sábado, 22 de junio de 2024

Domingo de la 12 Semana del Tiempo Ordinario, Año B (Lecturas)

Job 38,1.8-11

El Señor habló a Job desde la tormenta: «¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas y nieblas por pañales, cuando le impuse un límite con puertas y cerrojos, y le dije: "Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas"?»



Salmo 106,23-24.25-26.28-29.30-31

R. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia

Entraron en naves por el mar, 

comerciando por las aguas inmensas. 

Contemplaron las obras de Dios, 

sus maravillas en el océano. 

R. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia

Él habló y levantó un viento tormentoso, 

que alzaba las olas a lo alto; 

subían al cielo, bajaban al abismo, 

el estómago revuelto por el marco. 

R. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia

Pero gritaron al Señor en su angustia, 

y los arrancó de la tribulación.

Apaciguó la tormenta en suave brisa,

y enmudecieron las olas del mar. 

R. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia

Se alegraron de aquella bonanza, 

y él los condujo al ansiado puerto. 

en gracias al Señor por su misericordia, 

por las maravillas que hace con los hombres. 

R. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia


2 Corintios 5,14-17

Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. Por tanto, no valoramos a nadie según la carne. Si alguna vez juzgamos a Cristo según la carne, ahora ya no. El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.


Marcos 4,35-40

 

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:

— Vamos a la otra orilla.

Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: 

— Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?

Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: 

— ¡Silencio, cállate!

El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: 

— ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?

Se quedaron espantados y se decían unos a otros: 

— ¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!

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