sábado, 30 de enero de 2016

DOMINGO DE LA 4 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo C, por Francisco González, S.F.

Jeremías 1,4-5.17-19
Salmo 70, Mi boca contará tu salvación, Señor
1 Corintios 12,31-13,13
Lucas 4,21-30

Jeremías 1,4-5.17-19

En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: "Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles. Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte." Oráculo del Señor.

Salmo 70: Mi boca contará tu salvación, Señor

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame.
R. Mi boca contará tu salvación, Señor

Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú,
Dios mío, líbrame de la mano perversa.
R. Mi boca contará tu salvación, Señor

Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías.
R. Mi boca contará tu salvación, Señor

Mi boca contará tu auxilio,
y todo el día tu salvación.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas.
R. Mi boca contará tu salvación, Señor

1 Corintios 12,31-13,13

Hermanos: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional. Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca. ¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará. Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero, cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño. Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce. En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.

Lucas 4,21-30

En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír." Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: "¿No es éste el hijo de José?" Y Jesús les dijo: "Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún." Y añadió: "Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, mas que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, mas que Naamán, el sirio." Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Comentario de Mons. Francisco González, S.F.

La primera lectura nos presenta el llamado del profeta Jeremías. Un extraordinario profeta, pues como todos es elegido por Dios con una misión: “Diles lo que yo te mando”. La lectura de hoy no nos presenta su resistencia al llamado, algo que manifestó inmediatamente después de recibir el mensaje. Dios le exige obediencia, al mismo tiempo que le promete su ayuda pues lo va a convertir “en plaza fuerte, columna de hierro, en muralla de bronce”. El Señor no lo quiere engañar y le anuncia las dificultades, pero también le señala su victoria, porque el Dios que le llama, será el Dios que lo librará de los enemigos.

Un pasaje de antes pero que nos viene como anillo al dedo en nuestros tiempos de evangelización, para cuando nos sintamos sitiados por el enemigo, y dudando de nuestras capacidades, que si nos creemos que esto es solo nuestro, ciertamente que fracasaremos, pero no será así si verdaderamente aceptamos la ayuda “del que nos llamó y prometió estar con nosotros en la misión”.

La segunda lectura de nos viene de Pablo, el apóstol nos recuerda la ética de nuestro comportamiento y el espíritu con que hemos de responder al llamado de Dios: el amor, o como lo denomina el autor de la carta a los Corintios: el camino mejor, ese amor desdoblado en amor a Dios y al prójimo, algo que no se puede separar.

Ya en la tercera lectura, o sea el santo evangelio, continuamos con el pasaje de la semana pasada. Todavía está Jesús en la sinagoga, todavía está hablando, pero lo que dice no es del agrado de todos, la verdad parece que no agradó a nadie, pues aunque quedaron maravillados en un principio de su palabras, resultaron demasiado para los asistentes.

Jesús era uno del pueblo, pueblo de poca monta, donde todos se conocen por nombre, y lo que es más, se creen conocer la vida de cada uno, y por eso parece que en situaciones semejantes hay tantos jueces como habitantes.

Todos conocen a Jesús, conocen su oficio, conocen a su familia, es simplemente uno de ellos, y ahora escuchan de su boca que es “el enviado” de Dios. ¡Hasta ahí, podíamos llegar, dirían algunos! Y en esa línea, como Él mismo indica, quisiera verle hacer esas cosas maravillosas que han oído decir ha hecho en Cafarnaún, y otros lugares.

El Maestro les recuerda que su corazón no está donde debe estar, que no están en la onda de Dios, que solo quieren ver lo extraordinario, en vez de cambiar de vida. Y así cuando les recuerda el hecho de que “ningún profeta es bien recibido en su tierra natal”, y les recuerda el hecho de la viuda de Sarepta y de Naamán el leproso. Ninguno de ellos miembro del pueblo elegido, y sin embargo recibieron el favor de Dios, la primera comida para su sustento y el segundo la sanación de su enfermedad.

Algunos pensaron que ya no se podía escuchar o tolerar tanta desfachatez, y alborotando a toda la congregación, todos a una agarraron a Jesús, lo empujaron fuera del pueblo, con la intención de despeñarlo.

¡Pobres profetas! Nos vienen con la misión que se les ha encomendado de lo Alto, vienen para corregirnos como médico que nos aconseja para conseguir o recuperar la salud, nos anuncian que esa salud/salvación es posible si aceptamos el mensaje, lo cual exige cambio radical, claro está, pero preferimos deshacernos del profeta/médico, despeñarlo por el terraplén, sofocar su palabra y seguir en las nuestras, en nuestro lodo.

A pesar del griterío en Nazaret, de los empujones de unos y otros, de los gritos, insultos y amenazas de los jefecillos, “Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó de ellos”, y es que lo mismo que Dios prometió al profeta Jeremías que “estaría con él para librarle”, así lo mismo hizo que Jesús, pues todavía no había llegado la hora, hora que señala Dios y no los hombres.

En muchas de nuestras reuniones solemos reservar un momento para rezar por las vocaciones, y creo que está dando resultados. Se nota un aumento en las vocaciones sacerdotales, diaconado permanente y vida consagrada. Tal vez deberíamos añadir alguna petición por los profetas, que libres de toda atadura proclaman la misión que Dios les ha confiado, aunque en el proceso sean criticados, juzgados, sentenciados y a veces ajusticiados, siendo ellos los que nos anuncian, en imitación de Cristo, quien nos lleva hacia la vida eterna.

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