viernes, 14 de diciembre de 2012

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO, C, por Mons. Francisco González, SF.

Sofonías 3,14-18
Salmo Is. 12,2-3. 4bcd. 5-6: Gritad jubilosos: 
"Que grande es en medio de ti el santo de Israel."
Filipenses 4,4-7
Lucas. 3,10-18

Sofonías 3,14-18

Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás. Aquel día dirán de Jerusalén: "No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. El se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta."

Salmo Is. 12,2-3. 4bcd. 5-6:
Gritad jubilosos: "Que grande es en medio de ti 
el santo de Israel."

El Señor es mi Dios y salvador: confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación.
Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.
R. Gritad jubilosos: "Que grande es en medio de ti 
el santo de Israel."

Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso.
R. Gritad jubilosos: "Que grande es en medio de ti 
el santo de Israel."

Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
"Que grande es en medio de ti el Santo de Israel."
R. Gritad jubilosos: "Que grande es en medio de ti 
el santo de Israel."

Filipenses 4,4-7

Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os repito, estad siempre alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobre pasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Lucas. 3,10-18

En aquel tiempo la gente preguntaba a Juan: "¿Entonces qué hacemos?"   El contestó: "El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo." Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: "¿Maestro, qué hacemos nosotros?" El les contestó: "No exijáis más de lo establecido." Unos militares le preguntaron: "¿Qué hacemos nosotros?"    El les contestó: "No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga." El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dejo a todos: "Yo os bautizo con agua; pero viene uno que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con el Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga." Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.

Comentario de Mons. Francisco González, S.F.
Obispo Auxiliar de Washington, D.C.

Si buscamos palabras claves en las lecturas que se nos proponen para estos domingos de Adviento, me atrevería a señalar para el primero la vigilancia, el estar atentos. El pasado domingo, o sea el segundo domingo la palabra que podríamos señalar es la esperanza. Este tercer domingo es la alegría, y así nos la presenta tanto el profeta Sofonías como el apóstol Pablo en el pasaje de su carta a los Filipenses que hoy leemos.

El Pueblo de Dios ha sufrido un exilio y en la mente de muchos fue por castigo de Dios debido a su alejamiento de su voluntad. Ahora el profeta Sofonía les dice: “Que se regocijen, que griten de júbilo porque el Señor ha cancelado su deuda, ha expulsado a su enemigos y principalmente, porque el Señor está en medio de ellos”.

Estamos en medio del Adviento para recordar el Nacimiento de Jesús, del Enmanuel, del Dios con nosotros. La cercanía del Señor, su presencia, su entrega es la razón que Pablo aduce para que se sientan felices, para que estén alegres.

Siendo verdad todo eso, como lo es, también nosotros debemos celebrar, alegrarnos en esa presencia de Jesús en medio de nosotros, y de una forma especial en esa unión tan íntima como es el recibirlo en la Santa Eucaristía.

Por lo que respecta a Dios, por todo lo que Dios hace por nosotros, su amor, su entrega, su perdón, debemos estar gozosos, aunque hay algo más. La semana pasada escuchábamos al profeta Juan gritando: preparad el camino del Señor… hay que allanar algunos tramos, otros debemos elevarlos, también rebajar otros, sin olvidar de enderezar por aquí e igualar por allá. No queda otra cosa, sino trabajar ese camino.

El impacto de su prédica afectó a muchos y hubo quienes se le acercaron con esa pregunta, que sin duda alguna, debe ser también la nuestra: ¿Qué debemos hacer?

Y se acercaron a Juan los que tenían sus bolsos llenos, los que tenían la autoridad, los que disfrutaban de mando.

Juan les dice que hay que cambiar, no se puede continuar como hasta ahora, hay necesidad profunda de un bautismo (limpieza), de conversión (cambio) si aspiramos a ser perdonados.

Hace bastantes años había un movimiento llamado “por un mundo mejor”. Eso es lo que predica Juan, una sociedad más justa, más verdadera, más humana y para conseguirlo el que tenga que dé al que no tiene. Así es la cosa. Pensemos por un momento en nuestros garajes, donde ni siquiera podemos poner el carro; en nuestros armarios, principalmente esos llamados walking closets, como si fueran lugares para pasear; en nuestros refrigeradores que al abrirlos saltan la inmensidad de platillos, botellines, botellas, salsas y todo lo demás.

Cambiemos de onda. Hay gente que no tienen walking closets porque no los necesitan, no tienen nada que poner en ellos. Hay gente que no tienen cuenta corriente, pues carecen del dinero para tenerla abierta. Hay también quienes están pidiendo favores, pues carecen de libertad. Hay quienes van encorvados pues todo el mundo echa su carga sobre ellos.

¿Qué debemos hacer? ¿De veras lo quieres saber? Si no estamos dispuestos a la verdad, mejor no preguntar. Así le pasó al joven que preguntó a Jesús: ¿Qué debo hacer para salvarme? Y Jesús, por alguna razón, le recuerda solo los mandamientos que se refieren al prójimo, aunque es verdad que su quebrantamiento también es ofensa contra Dios: “No matar, no cometer adulterio, no robar, no dar falso testimonio, no estafar y honrar a los padres”. Cuando pide algo más el Señor le sugiere que venda todas sus posesiones, reparta el dinero entre los pobres, y que después le siga.

¿Qué debemos hacer? Hacer una sociedad fraternal, justa, sin violencia ni opresión, en solidaridad con todos, especialmente con los más necesitados. Estamos hablando mucho de la Nueva (dos mil años) Evangelización, preparamos planes pastorales, diseñamos páginas web y muchas cosas más llenas de buena voluntad. ¿Tendrá todo eso la fuerza suficiente para transformar a mejor el mundo en el que vivimos?

Juan, profeta de Dios, precursor del Mesías, el hombre más grande nacido de mujer: ¿Qué debemos hacer?

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