familia rica que pronto quedó reducida a él y su hermana pequeña de la que tuvo que cuidar a partir de los veinte años. Como era cristiano de los de verdad, además de hacer el bien a todo el mundo, iba a misa todos los domingos y fiestas de guardar.

Un día escuchó las palabras de Jesús al joven rico “Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, después sígueme” Al joven rico estas palabras de Cristo lo espantaron y salió escopeteado pero a nuestro santo le hicieron tilín y se fue ipso facto a vender todo lo que pilló y a darlo a los pobres.

A su hermana la colocó en una especie de convento de monjas de la época y él se retiró a una tumba abandonada para vivir como ermitaño. Más tarde se fue al desierto, desde donde acudía a las cárceles y a las minas para atender a los cristianos encerrados en ellas durante la persecución de Maximino.

Huyendo de la comodidad cambió su residencia al monte Cozum frente al mar Rojo, donde se convirtió en el padre de los cenobitas (monjes), pues muchos ermitaños se fueron a vivir cerca de él y Antonio aprovechó para organizarlos, darles unas normas de vida y dirigirlos por el camino del seguimiento de Cristo.

Dice la leyenda dorada que el demonio le declaró la guerra de manera descarada, de tal modo que, una vez se le presentó con la apariencia de la mujer más bella que se pueda imaginar, con poca ropa y menos vergüenza, Antonio le dio calabazas, además de darle con la escoba. El Tiñoso volvió a la carga, convertido esta vez, en un tiparraco de dos metros, más negro que un pecado mortal y más feo que Picio, pero a base de oración y penitencia lo hizo trasponer más allá de todas partes.

La tercera vez que recibió tan indeseable visita, no salió bien parado, porque el tío de los cuernos de cabra vino haciendo un ruido atroz y le dio tal paliza que lo dejó sin sentido. Antonio temió que Jesús le hubiera dejado sólo y fue a pedirle explicaciones “¿Dónde estabas, que el bicho ese casi me mata?” “Siempre a tu lado” fue la respuesta del Señor. Ante semejante valedor el demonio tuvo que retirarse para siempre con la cola entre las piernas.

Nuestro santo vivió más de cien años y la fama de sus milagros alcanzó a los hombres y a los animales que bendecía. De ahí la costumbre de bendecir los animales en este día y también que muchas familias antiguamente criaran un cerdo para repartir su carne a los pobres el día de San Antón. El chanchito a los pies del santo en muchas de sus imágenes tiene también este origen.

Yo llegué a conocer “el cochinillo de San Antón” recorriendo las calles de Villacarrillo con sus orejas cortadas. Se trataba de uno o varios cerdos que se soltaban por el pueblo y eran alimentados con las sobras que le echaban los vecinos. Su carne era repartida entre los más necesitados el 17 de Enero.
Si oís hablar de San Antón, San Antonio Abad, San Antonio del desierto, San Antonio egipcio o San Antonio, el grande, no os arméis líos. Se trata de la misma persona. Nuestro santo de hoy.

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