viernes, 20 de agosto de 2010

"Pasion y pureza", por el P. Ronald Rolheiser



















La iglesia no comprende la pasión y el mundo no comprende la pureza. Éste es un axioma que un amigo mío utiliza con gusto para explicar por qué el paisaje moral en torno a la sexualidad es hoy como es: intransigente, polarizado y mal equipado para invitar a la gente a evaluar honestamente su vida sexual.

Una sexualidad sana se basa, por igual, tanto en la pasión como en la pureza, pero ésa es una verdad que a ambos, tanto a la iglesia como al mundo, les cuesta aceptar. Cada uno tiende a destacar la mitad de esa ecuación.

Pocos analistas han estudiado y explicado esto con tanta penetración (y con auténtica comprensión de las dos partes) como el filósofo y pensador canadiense Charles Taylor en su trabajo monumental sobre la Cultura Occidental, “Una Era Secular” (2007). En una sección del libro titulada “La Era de la Autenticidad”, Taylor analiza la revolución sexual precisamente como una búsqueda, por desacertada que parezca a veces, de la autenticidad. Él sugiere que no fueron simplemente la rebelión y el hedonismo los que condujeron, y siguen conduciendo, la revolución sexual y cambiaron radicalmente el modo de pensar de la presente generación sobre el sexo. No habríamos de tratar la revolución sexual -nos dice él- simplemente como un estallido de hedonismo que se hubiera radicalizado –como si su realidad encajara en la línea de pensamiento de Hugo Hefner y su Playboy. La revolución sexual se desencadenó por el intento de nuestra cultura de lograr unas cuantas metas. ¿Cuáles?

Por ejemplo, el intento de rehabilitar la bondad de la sensualidad misma, de afirmar la igualdad de los sexos, de liberar a las mujeres de los roles de género estereotipados, de presentar el sexo desenfrenado como algo liberador y de destacar el pensamiento de que esa sexualidad es una parte esencial de la identidad de uno mismo. La revolución sexual lleva consigo mucho más de lo que puede encontrarse en Playboy o en la simple noción (ahora extendida en nuestra sociedad) de que la sexualidad se puede desligar de su conexión con el matrimonio.

Pero, aun reconociendo eso, está también siendo evidente que el sueño de la liberación sexual, tal como se expresa en gran parte de nuestra cultura actual, es a veces bastante ingenuo. Lo que inicialmente se percibe como liberación puede rápidamente percibirse como derrota. Hay bastante amargura en nuestras relaciones y hay bastantes vidas rotas y suicidios en nuestro mundo que nos alertan sobre un hecho que nosotros preferimos no admitir, a saber, que la sexualidad a veces se vuelve muy fea y desagradable si se la desliga de un vínculo a lo sagrado aceptado por mucho tiempo, de la comunidad y de un compromiso para toda la vida, ¿Por qué? ¿Hay fallos inherentes al interior de la nueva sexualidad moral?

Según Taylor, la nueva moralidad sexual no es tanto errónea o defectuosa (al menos en sus ideales más elevados) como ingenua. El filósofo cristiano francés, Jacques Maritain, expresó una vez que sólo dos tipos de personas piensan que el amor es fácil: los que durante largos años de sacrificio son ya santos, y los que no tienen ni idea de lo que están hablando. Me temo que mucho de nuestro pensamiento sobre el sexo hoy día cae en la segunda categoría. Taylor sostiene sencillamente que el sueño con frecuencia se volvió fatal. ¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Dónde estuvo el error?

La gran discontinuidad y los dilemas que cercan a la vida sexual humana, y que muchas éticas tienden a no hacerles caso o a minimizarlos, tuvieron que reafirmarse a sí mismos: la imposibilidad de integrar lo dionisiaco en un modo de vida continuo, la dificultad de controlar lo sensual con una relación continuada realmente íntima, la imposibilidad de escaparse del todo de los roles de género y los grandes obstáculos para redefinirlos, al menos a corto plazo. Y, por no mencionar, que la celebración del relajo o liberación sexual podría generar nuevas formas en las que los hombres pudieran convertir a las mujeres en objeto y explotarlas. Una gran cantidad de gente descubrió con dificultad que, abandonando los códigos morales de sus padres, había peligros así como liberación.

Sin embargo, aun dado y admitido este fallo, la gente no acude en tropel a sus iglesias para buscar consejo y orientación para su vida sexual. ¿Por qué no?

Porque las Iglesias, en el pasado y en el presente, han sido demasiado reacias y no han estado dispuestas a irradiar gran aprecio por aquellos elementos positivos, por encima del hedonismo y de la rebelión adolescente, que apoyan la revolución sexual. Las iglesias generalmente, y justamente, defendieron la pureza y la castidad, y, en su mejor opinión, han mostrado también cómo la verdadera pasión depende de la pureza. Pero, con demasiada frecuencia, esa defensa ha sido demasiado parcial o unilateral.

Veamos cómo lo formula Taylor: Muchas personas están a la búsqueda de códigos morales que les ayuden a orientar su sexualidad, tanto para sí mismos como para sus hijos. Es necesario que las iglesias ofrezcan sus enseñanzas. Pero estas orientaciones no pueden ser simplemente idénticas a los códigos del pasado, en la medida en que estaban conectadas, por ejemplo, con la denigración de la sexualidad, con la reacción de horror ante lo dionisiaco, con los roles fijos e inamovibles de género, o con un rechazo a discutir cuestiones de identidad. Taylor, él mismo ferviente religioso practicante, añade después: Es trágico que los códigos con que las iglesias quieren exhortar hoy a la gente padezcan todavía (o al menos así lo parece) de uno o más de esos defectos, algunas veces incluso de todos.

Una sana y saludable sexualidad es al mismo tiempo pasional y pura. La iglesia y el mundo pueden aprender mutuamente.

(Fuente: Ciudad Redonda, 24/05/2010)
Ronald Rolheiser es sacerdote, de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada en Estados Unidos.

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