Muchos se preguntarán aún quién era San Pío de Pietrelcina (1887-1968), tal vez el santo más venerado hoy en Italia y, desde luego, el único sacerdote estigmatizado en toda la historia de la Iglesia.
A propósito de sus estigmas en manos, pies y costado durante cincuenta años consecutivos, sangrantes a diario, a los que el Padre Pío aludía enigmático como «el secreto del Rey», tuve el privilegio de consultar en su día los informe médicos conservados en el proceso de canonización para componer mi libro «Padre Pío».
Las primeras señales del prodigio aparecieron a finales de 1910, a la edad de 23 años. Lo sabemos por una carta a su entonces director espiritual, padre Benedetto, datada el 8 de septiembre del año siguiente. Pero los estigmas no se hicieron visibles hasta ocho años después, desde la tarde del 5 de agosto de 1918. Sólo la obediencia debida a su director le hizo revelar finalmente el fenómeno que tanto le avergonzaba, por considerarse indigno de llevar las mismas heridas que Jesucristo. En cuanto trascendió «el secreto del Rey» sus enemigos se apresuraron a calumniarle, aduciendo que los falsos estigmas eran producto de la histeria del fraile, cuando no fruto de la sugestión e incluso de la autolesión, unidas al fanatismo, el desequilibrio mental o la mala fe.
Muy pronto, el convento de San Giovanni Rotondo, donde vivió el Padre Pío los últimos 52 años de su vida, se convirtió en el principal observatorio médico del planeta.
— Examen médico
Luigi Romanelli fue el primer médico que visitó el convento para examinar al fraile en mayo y julio de 1919. En octubre, estuvo allí el doctor Giorgio Festa, que repitió la visita en julio de 1920, acompañado de Romanelli. Precisamente este último, director del hospital civil de Barletta, describía con gran precisión visual los estigmas en las manos del Padre Pío: «En las regiones palmares de ambas manos, y propiamente al nivel del tercer metacarpo, se aprecia a simple vista una pigmentación de la piel de color rojo vinoso en una superficie del tamaño de una moneda de bronce de cinco centavos en la mano derecha y de dos centavos en la mano izquierda. Los contornos aparecen con leves franjas, de forma casi circular. Observándolos con cuidado, se aprecia en esa zona de la piel un epitelio, o más bien una membrana reluciente, algo levantada en el centro... Aplicando el pulgar en la palma de la mano y el índice en el dorso, y haciendo presión, que resulta muy dolorosa, se tiene la percepción exacta del vacio existente entre ambos dedos».
Respecto a las heridas en los pies, Romanelli anotaba en su informe: «Sobre el dorso de ambos pies se advierte una zona circular, del tamaño de una moneda de cinco centavos, recubierta también de una membrana de color rojo vivo... Tras palparla, se comprueba que la membrana es también elástica y permite apreciar el vacío subyacente. En las regiones plantares se perciben idénticas zonas y características. Comprimiéndolas al mismo tiempo, ya sea la región dorsal o plantar, se aprecia el vacío existente, así como el pie perforado».
Tras detallar también la llaga del costado, Luigi Romanelli concluía, rotundo, su informe: «Se excluye que la etiología de las lesiones del Padre Pío sea de origen natural sino que el agente productor debiera buscarse, sin temor a equivocarnos, en lo sobrenatural, ya que el hecho constituye por sí mismo un fenómeno inexplicable sólo desde la ciencia humana».
A idéntica conclusión llegó el doctor Giorgio Festa; lo mismo que su homólogo Andrea Cardona, quien en 1968, tras reconocer al Padre Pío, manifestó: «En ambas manos he hallado orificios del diámetro aproximado de uno y medio centímetros, respectivamente, que atravesaban las palmas de un lado a otro, filtrándose por ellos la luz; con la presión, las yemas de mis dedos índice y pulgar se tocaban».
Resultaba imposible explicar así fenómenos sobrenaturales a la exclusiva luz de la ciencia; igual que sucedía con otros carismas con los que Jesús adornó al Padre Pío: bilocación, introspección de conciencias o profecía. En el proceso de canonización se amontonan centenares de testimonios documentados que dan fe hoy de todos y cada uno de ellos.
— La burda treta de Gemelli
Para enturbiar la verdad, el padre Agostino Gemelli arrojó sus propias cartas marcadas al cesto del oprobio. Curiosamente, pertenecía a la Orden de Hermanos Menores Franciscanos y unía a su condición de médico, las de rector de la Universidad Católica de Milán, consejero del Santo Oficio y amigo personal de Pío XI.
Gemelli, precisamente, escribió un tratado para demostrar que todos los estigmatizados, a excepción de San Francisco de Asís y de Santa Catalina de Siena eran poco más o menos que unos farsantes. Y, naturalmente, el Padre Pío figuraba, a su juicio, entre ellos.
Gemelli osó entonces entregar al Pontífice un informe denigratorio sobre el Padre Pío... ¡sin haber examinado sus estigmas! Al contrario que Romanelli y Festa, quienes, tras estudiarlos minuciosamente, desenmascararon finalmente a Gemelli. La autosugestión era un camelo: no por creer que fuera un buey, al Padre Pío iban a salirle cuernos en la cabeza.
Autor:
José María Zavala, historiador
larazon.es
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