jueves, 30 de junio de 2011

Domingo 14 del Tiempo Ordinario, año A: Mons. Francisco González, S.F.

Zacarias 9, 9-10
Salmo 144
Romanos 8,9.11-13
Mateo 11,25-30

He oído que grandes oradores cuando se les invita a dar una conferencia, ellos o sus agentes piden información sobre diferentes aspectos del evento al que han sido invitados, especialmente la composición de la audiencia y el número. Si la asistencia es pobre se sienten defraudados porque ellos no están “para perder el tiempo”. Grandes líderes políticos, militares, financieros y religiosos están siempre muy interesados en los números, en las fotos y en la posición de poder de su audiencia.

Dicho todo lo anterior, resulta interesante, muy interesante, leer que hoy se nos presenta la liturgia de la Palabra, tomada de Mateo, y que comienza diciendo que Jesús está agradecido al Padre. ¿Por qué? Sencillamente: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, dice Jesús, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños”. Algunos traducen: “Se lo has revelado a la gente sencilla”.

Da la impresión que Jesús se siente muy bien con esta situación, le alegra que su mensaje, el mensaje que trae del Padre sea aceptado por la gente sencilla, aunque no tenga la aprobación del Templo, de sus sacerdotes y maestros, de las fuerzas político religiosas como son la gente del Senado (Sanedrín) tanto fariseos como saduceos, los graduados de las distintas escuelas rabínicas. Jesús está con esos que forman el pueblo humilde, desheredado, que viven en la marginalidad, pero que su corazón se ensancha al oír la buena nueva que entienden y aceptan con actitud esperanzadora.

Los intelectuales de entonces y ahora parecen que saben más de Dios que él mismo, lo cual hace que prescindan de él. La primera parte de este capítulo 11 nos habla de una generación que tendrá que dar cuentas por sus actitudes y el rechazo que han manifestado contra Juan, de quien decían que estaba poseído por el demonio, y contra el mismo Jesús porque es amigo de pecadores. ¡Lo que uno tiene que oír! Gente así se quejarían de que los médicos pasan mucho tiempo con los enfermos, y la policía con criminales.

Jesús declara ser el camino al Padre. Ambos nos llevan el uno al otro.

Jesús en esta oración, reflexión que hace, nos dice unas palabras de lo más consoladoras que podríamos imaginar: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré”.

¿Qué es lo que nos agobia y oprime? En el tiempo de Cristo el pueblo tenía 613 preceptos o mandamientos. Para aquella gente sencilla que no entendía mucho de teologías o filosofías, eso era una carga pesadísima, lo mismo que puede suceder en nuestros días. La religión se convierte en momentos un agobio, en vez de una señal de liberación y salvación.

Pero no es esto sólo lo que agobia a la gente. Hay cosas como la falta de trabajo, la hipoteca de la casa, el hijo/a, drogadicto/a, el camino infernal para cruzar las fronteras en busca de una vida más humana, la falta de documentos, el querer negar a personas inocentes y decentes el avanzar de una forma factible en su educación superior.

Jesús nos invita no solamente el ir a él, pero al mismo tiempo cargar con su yugo, no con ese que otros han impuesto, pesado, injusto, opresor, desproporcionado.

La inmensa mayoría de la gente está dispuesta a hacer sacrificios por algo que valga la pena, por algo que nos de esperanza de futuro, por algo que de sentido a la vida, por más difícil que sea. Lo que nos impone el Señor se puede calificar de llevadero, de carga ligera porque se refiere a lo que vale la pena, a lo que es importante, esencial en nuestras vidas, a esas cargas que aún siendo pesadas las llevamos con gusto porque valen la pena.

Creo que todos ganaríamos si habláramos algo más de la sencillez de Jesús. Sería bonito ver a los cristianos trabajando para facilitar el camino hacia Cristo y proclamar y ser testigos de su misión de salvación en este mundo que a veces nos pesa tanto.

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