lunes, 26 de septiembre de 2016

Lucas 9,46-50: El más importante

Lucas 9,46-50

En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante. Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: «El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante.» Juan tomó la palabra y dijo: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir.» Jesús le respondió: «No se lo impidáis; el que no está contra vosotros está a favor vuestro.»

— Comentario por la Orden Carmelita

Si anteriormente Lucas nos presentaba cómo se reunían los hombres en torno a Jesús para escucharlo y presenciar sus curaciones, ahora se abre una nueva etapa de su itinerario público. Jesús se presenta como el que poco a poco es quitado a los suyos para ir al Padre.

Este itinerario supone el viaje a Jerusalén. Cuando está a punto de emprender este viaje, Jesús les revela el final que le espera (9,22). Después se transfigura ante ellos como para indicar el punto de partida de su “éxodo” hacia Jerusalén. Inmediatamente después Jesús vuelve a anunciar su pasión dejando a los discípulos en la inseguridad y en la turbación.

Las palabras de Jesús sobre su pasión, “el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres”, encuentran la incomprensión de los discípulos (9,45) y un temor silencioso (9,43).

— Jesús toma a un niño:

El enigma de la entrega de Jesús desencadena una disputa entre los discípulos sobre a quién le corresponderá el primer puesto. Entonces, Jesús interviene con un gesto simbólico. Toma a un niño y lo pone junto a él. Este gesto indica la elección que se recibe en el momento en que uno pasa a ser cristiano (10,21-22). A fin de que este gesto no permanezca sin significado, Jesús lo explica: no se enfatiza la “grandeza” del niño, sino la “acogida”. El Señor considera “grande” al que, como el niño, sabe acoger a Dios y a sus mensajeros.

La elección por parte de Dios está presente en el gesto de Jesús acogiendo al niño; sin embargo, el niño también encarna a Jesús: los dos juntos, en la pequeñez y en el sufrimiento, realizan la presencia de Dios. Esto es algo que los apóstoles todavía no pueden entender.

El “ser grandes”, sobre lo cual discutían los discípulos, mira al momento presente y se expresa en la diaconía del servicio. El amor y la fe vividos realizan dos funciones: somos acogidos por Cristo (toma al niño), y tenemos el don singular de recibirlo (“el que acoge al niño, lo acoge a él y al Padre”, v.48).

— El exorcista que no pertenece a nuestro grupo:

A continuación sigue un diálogo entre Jesús y Juan (vv-49-50). Este discípulo es contado entre los íntimos de Jesús. Al exorcista, que no forma parte del círculo de Jesús, se le confía la misma función que a los discípulos. Es un exorcista que, por una parte, es externo al grupo, pero por otra, está dentro porque ha entendido el origen cristológico de la fuerza divina que lo asiste (“en tu nombre”).

La enseñanza de Jesús es evidente: un grupo cristiano no debe poner obstáculos a la acción misionera de otros grupos. No existen cristianos más “grandes” que otros, sino que se es “grande” por el hecho de ser cada vez más cristiano.

La actividad misionera debe estar al servicio de Dios y no para aumentar la propia notoriedad. Es crucial el inciso sobre el poder de Jesús: se trata de una alusión a la libertad del Espíritu Santo cuya presencia en el seno de la Iglesia es segura, pero puede extenderse más allá de los ministerios constituidos u oficiales.

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