El matrimonio es camino hacia la santidad
“Los santos esposos (…) vivieron el servicio cristiano en la familia,
construyendo cada día un ambiente lleno de fe y de amor; y en este clima
brotaron las vocaciones de las hijas, entre ellas Santa Teresa del Niño Jesús”,
afirmó el Papa Francisco en la Misa de canonización de Luis y Celia.
La historia de los Martin Guérin está llena de episodios ejemplares,
marcados por alegrías profundas, así como por los dolores y dificultades
propios de la vida conyugal.
Resulta siempre edificante constatar cómo ambos, unidos, supieron capear
los obstáculos del día a día con cariño y confianza en Dios. Quizás sea bueno
considerar alguno de esos detalles: como muchas familias de la actualidad, los
Martin, con diecinueve años de matrimonio, se vieron obligados a dejar la
tierra en la que habían vivido siempre y trasladarse a Lisieux, afectados por
la crisis económica que asolaba Francia en ese momento. También, como muchas
familias de hoy, lo que los movió a dar el gran paso fue el deseo de garantizar
el bienestar y futuro de sus hijos.
Luis trabajó como relojero y joyero, mientras que Celia se convirtió en
pequeña empresaria -hoy sería llamada “emprendedora”-, dirigiendo un taller de
bordado. Al lado de sus cinco hijas, los Martin Guerin emplearon tiempo,
esfuerzo e ingenio para salir adelante, y Dios les procuró siempre lo necesario
para solventar los gastos domésticos y ayudar solidariamente a otras familias
en mayor necesidad.
Iglesia doméstica
A los santos esposos les tocó vivir en la Francia del siglo XIX, aquejada
por los problemas políticos y económicos acaecidos tras la Revolución francesa
y el expansionismo napoleónico. Les tocó además hacer frente a tiempos de un
creciente secularismo y abandono de la fe.
Luis nació en Burdeos en 1823 y falleció en Arnières-sur-Iton en 1894. Su
esposa, María Celia, había nacido en San Saint-Denis-Sarthon en 1831 y murió en
Alençon en 1877.
Luis y Celia fueron educados en la devoción por sus respectivas familias, y
abrazaron su fe desde muy jóvenes. Durante su juventud, antes de conocer a
Luis, María Celia quiso ser religiosa e ingresó al monasterio de las Hijas de
la Caridad de San Vicente de Paúl.
Luis, por su parte, también experimentó el deseo de consagrar su vida a
Dios y se presentó como candidato al monasterio, pero no tuvo éxito en los
estudios debido a su dificultad con el latín. Al final de cuentas, Dios tenía
un plan distinto para ellos.
Los jóvenes se conocieron cuando Luis tenía 35 años y Celia 27. El
entendimiento y el amor fue tan rápido y grande entre los dos que contrajeron
matrimonio el 13 de julio de 1858, sólo tres meses después de haberse conocido.
Ambos llevaron una vida matrimonial ejemplar: Misa diaria, oración personal y
en familia, Confesión frecuente, participación en la vida parroquial. De su
unión nacieron nueve hijos, cuatro de los cuales murieron prematuramente.
Diversidad de llamados, una sola meta: la santidad
Las cinco hijas que sobrevivieron ingresaron a la vida religiosa. Entre
ellas estaba santa Teresita de Lisieux, la futura Patrona de las Misiones,
quien, de paso, fue fuente invalorable para fortalecer el proceso de
santificación de sus padres. Para santa Teresita, si algún ideal estuvo siempre
presente en la mente de sus progenitores fue este: educar a sus hijas para que
sean buenas cristianas y ciudadanas honradas.
Dios llamó a Celia primero, a los 45 años, mientras que Luis le sobrevivió
por varios años, hasta que cumplió 70. Luis tenía 53 años al quedar viudo.
Entre 1882 y 1887, Luis acompañó en distintos momentos a tres de sus hijas
hasta las puertas de algún convento carmelita. Quizás el sacrificio mayor que
experimentó fue separarse de Teresa, que ingresó al Carmelo a los 15 años.
Fuente: aciprensa
No hay comentarios:
Publicar un comentario