En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero le dijo: “Hijo, vete hoy a trabajar en la viña”. Y él respondió: “No quiero”, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: “Voy, Señor”, y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?». «El primero», le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y la prostitutas creyeron en él. Y vosotros ni viéndolo os arrepentisteis después para creer en él».
Comentario del P. Raniero Cantalamessa:
En la parábola, el hijo que dice sí y no obedece representa a aquellos que conocían a Dios y seguían su Ley, pero después en la práctica, cuando se ha tratado de acoger a Cristo, que era «el fin de la Ley», se han echado atrás. El hijo que dice no y obedece representa a los que en un tiempo vivían fuera de la Ley y de la voluntad de Dios, pero después, ante Jesús, se han arrepentido y han acogido el Evangelio. Leída hoy, la parábola de los dos hijos dice que para Dios las palabras y las promesas cuentan poco si no se siguen de las obras.
Sin embargo, explicado el contenido central de la parábola, es necesario aclarar la extraña conclusión que Jesús saca de ella: «Los publicanos y las prostitutas llegan antes que vosotros al Reino de Dios».
De ninguna expresión de Cristo se ha abusado más que de ésta. Se ha acabado por crear a veces una especie de aura evangélica en torno a la categoría de las prostitutas, idealizándolas y oponiéndolas a los llamados juiciosos, que serían todos, indistintamente, escribas y fariseos hipócritas.
La literatura está llena de prostitutas «buenas».
¡Basta con pensar en la Traviata de Verdi, o en la apacible Sonia de Crimen y
castigo de Dostojevski! Pero hay un terrible malentendido. Jesús pone un caso
límite, como para decir: «Hasta las prostitutas –que lo dice todo– os
precederán en el Reino de Dios». No nos damos cuenta, además, de que
idealizando la categoría de las prostitutas se llega a idealizar también a la
de los publicanos que siempre la acompaña en el Evangelio, esto es, la de los
usureros.
Sería trágico si
esa parábola del Evangelio hiciera a los cristianos menos atentos a combatir el
fenómeno degradante de la prostitución. Jesús tenía demasiado respeto por la
mujer como para no sufrir, Él primero, viéndola reducida a prostituta. Si la
aprecia no es por su manera de vivir, sino por su capacidad de cambiar y de
poner al servicio del bien la propia capacidad de amar. El Evangelio no empuja
pues a campañas moralistas contra las prostitutas, pero tampoco a bromear con
el fenómeno, como si fuera cosa de nada.
Hoy, entre otras
cosas, la prostitución se presenta bajo una forma nueva que logra hacer dinero
a manos llenas, sin los riesgos que siempre han corrido las pobres mujeres en
la calle. Esta forma consiste en ver el propio cuerpo con la tranquilidad de
estar tras una máquina fotográfica o una videocámara. Lo que la mujer hace –o
es obligada a hacer– cuando se presta a la pornografía y a ciertos excesos de
la publicidad es vender el propio cuerpo. Es una forma de prostitución peor, en
cierto sentido, que la tradicional, porque no respeta la libertad y los
sentimientos de la gente, imponiéndose a menudo públicamente, sin que nos
podamos defender de ello.
Fenómenos así
suscitarían hoy en Cristo la misma cólera que mostraba por los hipócritas de su
tiempo. Porque se trata precisamente de hipocresía. Fingir que todo está en su
sitio, que es inocuo, que no existe trasgresión alguna, ni peligro para nadie,
dándose hasta un cierto –estudiado– aire de inocencia e ingenuidad al arrojar
el propio cuerpo al pasto de la concupiscencia de otros.
Pero traicionaría
el espíritu del Evangelio si no sacara a la luz la esperanza que esa parábola
de Cristo ofrece a las mujeres que por las circunstancias más diversas
(frecuentemente por desesperación) se han visto en las calles, víctimas la
mayoría de las veces de explotadores sin escrúpulos. El Evangelio es
«evangelio», esto es, buena noticia, anuncio de rescate, de esperanza, también
para las prostitutas. Es más, tal vez primero que nada para ellas. Jesús ha
querido que fuera así.
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