martes, 2 de enero de 2018

El Nombre de Jesús


Cada 3 de enero la Iglesia celebra el Santísimo Nombre de Jesús. La palabra "Jesús" es la forma latina del griego “Iesous”, que a su vez es la transliteración del hebreo “Jeshua” o “Joshua” o también “Jehoshua”, que significa “Yahveh es salvación”.

El nombre griego está relacionado con el verbo "iasthai", que significa "sanar"; no sorprende, por tanto, que algunos de los Padres griegos hayan asociado la palabra "Jesús" con la misma raíz (Eusebio, "Dem. Ev.", IV; cf. Hch. 9,34; 10,38).

Si bien en el tiempo de Cristo el nombre Jesús parece haber sido bastante común (Josefo, "Ant.", XV, IX, 2; XVII, XIII, 1; XX, IX, 1; "Bel. Jud.", III, IX, 7; IV, III, 9; VI, v, 5; "Vit.", 22) le fue impuesto a nuestro Señor por orden expresa de Dios (Lc. 1,31; Mt. 1,21), como señal de que el Niño estaba destinado a “salvar a su pueblo de sus pecados.”

Por tanto, Filo Judeo ("De Mutt. Nom.", 21) acierta cuando explica que "Iesous" significa soteria kyrion; Eusebio (Dem., Ev., IV, ad fin.; P. G., XXII, 333) le da el significado de Theou soterion; mientras que San Cirilo de Jerusalén interpreta la palabra como un equivalente de soter (Cat., X.13; P.G., XXXIII, 677). San Juan Crisóstomo enfatiza la derivación hebrea de la palabra y su significado soter (Hom. 2 sobre Mat., 2), y así concuerda con la exégesis del ángel que le habla a San José (Mat. 1,21).

San Bernardino de Siena y San Ignacio de Loyola

El Santísimo Nombre de Jesús comenzó a ser venerado en las celebraciones litúrgicas del siglo XIV. San Bernardino de Siena y sus discípulos propagaron el culto al Nombre de Jesús. En 1530 el papa Clemente VII concedió por primera vez a la Orden Franciscana la celebración del Oficio del Santísimo Nombre de Jesús.

San Bernardino solía llevar una tablilla que mostraba la Eucaristía con rayos saliendo de ella y, en el medio, se veía el monograma “IHS”, abreviación del Nombre de Jesús en griego (ιησουσ).

Más adelante la tradición devocional le añade un significado a las siglas: "I", Iesus (Jesús), "H", Hominum (de los hombres), "S", Salvator" (Salvador). Juntos quieren decir “Jesús, Salvador de los hombres”.

San Ignacio de Loyola y los jesuitas hicieron de este monograma el emblema de la Compañía de Jesús.

El Nombre de Jesús, invocado con confianza brinda ayuda en las necesidades corporales, según la promesa de Cristo: "En mi nombre agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Mc 16,17-18).

En el Nombre de Jesús los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados (Hch 3,6; 9,34) y vida a los muertos (Hch 9,40).

Nos protege de Satanás y sus artimañas ya que el diablo le teme al Nombre de Jesús, quien lo ha vencido en la Cruz.

En el nombre de Jesús somos bendecidos pues Cristo dijo: "Lo que pidan al Padre se los dará en mi nombre" (Jn 16,23); por ello, la Iglesia concluye todas sus oraciones con las palabras: "Por Jesucristo Nuestro Señor". Así se cumple la palabra de san Pablo: "Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos." (Flp 2,10).

— Cristo

La palabra “Christos”, equivalente griego para la palabra hebrea “Messias”, significa “ungido”. De acuerdo a la Ley, los sacerdotes (Ex 29,29; Lev 4,3), los reyes (1 Sam 10,1; 24,7) y los profetas (Is 61,1) debían ser “ungidos” para sus respectivos oficios. El Cristo o Mesías, reunía estas tres dignidades en su persona.

Los judíos se referían a su esperado libertador como “el ungido”. Quizás esta designación alude a Is 61,1, y Dan 9,24-26, o incluso a los Salmos 2,2; 20(19), 7; 45(44), 8. El término “Christos” o “Messias” era un título más que un nombre propio.

Sólo después de la Resurrección del Señor el título se convirtió gradualmente en nombre propio y la expresión Jesucristo o Cristo Jesús fue una sola designación. Pero los paganos no entendían el sentido de la palabra “ungido”. Para ellos no conllevaba ninguna concepción sagrada.

El uso del artículo definido antes de la palabra "Cristo" y su gradual desarrollo hacia un nombre propio muestra que los cristianos identificaban al portador de ese nombre con el Mesías prometido de los judíos. Combinaba en su persona las dignidades de profeta (Jn. 6,14; Mt. 13,57; Lc. 13,33; 24,19), de rey (Lc. 23,2; Hch. 17,7; 1 Cor. 15,24; Apoc. 15,3), y de sacerdote (Heb. 2,17; etc.); cumplió todas las promesas mesiánicas en un sentido más alto y pleno del que enseñaban los maestros de las sinagogas.

Fuentes: Aciprensa, Enciclopedia Católica

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