lunes, 28 de agosto de 2023

Agosto 28: SAN AGUSTÍN DE HIPONA (354-430)


Los primeros años

Agustín nació en Tagaste el 13 de noviembre de 354. La familia de Agustín no era rica pero sí respetable. El padre, Patricio, era pagano. Mónica consiguió que recibiera la gracia del bautismo y una muerte santa alrededor del año 371.

Agustín tuvo una educación cristiana. Mónica lo inscribió entre los catecúmenos. Una vez, estando muy enfermo, pidió el bautismo pero cuando el peligro pasó declinó el sacramento siguiendo la costumbre de la época.

Estudios en Tagaste, Madaura y Cartago

Patricio, orgulloso del éxito de Agustín en las escuelas de Tagaste y Madaura, lo envió a Cartago para continuar estudios. Cuando llegó a Cartago a finales del 370, Agustín fue seducido por el libertinaje de otros estudiantes, la gran ciudad, los teatros y su éxito literario.

Otro estilo de vida

Agustín confesó a Mónica que mantenía una relación con la mujer que dio a luz a su hijo (372). En su debilidad moral, Agustín conservaba cierta dignidad y sentía remordimientos. Desde los diecienueve años tuvo el deseo de romper con aquel estilo de vida.

En 373, una nueva inclinación se manifestó en su vida: leyendo el "Hortensio" se sintió inspirado por la sabiduría que Cicerón elogia en su obra. A partir de entonces, Agustín consideró la retórica como una profesión y la filosofía, léase "sabiduría", como una meta de su vida.

Maniqueo

Agustín y su amigo Honorato se hicieron maniqueos en 373, seducidos por las promesas de una filosofía libre, sin ataduras a la fe, y porque los maniqueos decían haber descubierto contradicciones en la Sagrada Escritura. El maniqueísmo había sido introducido en África por el persa Mani (215-276).

A Agustín le entusiasmaban las ciencias naturales y los maniqueos decían que la naturaleza no tenía secretos para su obispo, Fausto. Además, el problema del mal era una gran incógnita y al no poder resolverlo Agustín reconoció dos principios opuestos. Adicionalmente, tenía el encanto de la irresponsabilidad moral porque el maniqueísmo negaba el libre albedrío y atribuía el pecado a un principio ajeno.

Agustín leyó los libros de la secta y adoptó sus opiniones. Su proselitismo llevó al error a su amigo Alipio y a Romaniano, el amigo de su padre que pagaba los gastos de Agustín.

Profesor en Tagaste

Al finalizar sus estudios, Agustín regresó a Tagaste a enseñar gramática. Convencía a sus alumnos y uno de ellos, Alipio, lo siguió en el error. Después recibiría con Agustín el bautismo en Milán y llegaría a ser obispo de Tagaste, su ciudad natal.

Profesor en Cartago y desvinculación del maniqueísmo

Agustín se fue a Cartago donde continuó enseñando retórica. Aquí su intelecto resplandeció aún más. Ganó un concurso poético y el procónsul Vindiciano le confirió la "corona agonística".

Por su parte, Mónica deploraba la herejía de Agustín y no lo habría aceptado en su casa si no hubiera sido por el consejo del obispo san Ambrosio quien declaró que "el hijo de tantas lágrimas no puede perecer".

A finalizar su primera obra sobre estética empezó a debilitarse su maniqueísmo. Las enseñanzas de Mani no eran lo que pretendían los maniqueos. Agustín siempre permaneció en la secta como "oyente", el grado más bajo de la jerarquía.

Agustín explica su desencanto: destruyen todo y no construyen nada, sus argumentos son flojos cuando debaten con los católicos. Sobre las Escrituras la única respuesta que tienen es "han sido falsificadas". No conocen la naturaleza ni su funcionamiento. Cuando hacía preguntas sobre los movimientos de las estrellas nadie sabía contestarle. "Espera a Fausto", le decían, "él te lo explicará todo". Por fin, Fausto de Mileve, el obispo maniqueo llegó a Cartago. Agustín fue a visitarlo y se encontró con el retórico vulgar e ignorante de sabiduría científica. La ilusión había durado nueve años.

Encuentro con san Ambrosio de Milán

Agustín sentía atracción por Italia. Como su madre sospechaba su partida y estaba determinada a no separarse de él, se embarcó a escondidas por la noche. Tiene veintinueve años (383).

En Roma abrió una escuela de retórica pero disgustado por las argucias de los alumnos, que le engañaban descaradamente con los honorarios de las clases, solicitó una cátedra vacante en Milán. Cuando visitó al obispo Ambrosio se sintió cautivado por la amabilidad del santo y comenzó a asistir a sus prédicas.

Últimas crisis antes de la conversión

Antes de abrazar la fe Agustín sufrió una lucha de tres años. Primero se inclinó hacia la filosofía de los académicos con su escepticismo pesimista. Después la filosofía neoplatónica. En Milán, apenas había leído algunas obras de Platón y de Plotinio cuando despertó a la esperanza de encontrar la verdad. Agustín soñaba que él y sus amigos dedicaban la vida a su búsqueda, ajenos a los honores, las riquezas y el placer, acatando el celibato como regla (Confesiones, VI). Era tan solo un sueño porque todavía era esclavo de sus pasiones.

Mónica, que se había reunido con su hijo en Milán, le convenció para que se casara pero la prometida en matrimonio era demasiado joven. Agustín se había separado de la madre de su hijo Adeodato, pero otra ocupó el puesto. Así fue como atravesó un último período de lucha y angustia. Finalmente, la lectura de las Sagradas Escrituras le convenció de que Jesucristo era el único camino a la verdad y a la salvación.

Una entrevista con Simpliciano, futuro sucesor de san Ambrosio, en la que contó a Agustín la conversión del famoso retórico neoplatónico Victorino (Confesiones, VIII.1, VIII.2), abrió el camino para el golpe de gracia. A la edad de treinta y tres años Agustín había llegado al final de su peregrinación moral y de fe (septiembre de 386).

En la soledad de Casiciaco: "Los Diálogos"

Agustín renunció a su cátedra y marchó con Mónica, Adeodato y sus amigos a Casicíaco, la propiedad campestre de Verecundo. Allí se dedicó a la búsqueda de la verdadera filosofía que para él era inseparable del cristianismo.

Estaba familiarizando con la doctrina cristiana y la fusión de la filosofía platónica con los dogmas revelados iba solidificando en su mente. La soledad en Casicíaco hizo realidad su sueño. En su libro "Contra los académicos", Agustín describe la serenidad ideal de Casiciaco que estimula la pasión por la verdad.

Completó la enseñanza de sus amigos con lecturas literarias y conferencias fisosóficas que fueron recopiladas por un secretario y son la base de los "Diálogos".

Licencio recuerda en sus "Cartas" las mañanas y atardeceres filosóficos en los que los temas de las conferencias eran la verdad, la certeza, la verdadera felicidad en la filosofía (De la vida feliz), el orden de la Providencia en el mundo y el problema del mal (De Ordine) y, por último, Dios y el alma (Soliloquios, Acerca de la inmortalidad del alma).

Los "Diálogos" (Casiciaco 286) es una obra filosófica de juventud (Confesiones, IX.4) que contiene la historia de su formación cristiana. El objeto de su filosofía es respaldar la autoridad con la razón y, para Agustín, la gran autoridad es de Cristo. Si Agustín es platónico se debe a que encuentra en ellos interpretaciones que están en armonía con su fe (Contra los académicos, III, c. X). Esta confianza era excesiva pero quien habla en los "Diálogos" ciertamente es cristiano, no platónico.

Agustín nos cuenta los detalles de su conversión, el argumento que lo convenció (la vida y conquistas de los Apóstoles), su progreso en la escuela de san Pablo (ibid., II,II), las conferencias con sus amigos sobre la divinidad de Jesucristo, la conversión que la fe obró en su alma derrotando el orgullo intelectual que los estudios platónicos habían despertado en él (De la vida feliz), la calma gradual de sus pasiones y la resolución de elegir la sabiduría como única compañera (Soliloquios, I, X).

Se puede apreciar la influencia del neoplatonismo en Agustín. Al buscar la armonía entre las dos doctrinas creyó encontrar el cristianismo en Platón o el platonismo en el Evangelio. En sus "Retractaciones", Agustín reconoce que no siempre ha podido evitar este peligro. Así, imaginó haber descubierto en el platonismo la doctrina completa del Verbo y el prólogo entero de San Juan. Sin embargo, desmintió muchas teorías neoplatónicas que al principio lo habían conducido al error. Agustín reprocha a los platónicos que rechacen los puntos fundamentales del cristianismo: "El gran misterio, el la Encarnación del Verbo y el amor humilde". También ignoran la gracia, dice, dando sublimes preceptos de moralidad sin ninguna ayuda para alcanzarlos.

Bautismo

Agustín anhelaba recibir con el bautismo la gracia divina. En el año 387, al principio de la Cuaresma fue a Milán y con Adeodato y Alipio ocupó su lugar entre los "competentes". Ambrosio lo bautizó el día de Pascua Florida.

Agustín, Alipio y Evodio decidieron retirarse a África. Agustín permaneció en Milán hasta el otoño continuando sus obras: "Acerca de la inmortalidad del alma" y "Acerca de la música".

Muerte de Mónica



En el otoño de 387 iba a embarcarse en Ostia cuando Mónica falleció. En las Confesiones, IX, Agustín nos habla de aquel momento descubriéndonos las interioridades de su alma.

De vuelta a África con el ideal de una vida perfecta

Agustín permaneció en Roma varios meses refutando el maniqueísmo. En agosto del 388 partió hacia África y después de una breve estancia en Cartago regresó a Tagaste. Allí vendió sus bienes y regaló las ganancias a los pobres.

Agustín y sus amigos se retiraron a sus tierras, que ya no le pertenecían, para llevar una vida en común de pobreza, oración y estudio de las Escrituras. El libro de las "LXXXIII cuestiones" es el fruto de las conferencias celebradas en este retiro, en el que también escribió "De Genesi contra Manichaeos", "De Magistro", y "De Vera Religione."

Sacerdote

Agustín no pensó en ordenarse sacerdote pero mientras oraba en una iglesia en Hippo Regius la gente se congregó a su alrededor aclamándole y rogando al obispo, Valerio, que lo ordenase sacerdote.
Agustín fue ordenado sacerdote en 391 pero volvió a su vida religiosa en Tagaste. Valerio le apoyó poniendo una propiedad eclesiástica a su disposición y permitiendo que estableciera un monasterio. También le pidió que predicara, a pesar de que en África este ministerio estaba reservado a los obispos. Agustín combatió la herejía, especialmente el maniqueísmo con gran éxito. También abolió el abuso de celebrar banquetes en las capillas de los mártires.

El 8 de octubre del año 393 tomó parte en el Concilio Plenario de África, presidido por san Aurelio, obispo de Cartago, y a petición de los obispos dio un discurso que, en su forma completa, sería el tratado de "De Fide et symbolo."

Obispo de Hipona

Valerio, obispo de Hipona, debilitado por la vejez, obtuvo la autorización de san Aurelio, primado de África, para asociar a Agustín como coadjutor. Agustín se resignó a que Megalio, primado de Numidia, lo consagrara obispo. Tenía cuarenta y dos años y ocupó la sede de Hipona durante treinta y cuatro.

Agustín combinó sus deberes pastorales con las austeridades de la vida religiosa. Transformó su residencia episcopal en monasterio, viviendo en comunidad con sus clérigos quienes se comprometieron a observar la pobreza religiosa.

La casa episcopal de Hipona formó a los fundadores de los monasterios que se extendieron por toda África y a los obispos que ocuparon las sedes vecinas. San Posidio (Vita S. August., XXII) enumera diez amigos de Agustín y discípulos que fueron promovidos al episcopado. Agustín ganó el título de patriarca de los religiosos y renovador de la vida del clero en África.

Agustín predicaba con frecuencia y escribió cartas que divulgaron sus soluciones a los problemas de la época. También influyó con sus enseñanzas en los concilios africanos a los que asistió: Cartago en 398, 401, 407, 419 y Mileve en 416 y 418.

Controversia maniquea y el problema del mal

Al ser consagrado obispo, el celo que Agustín había mostrado desde su bautismo en acercar a sus antiguos correligionarios a la verdadera Iglesia tomó una forma más paternal:

"Dejad que se encolericen contra nosotros
aquellos que desconocen cuán amargo
es el precio de obtener la verdad…
En cuanto a mí, os mostraría la misma indulgencia
que mis hermanos mostraron conmigo
cuando yo erraba ciego por vuestras doctrinas"
(Contra Epistolam Fundamenti, III).

Entre los acontecimientos más memorables ocurridos durante esta controversia está la victoria que en 404 obtuvo sobre Félix, un doctor de la secta. Félix propagaba sus errores en Hipona y Agustín le invitó a una conferencia pública. Al finalizar, Félix aceptó la derrota y abrazó la fe. Agustín refutó en sus escritos a Mani (397), al famoso Fausto (400), a Secundino (405), y (alrededor de 415) a los fatalistas priscilianistas.

En su pensamiento sobre el mal, Agustín proclama que la obra de Dios es buena y la fuente del mal moral es la libertad de las criaturas (De Civitate Dei, XIX.13.2). Defiende el libre albedrío, incluso en el hombre tal y como es. Sus obras contra los maniqueos son una reserva de argumentos en esta controversia todavía en debate.

Controversia donatista

Mientras en Oriente discutían sobre cristología y la divinidad del Verbo, en Occidente lo hacían sobre el pecado. El dilema era la santidad de la Iglesia; ¿Puede ser perdonado el pecador y dejar que continue siendo miembro de la Iglesia? En África, los debates eran sobre la santidad de la jerarquía. Los obispos de Numidia no habían aceptado la consagración de Ceciliano, obispo de Cartago, de manos de un "traditor" (cisma del 312).

Cuando Agustín llegó a Hipona, el cisma había alcanzado enormes proporciones y se mostraba en tendencias políticas. La Iglesia Africana siguió el ejemplo de Agustín. Al principio buscó restablecer la unidad por medio de conferencias. Inspiró varias medidas conciliadoras en los concilios de África y envió embajadores a los donatistas invitándolos a reintegrarse a la Iglesia o instándoles a enviar diputados a una conferencia (403).

Los donatistas primero respondieron con silencio, luego con insultos y después con violencia. Posidio, obispo de Calamet y amigo de Agustín, se vio forzado a huir. El obispo de Bagaïa fue agredido. Agustín sufrió atentados contra su vida (Carta 88 a Januario, el obispo donatista). Agustín aprobó entonces unas leyes duras aunque nunca deseó que la herejía se castigara con la muerte.

En junio de 411 tuvo lugar una conferencia en Cartago en presencia de 279 obispos donatistas y 286 católicos. Los portavoces de los donatistas eran Petiliano de Constantinopla, Primiano de Cartago y Emérito de Cesarea. Los oradores católicos eran Aurelio y Agustín. Agustín demostró la inocencia de Ceciliano y de su consagrante Félix. En el debate estableció la tesis católica de que la Iglesia terrenal puede, sin perder su santidad, tolerar bajo su palio a los pecadores a fin de convertirlos. El procónsul Marcelino, en nombre del emperador, sancionó la victoria de los católicos. El donatismo decayó y desapareció finalmente con la llegada de los vándalos.

Agustín desarrolló su teoría de la Iglesia tan amplia y magníficamente que merece que se le llame el "Doctor de la Iglesia" además de "Doctor de la Gracia". Möhler (Dogmatik, 351) escribió: "Desde los tiempos de san Pablo no se ha escrito nada sobre la Iglesia que tenga la profundidad y la fuerza de las obras de san Agustín".

Agustín corrigió y perfeccionó las páginas de San Cipriano de Cartago sobre la institución divina de la Iglesia, su autoridad, sus marcas esenciales y su misión en la distribución de la gracia y administración de los Sacramentos.

Controversia pelagiana

El final de la lucha contra los donatistas coincidió con los comienzos de una disputa teológica que mantuvo ocupado a Agustín hasta su muerte.

África, donde Pelagio y su discípulo Celestio habían buscando refugio después de la toma de Roma por Alarico fue el centro de los primeros desórdenes pelagianos. En 412 un concilio celebrado en Cartago condenó a los pelagianos por sus ataques a la doctrina del pecado original.

Agustín escribió en contra de ellos "De naturâ et gratia" y los concilios celebrados en Cartago y Mileve confirmaron la condena a estos innovadores cuyas tesis se habían impuesto en el sínodo de Diospolis (Palestina); condena que fue confirmada por el papa san Inocencio I (417).

Un segundo período de crisis pelagianas tuvo lugar en Roma. El papa san Zósimo, a quien Celestio había convencido hasta que Agustín tomó cartas en el asunto, condenó a los herejes en 418. A partir de entonces, Agustín contestó a Julián de Eclana, lider del partido pelagiano.

Hacia 426 entró en liza una escuela que se llamó semipelagiana. Sus primeros miembros eran monjes de Hadrumetum en África, a los que siguieron otros de Marsella, dirigidos por Casiano, el famoso abad de San Víctor. Éstos buscaron un punto medio entre Agustín y Pelagio. Defendían que la gracia se debe otorgar a aquellos que la merezcan y negarla a los demás; por lo tanto, la buena voluntad tiene precedencia, pues desea, pide y Dios recompensa. Agustín expuso en "De Prædestinatione Sanctorum" cómo incluso estos primeros deseos de salvación existen en nosotros debido a la gracia de Dios.

Contra el arrianismo

A los setenta y dos años de edad (426), queriendo ahorrar a su ciudad episcopal la agitación de una elección después de su muerte, hizo que tanto el pueblo como el clero aclamaran la elección del diácono Heraclio como auxiliar y sucesor suyo.

Pero Agustín no pudo descansar (427) por la agitación en Hipona debido a la revuelta del conde Bonifacio. Los ostrogodos, enviados por la emperadora Placidia contra Bonifacio y los vándalos, a quienes llamó después en su ayuda, eran arrianos. Maximino, obispo arriano, entró en Hipona con las tropas imperiales. Agustín defendió la fe en una conferencia pública (428) y en varios escritos. Apenado por la devastación de África se afanó por conseguir una reconciliación entre el conde Bonifacio y la emperatriz.

La paz fue imposible con Genseric, rey vándalo. Vencido Bonifacio, buscó refugio en Hipona donde muchos obispos habían huído en busca de protección. Hipona, bien fortificada, padeció dieciocho meses de asedio.

Agustín continuó refutando a Julián de Eclana pero cuando comenzó el asedio enfermó y al cabo de tres meses falleció el 28 de agosto de 430, en el año septuagésimo octavo año de su vida.

Fuente: Enciclopedia Católica On Line

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