sábado, 14 de septiembre de 2013

24 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, C, por Mons. Francisco González, S.F.


Exodo 32:7-11,13-14
Salmo 51: Volveré donde mi Padre
1Timoteo 1:12-17
Lucas 15:1-32 ó 15:1-10

Exodo 32,7-11.13-14

En aquellos días, el Señor dijo a Moisés: "Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un novillo de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: "Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto.""Y el Señor añadió a Moisés: "Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo. "Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios: "¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta? Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo, diciendo: "Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre.""Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

Salmo 50: Me pondré en camino adonde esta mi padre

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
R. Me pondré en camino adonde esta mi padre

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
R. Me pondré en camino adonde esta mi padre

Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.
R. Me pondré en camino adonde esta mi padre

I Timoteo 1,12-17

Querido hermano: Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús. Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que crearán en él y tendrán vida eterna.Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Lucas 15, 1-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:
— Ése acoge a los pecadores y come con ellos.
Jesús les dijo esta parábola:
— Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles:¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.
También les dijo:
— Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes.No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.Su hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado. Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.Éste le contestó: Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud. Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado. El padre le dijo: Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.

— Comentario por Mons. Francisco González, S.F.

Este es el vigésimo cuarto domingo del Tiempo Ordinario. Alguien ha dicho que este es el domingo para resaltar “la alegría de la salvación”. La Liturgia de la Palabra nos dice algo del pecado del hombre y de la misericordia de Dios.

En la primera lectura escuchamos a Dios conversando con Moisés y diciéndole del castigo que va a imponer sobre los israelitas por idolatrar y ofrecer sacrificios a un becerro de oro. Moisés intercede ante Dios por su pueblo y la Sagrada Escritura nos dice como “el Señor renunció a destruir su pueblo como lo había anunciado”. La misericordia de Dios es extraordinaria.

La segunda lectura, tomada de las llamadas “cartas pastorales”. San Pablo confiesa que antes había sido “blasfemo, perseguidor (de los seguidores de Cristo) y furioso contradictor”, y ahora agradece “estar en el ministerio”, sin merecerlo, claro está, porque Dios tuvo compasión de él y porque “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”. El Apóstol de los Gentiles nos habla con profunda sencillez de la extraordinaria misericordia de Dios y cómo él la ha experimentado en su propia vida.

Francesc Ramis Darder escribió un librito sobre el evangelio de San Lucas. No me extrañaría que lo tituló pensando en el pasaje que hoy leemos de dicho evangelio. El título del libro, publicado en mayo de 1997, reza: Lucas, evangelista de la ternura de Dios. Diez catequesis para descubrir al Dios de la misericordia. Después de leer este título ya casi no hace falta leer nada más, al menos por un tiempo, y deleitarse en esa “ternura y misericordia” de Dios.

El pasaje de hoy nos presenta tres parábolas: el buen pastor que busca la oveja perdida y cuando la encuentra, la carga en hombros, se siente feliz y celebra con los amigos porque la perdida ha sido encontrada. La segunda parábola es la mujer que pierde una moneda, pero que no para hasta encontrarla, y, como en la parábola anterior, la mujer se llena de alegría y celebra la recuperación con las amigas.

En tercer lugar, nos encontramos con la “parábola del hijo pródigo” o como muchos hoy la llaman, la “parábola del padre misericordioso”. Estamos acompañando a Jesús en su camino a Jerusalén, mientras Él nos explica los requisitos para ser sus discípulos. Hoy hace un alto en el camino y cambia de tema. Hoy nos habla del rostro de Dios, de cómo es Dios, un Dios-Padre que acoge siempre, espera siempre y perdona siempre sin imponer condiciones.

El re-encuentro entre el hijo pródigo y el padre es extraordinario. El hijo quiere seguir esclavizado y de esa forma no tiene que cambiar, pero el padre le reta a que “verdaderamente sea hijo” y disfrute de todo lo que hay en la casa. El mayor vive en la casa ya, pero le falta descubrir la grandeza de una relación personal con el padre, se ha arropado en una obediencia puramente legalista y no ha sabido aceptar un amor creador de intimidad generadora de vida basada en el perdón y la misericordia que viene del Padre, del Buen Pastor que se alegra, que disfruta, que celebra la vuelta, el regreso del que se había perdido, vuelva en el estado que vuelva.

“Sí, me levantaré y volveré a la casa de mi padre… Cuando todavía estaba lejos, su padre le vió y sintió compasión, corrió a echarse a su cuello y le abrazó”.

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