Los primeros siglos del cristianismo fueron muy duros. Ser cristiano significaba jugarse el pellejo en cada esquina. Las persecuciones se sucedían con mucha frecuencia y son innumerables los mártires de la época.
A san Dámaso no le tocaron ya las persecuciones, pero muchas de las historias de santos famosos se las debemos a él, que dedicó buena parte de su vida a escribir los epitafios de los mártires.
Fue secretario de dos papas y cuando lo eligieron a él tomó decisiones trascendentales en la historia de la Iglesia. Se buscó como secretario nada más y nada menos que a san Jerónimo y le encargó traducir la Biblia a la lengua que hablaba el pueblo, la lengua vulgar a fin de que todos pudieran degustar la palabra de Dios. No olvidemos que la lengua que hablaba el pueblo era el latín.
Por todo lo dicho a esta traducción de la Biblia se la llamó Vulgata y es la que ha usado la Iglesia durante quince siglos.
La segunda decisión importante fue añadir al final de las oraciones el Gloria al Padre...
Por lo demás Dámaso fue la humildad personificada de tal manera que en su epitafio, redactado por él mismo dice “Yo, Dámaso, hubiera querido ser sepultado junto a las tumbas de los santos, pero tuve miedo de ofender su santo recuerdo. Espero que Jesucristo que resucitó a Lázaro, me resucite también a mí en el último día”
Con todos los santos se encuentra celebrando una gran fiesta en el banquete del Reino.
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