viernes, 17 de febrero de 2012

7 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, B, por Mon. Francisco González, S.F.

Isaías 43,18-19.21-25
Salmo 40
2 Corintios 1,18-22
Marcos 2,1-12



Isaías 43, 18-19. 21-22. 24b-25

Así dice el Señor: —«No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed del pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza. Pero tú no me invocabas, Jacob, ni te esforzabas por mí, Israel; me avasallabas con tus pecados y me cansabas con tus culpas. Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados.»

Salmo responsorial: 40, 2-3. 4-3. 13-14
R/. Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.


Dichoso el que cuida del pobre y desvalido;
en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor.
El Señor lo guarda y lo conserva en vida,
para que sea dichoso en la tierra,
y no lo entrega a la saña de sus enemigos.
R/. Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.


El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor,
calmará los dolores de su enfermedad.
Yo dije: « Señor, ten misericordia,
sáname, porque he pecado contra ti.»
R/. Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

A mí, en cambio, me conservas la salud,
me mantienes siempre en tu presencia.
Bendito el Señor, Dios de Israel,
ahora y por siempre. Amén. Amén.
R/. Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

Corintios 1,18-22

Hermanos: ¡Dios me es testigo! La palabra que os dirigimos no fue primero «sí» y luego no». Cristo Jesús, el Hijo de Dios, el que Silvano, Timoteo y yo os hemos anunciado, no fue primero «sí» y luego «no»; en él todo se ha convertido en un «sí»; en él todas las promesas han recibido un «sí». Y por él podemos responder: «Amén» a Dios, para gloria suya. Dios es quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros. Él nos ha ungido, él nos Ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu. Palabra de Dios

Marcos 2, 1-12

Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: — «Hijo, tus pecados quedan perdonados.» Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:— «¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?» Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo:
— «¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico "tus pecados quedan perdonados" o decirle "levántate, coge la camilla y echa a andar"?
Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados.» Entonces le dijo al paralítico:— «Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.» Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: — «Nunca hemos visto una cosa igual.»

Comentario de Mons. Francisco González, S.F.,
Obispo Auxiliar de Washington, D.C.

En este séptimo domingo del tiempo ordinario, el último antes de comenzar la santa cuaresma, comenzamos la lectura del segundo capítulo del evangelio de Marcos donde encontramos algo que nos debe hacer reflexionar acerca de nuestra vida como cristianos, como seguidores de Cristo: la controversia.

La forma de ser de Jesús es distinta de la señalada por los valores del mundo, incluso de fanáticos religiosos. En este capítulo y primeros versículos del siguiente encontramos de un lado a Jesús y del otro gente que se escandaliza, que le juzga, que se asusta, que no le entiende, que no lo puede aceptar. En fin, aquí hay materia para reflexionar.

Me encanta el pasaje evangélico asignado a este domingo. En mi caso lo encuentro muy personal pues me da gran esperanza. Sé que el Señor me ama, nos ama. El haber estado paralizado y el ser pecador no son motivos para la desesperación, pues además del esfuerzo propio que estoy llamado a hacer, tengo mucha gente, que como esos cuatro amigos del paralítico rezan por mí, como si ellos fueron los que me acercan a Jesús para que con su amor, con su perdón haga posible una vida más llena.

El evangelio. Jesús después de unos días de prédica ha vuelto a Cafarnaún, claro está, Él es ya una personalidad y la gente se entera y acuden tantos a la casa que ya no quedaba sitio. Cuatro hombres, vecino y verdaderos amigos de un paralítico, se lo traen a Jesús, y como ellos creen, no se van a ir por causa del gentío, y ni cortos ni perezosos, abren un boquete en el techo y por allí bajan al paralítico en su camilla y lo ponen delante mismo del Maestro. Y aquí comienza la controversia: Jesús comienza a liberar al hombre por lo que más le ata, por lo que más le impide ser libre. Jesús comienza: Hijo, tus pecados quedan perdonados.

No sabemos si el paralítico tenía fe o no. Si sabemos que entre los presentes había unos letrados que, claro está, estaban sentados y desde esos pequeños tronos comenzaron a juzgar a Jesús: ¡Blasfemo!
Jesús sabe lo que están pensando y los reta haciéndoles una pregunta sobre lo que creen que sea más difícil, hacer que el paralítico camine o que sus pecados sean perdonados.

Sin darles tiempo a entablar una discusión bizantina, dice al enfermo: Contigo hablo: "Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa". Y el evangelio nos dice que obedeciendo el mandato del Señor, se levantó, cogió la camilla y salió a la vista de todos.

Concluye esta lectura: "Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios".

Me imagino que aquellos cuatro amigos saltaban y gritaban, pues ellos fueron los que habían llevado a este amigo, que ya hacía mucho tiempo que no podía valerse por sí mismo, que ellos lo llevaban por aquí y por allá pues lo querían, y ahora es el amigo quien lleva la camilla en sus hombros y dando saltos camina y corre y da vueltas de gozo, pues estaba postrado y ahora está de pie, ahora es un hombre libre.

El pecado es lo que más nos paraliza, lo que más nos hunde. El pecado nos encierra en nosotros mismos y nos impide ser felices.

El perdón es todo lo contrario, pues libera, destruye las barreras que nos impiden ser hermanos y hermanas.

Dios es amor y por ese amor nos perdona, por ese amor nos mandó a su Hijo Jesucristo para salvarnos. Dios perdona siempre y porque Él lo hace y debemos imitarle, también nosotros estamos llamados a pedir perdón y perdonar a los demás. Y en este perdonar debemos aprender a perdonarnos a nosotros mismos para lo mismo que Dios se mantiene siempre con los brazos abiertos para recibirnos, que nosotros también los tengamos abiertos para recibirlo a Él y a nuestros hermanos/as.

"Dios perdona siempre... y debemos imitarle, también nosotros estamos llamados a pedir perdón y perdonar a los demás."

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