lunes, 7 de marzo de 2011

"Por la Palabra estamos de pie" Mons. Enrique Diaz, Obispo Auxiliar de San Cristobal de las Casas, Chiapas (Mexico)

IX Domingo del Tiempo Ordinario, A:
Deuteronomio 11, 18. 26-28. 32
“Pongan en su corazón y en sus almas mis palabras”
Salmo 30
“Sé tú, Señor, mi fortaleza y mi refugio”
Romanos 3, 21-25.28
“El hombre es justificado por la fe y no por cumplir la ley de Moisés”
Mateo 7, 21-27
“El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica…”

Cuando trabajábamos en el documento de consulta para prepararnos al Sínodo de la Palabra (2008), se preguntó a las comunidades indígenas qué significaba para ellos la Palabra de Dios y al saber que estaría presente en dicho Sínodo algunos de ellos me pidieron: “Padre, por favor salúdanos al jTatik (nuestro padre) Papa, a los jTatiketik Cardenales y Obispos. Diles que por la Palabra estamos de pie. Diles que la Palabra de Dios nos ha levantado la cabeza y nos ha devuelto la dignidad. Que ahora andamos de pie y ha florecido nuestro corazón. Que aunque somos pobres y humildes, ahora también junto a esa Palabra podemos decir nuestra palabra y que ojalá un día la puedan escuchar. Nosotros los escuchamos siempre a ellos y les pedimos nos sigan dando la Palabra de Jesús”. Y es una realidad que en muchas de sus comunidades para sus fiestas y para sus duelos, para resolver los problemas y para fortalecer el corazón está presente y viva la Palabra de Dios.

Tu Palabra en mi corazón

Las palabras de Moisés a su pueblo son claras y contundentes: “Pongan en su corazón y en sus almas estas palabras mías; átenlas a su mano como una señal, llévenlas como un signo en la frente”. El significado de aquellas disposiciones de Dios a través de Moisés son transparentes y también hoy nos expresan el itinerario de la Palabra de Dios: el corazón, el alma, la mano, los ojos. Es decir dejarla penetrar en lo profundo de nuestro ser, dejarla germinar y después brotará, crecerá y se convertirá en luz para nuestro camino. No es la escucha aburrida de quien pasivamente recibe la Palabra, sino es la actitud dinámica del que “pone” la palabra en su corazón. Va a su encuentro, se la apropia, la toma como suya y la coloca dentro de sí. La lleva consigo de camino y en cada encuentro, en cada ocasión, brota la vitalidad de la Palabra que le da vida.

Cuando el Señor dice: “estas mis palabras”, está refiriéndose al momento concreto, al hoy de cada persona y en respuesta a sus necesidades. Cada momento de nuestra vida es un momento de gracia para escuchar las palabras del Señor como dirigidas a cada uno de nosotros, adaptadas a nuestras circunstancias y exigiendo una respuesta concreta de nuestra parte. Las ponemos ante nuestros ojos porque serán los criterios para una nueva forma de actuar: mirar con los ojos del Señor.

Palabras que se traducen en obras

Las palabras del Señor no pueden quedarse en la superficie, ni dejarse en el olvido; o como dicen en mi rancho: “que por una oreja nos entran y por la otra nos salen”. Debemos ponerlas en el corazón y en el alma. Pero además, exigen una respuesta, de ahí la precisión de “atarlas a la mano como señal”. Tu mano debe actuar conforme a esas palabras.

Cristo lo dirá aún más claro: “No todo el que me dice ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el Reino de los Cielos”. A diferencia de Dios, cuya palabra se hace realidad cada vez que la pronuncia, “Dijo Dios… y así fue”, nuestras palabras a veces quedan en voces, ruidos y gritos, y no llegan a hacerse realidad. Por eso insiste el Deuteronomio que se deben atar a la mano.

Una palabra que no se traduce en obras concretas a favor de los hermanos, es brisa, soplo, que se lleva el viento. Jesús rompe el camino fácil de sólo hablar que no abre las puertas, que no conduce a ningún lado, y propone el camino de la coherencia entre la fe y la vida. Nos ofrece un criterio de discernimiento para descubrir si nuestro discipulado es verdadero, para confrontar si estamos viendo con los ojos de Dios. No basta hablar ni profetizar en el nombre del Señor, se requiere aplicarse a cumplir su voluntad.

Las dos casas

Quizás influidos por los sistemas modernos de construcción que cada vez ofrecen nuevas alternativas para hacer más fácil y económicas las viviendas, también la vida la hemos querido construir sobre falsos plafones, sobre materiales desechables, con cimientos endebles y en condominios impersonales. Al fin, la casa durará un tiempo mientras encontramos otra mejor opción.

Pero las imágenes presentadas por Jesús se enraízan en la mentalidad judía donde la roca que da estabilidad es el Señor, la palabra de Dios, la ley, la fe, el Mesías. La tempestad no son solamente las dificultades que normalmente enfrenta todo hombre, sino la forma que la describe Mateo parece sugerir el juicio del Señor. Así tendremos que revisar más a fondo la forma en que hemos construido nuestra vida: si resiste no solamente las miradas y juicios de los hombres, sino también es capaz de resistir el juicio de Dios. Es el culmen del Sermón de la montaña. Si hemos comprendido y puesto en práctica las bienaventuranzas y todas las enseñanzas de Jesús, habremos hecho una sólida construcción. No basta aprender las normas y los códigos, hay que aprender a vivir y practicar la esencia del evangelio que anuncia Jesús.

Discernimiento

Las imágenes de una puerta que no se abre sólo con palabras, de un profeta que habla bonito pero ha obrado mal, y de las casas que se construyen con o sin cimientos, son una dura crítica a una religión que se queda más en las ideas y en los discursos que las obras. Podrían ser una condena para quienes hablamos bonito y tenemos siempre el nombre de Dios en la boca, pero después actuamos con injusticia y mentira. Desnudan las oraciones y el culto que se quedan vacíos de compromisos. Van en contra de una religión espiritualista y etérea que no se encarna en la vida. En fin, nos enseñan que el seguimiento de Jesús no se hace con sólo escuchar la palabra, sino que requiere la coherencia de obras conforme a la voluntad del Padre. Hoy me acerco a Jesús y le pido me ayude a descubrir cuáles han sido los cimientos de mi vida. Tendré que revisar, discernir, purificar y convertirme. Sus palabras en la montaña serán mi guía. Ahora buscaré que sólo Dios sea la roca donde me apoyo y donde tengo mi seguridad.

Señor Jesús, Palabra eterna del Padre, Palabra hecha carne, dolor, sudor y entrega, ven a lo profundo de mi corazón, transforma mis incoherencias y falsedades, y concédeme tenerte como única roca firme sobre la que se construya mi vida. Amén.

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