La parroquia de Sta. Cecilia, en el Valle de Oro, cerca de la costa cantábrica de la provincia gallega de Lugo, vio nacer a Manuel Canoura Arnau, niño tranquilo, tímido, sensato y precoz. Vino al mundo el día 10 de Marzo de 1887.
Se entusiasmó con los Pasionistas que, desde la ciudad de Mondoñedo, recorrían aquellas comarcas. Ingresó en su casa de Peñafiel, cerca de Valladolid, cuando tenía 14 años. Y, después de algunos más, entró en el Noviciado de Deusto, en Vizcaya, para volver al final del mismo a Mondoñedo y cursar en su tierra natal los estudios de Filosofía y Teología.
El 2 de octubre de 1910 recibió el subdiaconado en Mieres; y en junio de 1912 se le confiere el orden del diaconado en la misma localidad. También allí recibió la ordenación sacerdotal el 20 de Septiembre de 1920.
Desde entonces comenzó para el P. Inocencio una vida de intenso apostolado sacerdotal, en el cual cabe resaltar su dedicación a la docencia de la filosofía, la Teología y la Literatura, en las diversas casas a las que fue destinado: la de Daimiel (Ciudad Real), la de Corella (Navarra), la de Peñaranda (Burgos), la de Mieres (Asturias); y en las de Ponferrada y Santander, como predicador apostólico de aquellas zonas industriales.
En septiembre de 1934, un mes antes del martirio, el P. Inocencio regresa a Mieres en la inquieta región minera de Asturias, donde ya había estado siendo muy conocido y apreciado. La comunidad cuenta con 29 religiosos, de los cuales 17 son jóvenes estudiantes. La situación política puede estar fuera de control de un momento a otro y el clima es muy hostil para los religiosos.
El 5 de octubre de 1934 sucede cuanto estaba ya en el aire. Se sublevan 30.000 insurgentes en Asturias: tanto los creyentes, como los sacerdotes y los religiosos son señalados como cómplices de la derecha, y contra ellos se vuelca un odio singular e incontrolado. El día anterior, los Pasionistas desarrollan las habituales ocupaciones. El P. Inocencio va a Turón, pueblo minero, para confesar en el colegio de los hermanos de las Escuelas Cristianas en preparación al primer viernes del mes: se hace tarde y viajar de noche es poco prudente, por eso decide pernoctar allí. El día 5 se levanta muy temprano y celebra la Eucaristía. Al ofertorio llegan los revolucionarios: el Señor asocia a sus mártires a su propio sacrificio. Registran la casa, buscan las armas “de los fascistas y de la acción católica”. Arrestan al P. Inocencio y a los 8 religiosos de la comunidad de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y los llevan a la “casa del pueblo”.
Todos dan pruebas de serenidad y ánimo. Hacen oración, se preparan al encuentro con Cristo conscientes ya de su suerte. Pasan el primer día sin comer nada. Después, una devota señora logra llevarles un poco de alimento, y los encuentra serenos y listos para el sacrificio. El P. Inocencio se confiesa con un sacerdote también detenido y escucha de nuevo la confesión de los compañeros de martirio. Están todos conscientes de que serán asesinados únicamente porque son sacerdotes y religiosos.
El padre Inocencio pasa esos pocos días orando y escribiendo. Pero le será quitado todo. Hacia la una de la madrugada del 9 de octubre fueron llevados al cementerio donde había sido ya excavada una fosa común. Se intercambian de nuevo la absolución y se dirigen al martirio orando en voz baja. Todos son puestos en fila junto a la fosa y, luego, fusilados.
Los cuerpos de los mártires son exhumados casi de inmediato. Los ocho hermanos de las Escuelas Cristianas fueron trasladados a Bujedo (Burgos) el 26 de febrero de 1935. Los restos del P. Inocencio Canoura quedaron en el cementerio y se perdieron durante los bombardeos de 1936.
Juan Pablo II los beatificó el 29 de abril de 1990 y los canonizó el 21 de noviembre de 1999.
+ SOBRE SAN INOCENCIO DE LA INMACULADA
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