martes, 7 de julio de 2015

Martes de la 14ª semana del Tiempo Ordinario, Año I (Lecturas)

Génesis 32,22-32
Salmo 16: Yo con mi apelación vengo a tu presencia, Señor
Mateo 9,32-38

Génesis 32,22-32

En aquellos días, todavía de noche se levantó Jacob, tomó a las dos mujeres, las dos siervas y los once hijos y cruzó el vado de Yaboc; pasó con ellos el torrente e hizo pasar sus posesiones. Y él quedó solo. Un hombre luchó con él hasta la aurora; y, viendo que no le podía, le tocó la articulación del muslo y se la dejó tiesa, mientras peleaba con él. Dijo:
— Suéltame, que llega la aurora.
Respondió:
— No te soltaré hasta que me bendigas.
Y le preguntó:
— ¿Cómo te llamas?
Contestó:
— Jacob.
Le replicó:
— Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con dioses y con hombres y has podido.
Jacob, a su vez, preguntó:
— Dime tu nombre.
Respondió:
— ¿Por qué me preguntas mi nombre?
Y le bendijo. Jacob llamó aquel lugar Penuel, diciendo:
— He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo.
Mientras atravesaba Penuel salía el sol, y él iba cojeando. Por eso los israelitas, hasta hoy, no comen el tendón de la articulación del muslo, porque Jacob fue herido en dicho tendón del muslo.

Salmo 16,1.2-3.6-7.8.15
R. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, Señor

Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño.
R. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, Señor

Emane de ti la sentencia,
miren tus ojos la rectitud.
Aunque sondees mi corazón,
visitándolo de noche,
aunque me pruebes al fuego,
no encontrarás malicia en mí.
R. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, Señor

Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras.
Muestra las maravillas de tu misericordia,
tú que salvas de los adversarios,
a quien se refugia a tu derecha.
R. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, Señor

Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme.
Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante.
R. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, Señor

Mateo 9,32-38

En aquel tiempo, presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al demonio, y el mudo habló. La gente decía admirada: «Nunca se ha visto en Israel cosa igual.» En cambio, los fariseos decían: «Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios.» Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.»

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