viernes, 20 de enero de 2023

20 de enero: SANTOS FRUCTUOSO obispo y mártir, EULOGIO Y AUGURIO diáconos y mártires

Mural románico en la Iglesia de San Fructuoso, Huesca


San Fructuoso de Tarragona fue un clérigo cristiano hispanorromano que llegó a ser obispo de Tarragona. Es el primero de los “testigos” que nos ofrece la historia de la Iglesia española. Las Actas de su martirio están reconocidas por los estudiosos como de las pocas que pueden ser consideradas fieles, hasta el punto de considerar a Fructuoso como "el protomártir hispano justificado ante la historia" por su autenticidad.

Fue martirizado junto con los diáconos Eulogio y Augurio. Murió quemado vivo en el anfiteatro de Tarraco el 20 de enero del 258, durante la persecución decretada por los emperadores romanos Valeriano y Galieno contra los cristianos.

San Agustín sentía gran admiración por estos tres mártires hispanos y escribió uno de sus sermones para la misa de su festividad.

Martirio

En 257 se promulgaba un edicto por el cual los jefes de las iglesias eran obligados a ofrecer sacrificios a las divinidades del Imperio. En los primeros días del año siguiente, la policía imperial arrestaba a Fructuoso en Tarragona y le encerraba en la cárcel con dos de sus diáconos, Eulogio y Augurio.

En la prisión, el obispo seguía predicando y catequizando. Incluso bautizó a un convertido. Siete días más tarde, Fructuoso, Eulogio y Augurio comparecieron ante el tribunal. Como el obispo y los dos diáconos se negaron a adorar a los dioses romanos, el juez Emiliano ordenó que los tres fuesen quemados vivos. Los esbirros los llevaron al anfiteatro de Tarraco, lugar designado para el suplicio.

En el trayecto, varios «hermanos» se acercaron a los reos ofreciendo una copa de vino. Fructuoso la rehusó diciendo: «Aún no es hora de romper el ayuno». Era miércoles, día de ayuno para los primeros cristianos, ayuno que duraba hasta las tres de la tarde. En realidad, con esta excusa iba unida la más noble modestia: el brebaje ofrecido no era un vino puro, sino una bebida que mezclaba infusiones de plantas aromáticas y que daban al cuerpo un vigor momentáneo y le hacían menos sensible a los dolores.

Tertuliano, el Africano, se reía de los mártires a quienes había que ayudar con tales artificios. Pero Fructuoso tenía un sentido demasiado alto del honor cristiano para permitir que le confundiesen con aquellos «mártires ambiguos» de que hablaba el africano. Imitando al Salvador, apartó los labios de la copa que debía adormecer su agonía y prefirió beber hasta las heces el cáliz del martirio.

La hoguera ardía y alguien se acercó para desatarle las sandalias. También ahora rehusó el mártir, prefiriendo descalzarse él mismo. Ya avanzaba, cuando un cristiano llamado Félix se le acercó, le cogió de la mano y le rogó que se acordara de él. Entonces Fructuoso, extendiendo a lo lejos la mirada, dijo: «Es preciso que tenga en mi pensamiento a la Iglesia Católica, derramada de Oriente hasta Occidente».

Estas fueron sus últimas palabras. Inmediatamente, sin la menor señal de turbación, penetró en la hoguera. Sus diáconos le siguieron. Rotas por el fuego las cuerdas que sujetaban sus manos, los tres mártires cayeron de rodillas con los brazos extendidos. Al verlos así, en medio de las llamas, dice Prudencio, todos recordaban a los tres jóvenes hebreos en el horno de Babilonia, «Dos de nuestros hermanos, pertenecientes a la casa del prefecto—dicen las actas—, vieron a los tres elegidos subir al cielo», y la hija del gobernador fue también testigo de la maravilla.

Los fieles, cuando el fuego consumió los cuerpos, se precipitaron en el anfiteatro, rociaron los huesos con vino, en recuerdo de las libaciones que hacían los antiguos en la ceremonia de la cremación, y, habiendo cogido cada cual lo que pudo de las reliquias, se las llevaron a sus casas. Comprendiendo luego que aquello era un celo mal entendido, depositaron las cenizas en un mismo sarcófago «para que recibiesen juntos la corona los que juntos habían alcanzado la victoria».

Tal fue la muerte con que el gran obispo dio testimonio de su fe. Aquella serenidad impresionó a todos sus conciudadanos y uno de ellos, testigo de vista, nos ha conservado la emoción en un relato. Es uno de los documentos más venerables de la antigua Iglesia de España.

Fueron las posteriores apariciones de estos tres mártires las que facilitaron que en las ruinas del antiguo anfiteatro se construyera una iglesia paleocristiana dedicada a San Fructuoso. La Iglesia celebra la memoria de estos tres mártires el 20 de enero.

Fuente:
primeroscristianos.com
santopedia.com

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